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«Sobre la poética de Iván Carvajal», por doña Susana Cordero de Espinosa

El pasado 23 de noviembre, doña Susana Cordero de Espinosa participó en la presentación del libro «Rumor urgido por el aire», de don Iván Carvajal. Compartimos con ustedes el texto de su intervención.

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Foto: página de Facebook de Poesía en Paralelo Cero.

“La belleza es el grado de lo terrible que los seres humanos podemos soportar” escribió Rilke en la primera de sus Elegías del castillo del Duíno, ante las que en otro momento (no muy distinto de este que hoy vivimos), anoté: “temas, tratamientos y modos, preguntas que, en obcecada búsqueda suscita el poeta a su desvalido lector me obligan a repetir estas palabras”; creo que entonces hice bien al citarlas, y hoy, al repetirlas. Rilke asume que ese grado de lo terrible envolverá a quien se acerque a la auténtica poesía, dispuesto a desafiarla y desafiarse en ese terror posible, desmesurado e intolerable.

Mucho de esto experimento, casi cotidianamente, en mi intimidad. Se me vuelve difícil, cuando no imposible, enfrentar la lectura, poema tras poema de un conjunto, sin sentirme impotente para interpretar sus sentidos -pues nunca es uno solo el sentido posible-. Si casi de inmediato desecho aquella poesía a cuya lectura tarda en responder mi intuición, esos poemas que no me llaman, los que me llaman duelen, me inquietan, me quitan asideros fáciles y me descolocan. Desajuste de preguntas sin respuesta que he vivido ante cada uno de los poemas de esta antología que llegué a leer y ante los pocos que alcanzo a comentar.

Cada poema de Luz recobrada que releo, apunta sin alarde a recobrar ideas y a elevarlas a categoría poética, dotándolas de nuevo sentido, el que cree conocer, intuir, entrever, el vate, el adivino… Pero ¿y su emocionado intérprete? ¿Por dónde ha de caminar, para poder enfrentar la lectura y su propio decir?

Para conocer a Iván, nuestro poeta, persona silenciosa, prudente, de aire modesto, hay que conocer su poesía, es decir, haberla leído silenciosa, ansiosa, despaciosamente, renunciando a leerla toda para quedarnos, casi sin elegir o eligiendo por razones inanes, como sucede sin quererlo, no contar versos, no lastimar los restos de parajes poéticos que hienden el alma o más allá del alma, porque son indecibles.

¿Cómo, entonces, leer aquí una opinión, una valoración subjetiva, que pretenda, no sin ingenuidad, llegar eficazmente a los demás?

Borges escribe en su ensayo titulado “La supersticiosa ética del lector”: la superstición del estilo indiferente a la propia convicción o propia emoción, que busca tecniquerías que les informarán si lo escrito tiene el derecho o no de agradarles…, subordinan la emoción a una etiqueta indiscutida.

Así, el lector que se pretende avisado desconfía de su emoción personal y renuncia a ella, mientras el gran Borges se horroriza de la inhibición que surge de ese afán de previa preparación u obligación crítica, que se exige a quien se acerca al texto o al poeta, y exclama: Se ha generalizado tanto esa inhibición que ya no van quedando lectores en el sentido ingenuo de la palabra, sino que todos son críticos potenciales.

Avalada ¿o protegida? por la ética del lector libre, limitado a sí mismo que Borges propugna, intentaré interpretar en los minutos que se me conceden y a mi manera, algunos de los textos de Iván, no sin evocar a la propia Virginia Wolf que anhelaba procurarse lectores capaces de decidir sobre la grandeza poética de obras que lo conmueven, con solo la recurrencia a su instinto, dentro del ánimo borgiano pero antes de él. Así, doblemente protegida en mi calidad de lectora inocente, avanzo.

En la antología titulada Luz recobrada, impresa y enviada por la red a cada uno de nosotros, encuentro algunos términos que presumo erróneos; para confirmar o negar que lo fueran, busco la bella edición de su Poesía reunida 1970-2004 y noto que esta inquisición comparativa, además de contribuir a cerciorarme, me ha permitido ahondar en lo leído,  ¡paradojas extremas, pues también los errores, por mínimos que sean, pueden resultar extremadamente poéticos!

