Sin conocer mi número.
Cercado de murallas y de límites.
Con una luna de forzado
y atada a mi tobillo una sombra perpetua.
Fronteras vivas se levantan
a un paso de mis pasos.
No hay norte ni sur, este ni oeste,
sólo existe la soledad multiplicada,
la soledad dividida para una cifra de hombres.
La carrera del tiempo en el circo del reloj,
el ombligo luminoso de los tranvías,
las campanas de hombros atléticos,
los muros que deletrean dos o tres palabras de color,
están hechos de una materia solitaria.
Imagen de la soledad:
el albañil que canta en un andamio,
fija balsa del cielo.
Imágenes de la soledad:
el viajero que se sumerge en un periódico,
el camarero que esconde un retrato en el pecho.
La ciudad tiene apariencia mineral.
La geometría urbana es menos bella
que la que aprendimos en la escuela.
Un triángulo, un huevo, un cubo de azúcar
nos iniciaron en la fiesta de las formas.
Sólo después fue la circunferencia:
la primera mujer y la primera luna.
¿Dónde estuviste, soledad,
que no te conocí hasta los veinte años?
En los trenes, los espejos y las fotografias
siempre estás a mi lado.
Los campesinos se hallan menos solos
porque forman una misma cosa con la tierra.
Los árboles son hijos suyos,
los cambios de tiempo observan en su propia carne
y les sirve de ejemplo la santoral de los animalitos.
La soledad está nutrida de libros,
de paseos, de pianos y pedazos de muchedumbre,
de ciudades y cielos conquistados por la máquina,
de pliegos de espuma
desenrollándose hasta el límite del mar.
Todo se ha inventado,
mas no hay nada que pueda librarnos de la soledad.
Los naipes guardan el secreto de los desvanes.
Los sollozos están hechos para ser fumados en pipa.
Se ha tratado de enterrar la soledad en una guitarra.
Se sabe que anda por los pisos desalquilados,
que comercia con los trajes de los suicidas
y que enreda los mensajes en los hilos telegráficos.
Fuente: CARRERA ANDRADE,JORGE. Obra poética. Quito : Ediciones Acuario, 2000, pp. 253-254.