He aquí un atrevido ejemplo: el poema XII dice: De entre decires diremos: / cuida al pájaro del ruido / -que armoniza- / cuida al cántaro del golpe / -que guardiana aguas- / oyendo / que / sin embargo / cátaro lleno de pájaro en ruido / acaba por romperse…

¡Cátaro?, me pregunté, y sí, ¿por qué no, cátaro? Los cátaros, según el diccionario de nuestra lengua, eran ‘seguidores de una de las varias sectas consideradas heréticas que se extendieron por Europa durante los siglos XI-XIII, que rechazaban la carne como propia del mal y negaban, por tanto, la divinidad de Cristo por su condición humana, propugnando la pureza y la vida ascética”. Puros, ascéticos, presumiblemente limpios, bien cabían como una metáfora en lugar de cántaro, y lo de ‘lleno de ruido’, ¿quién que sea humano, no lo está, y quién que vive, no acaba por romperse?

Confieso, querido y sabio Iván, que pensé en principio que este era otro juego de esos que vives, cometes, sufres y gozas, sufrimos y gozamos en tu poesía…

Luego, en los Fragmentos de Las circunscripciones de Circe un co por con fue fácilmente rescatable, sin pre-suposiciones. Y voy al poema II de esas ‘Circunscripciones’ dice: “Más allá de los dos / no existe límite alguno para transgredirlo / yo no me ocupo en planear evasiones / cuido sus chiqueros placenteramente / maga de cuanto es propicio/ transmuta su figura desde el día hasta la noche /

Esta primera estrofa triste y bella, quizá llena de amor, duele; en ella los chiqueros deshacen la armonía que, sin embargo, parece existir y seguir existiendo en los dos, como reconocimiento expreso de la basura en que podemos hundirnos sin darnos cuenta o tal vez, tal vez,  adrede, pues el cuidado de los chiqueros, los suyos, los de ella y él, ‘lugares hediondos y asquerosos’, nunca de o para uno solo,‘resulta placentero’, y se completa con la atribución de la magia que transmuta en maga la figura amada o repugnada, y que no puede ni podrá ser transgredida… Así, precede a otra forma en la cual los versos, sensiblemente cortos, se sitúan a la izquierda de la página, reducidos en sílabas, en lugar repetido como para destacarse sin anuncio, en el que todo, extensión del verso, nombre y verboparecen igualarse: desde siempre / desde siempre / en la oscuridad la busco / en el rescoldo / en el respaldo / resuello, / resbalo/ incesante graznido /

Versos de métrica distinta, penetran uno en otro sin estorbos. tal cual penetran en nosotros, mansa, triste, irónicamente. Y los humaniza la búsqueda de ella, el ansia de permanencia y de huida a la vez, que quiere decir ansia de verse y olvidarse, rescoldos, graznidos, resuellos, que en su animalidad son diestramente humanos.

El poema III de En las circunscripciones de Circe, describe en cada verso la vida que se reconoce a sí misma, su propia idoneidad-inanidad; ¿por qué el poeta insiste en hallarse en los lugares ambiguos, de misterio, hechicería, mentira, crímenes, conversiones; de la seducción atroz y la falsedad hecha mujer, de Circe? ¡Qué pregunta!, me digo. Y comprendo que son estos equívocos los que hacen, iluminan, hieren y matizan la vida sin respuesta:

Desperdiciados / desperdigados / pasos donados a la noche / al juego de dados / me detengo en los bares / a mojar el bigote en cerveza / / en vinagre/ seguido de cerca por viejas porteras / asciendo escalón tras escalón / oyendo espléndidos gemidos / gotear de aguas / roer en maderas.

Como el de una rata cualquiera su roído también puede escanciarse, y el del poeta sobre sí mismo, verterse en escritura para el lector; atisbo en las palabras los lugares comunes de la vida: la noche, los bares, la cerveza, la portera, el misterio que incita a preguntarse sin esperar respuesta, tal es la naturaleza del enigma latiente en noches, porteras, muros, dados, mientras sonreímos indignados ante la ironía que revelan esos ‘espléndidos gemidos’ pues no encontramos acogida posible ni respuesta a ¿cuál es la naturaleza del secreto?…

¿Qué cualidades de Circe se retienen o rehacen en gran salpicazón de las sangres / chorros de aire / trabajos de la carne / nada hay tan plácido / como perseguir el ruido de la motocicleta por las avenidas / nada como dejar caer en el gaznate las ruinas heladas de la medianoche / comedor de maní porque Circe era salpicazón de sangre en la inmortalidad del mito, concedida por sus creadores, belleza, control de bruja amarga, inclinación a convertir a los seres humanos en animales, delicia en humillar, como lo hace el poeta al desafiarnos con sus insólitas, desafiantes palabras, alardeando del macanudo desorden del alma… No le perdono, o apenas, la placidez de perseguir el ruido de la motocicleta por las avenidas. ¿Lo produce él, acaso, él, en ella?

Carvajal es poeta y filósofo, ¿por eso las ruinas que nos deja en preguntas sin respuesta, la ruina que nos hace, que ya somos y que él se atreve a mostrarnos?: ¿osarán los cartesianos demonios del engaño / tentar la memoria hasta este límite?

“No importa entrar en precisiones”, constata, como impulso contra su ansia nefasta de perfección, desde ‘nada como dejar caer en el gaznate las ruinas heladas de la medianoche’ hasta comedor de maní / comendador y creyente / náufrago.

Todo es uno, ilusión y sufrimiento de todos para todos…

En el texto tan suyo y a la vez tan vallejiano:

Se ensarta se encrespa se ensecreta / se ejemplifica se adecua se corrige / se sueña inmerso en múltiples sí mismos // los otros detrás de los cerrojos / decrecientes / él mismo con su cuchara / consigo alargándose bajo las sábanas / húndese el dedo en el pecho / se sabe él sí mismo consigo // los otros se derrotarán capitularán / pero él se escruta se piensa / y ahora a solas se esfuma de sí mismo // pero consigo / consigo solamente.

Porque todo el que se halla consigo y su cuchara que lo une al mundo, como Pedro Rojas que, (perdona, Iván, pero tu poema me tienta):

Solía escribir con su dedo grande en el aire: “Viban los compañeros! Pedro Rojas”, / de Miranda de Ebro, padre y hombre / marido y hombre, ferroviario y hombre / padre y más hombre. Pedro y sus dos muertes. //

Viban los compañeros / a la cabecera de su aire escrito / Viban con esta be del buitre en las entrañas / de Pedro / y de Rojas, del héroe y del mártir! / Registrándole, muerto, sorprendiéronle / en su cuerpo un gran cuerpo, para / el alma del mundo, / y en la chaqueta una cuchara muerta.

Porque Pedro Rojas sí, ya muerto y muerto hasta en su cuchara muerta, es el símbolo del combatiente ya nunca más anónimo, siempre más Pedro Rojas, y el poeta y Carvajal combaten para encontrarse y se dicen también con be y con uve. Viban los compañeros

‘En representación de todo el mundo’.

Y sigo aquí balbuceando mis emociones y apenas he avanzado a decir sin decirlo, por ejemplo, que Carvajal comete el arte de convertir los duros datos de la razón filosófica en sensibles aportes a la emotividad poética de él mismo y de nosotros… Y si la expresión poética lo es del pasar, de la vida que fluye y tal como ella va, sin detenerse, y hace de nosotros lo que somos y deshace aquello que solo soñamos ir siendo porque no fuimos poetas, al buscar los símbolos predilectos de este singular, único, suyo poetizar consigo hasta la médula, me es imposible señalar aquí uno solo, un solo entorno que no forme parte del todo que vivimos en todo: calles, puentes, cántaros, aguas contenidas o fluyentes, clemencia e inclemencia, y sabemos que también hay laberintos, picoteos y ruidos gloriosos y profanos, y que En envoltijos / el tiempo ido / el tiempo que va /el tiempo ido / tiene su lengua que vuelve / a percudidos recovecos / como no concluido / como lengua-en-recoveco-inmóvil / contando lo sido / se intenta contener / lo perecido…

Tengo ganas de gritar ¡estupendo, Iván! ¡Tremendo y estupendo! y aquí está el esperpento de nuestra vida en diecisiete versos, diecisiete. Diez más siete, más el siete de la página que no existe en la antología, el siete que nunca podrá ser, y no lo sabe, uno más uno.

Irónico Iván, ahora puedes sonreírte, pero yo insisto en que he sufrido al leerte, en que sufrí más al describir mi encuentro arduo con estos pocos poemas y, por si dudes de lo dicho, como corresponde, sé que para ti como para pocos, o quizá para nadie, crear belleza es, sin duda, y sucede, esa experiencia de lo terrible que por destino te es imposible soportar en silencio… Gracias por entregárnosla. Y por cumplir en cada una de tus imágenes, la confesión rilkeana, exclamación categórica con que concluye su poético alegato: Todo ángel es terrible.

Quito, 23 de noviembre de 2023

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