Eurídice de Orfeo siempre viuda,
ya sin carnal investidura.
Como al principio del principio.
Sola.
—Descárname, tú, mi siempre amado;
relévame rescoldos por estrellas,
que por no ver tu sola lágrima
todo lo entregaré, todo lo cedo:
el beso, la espiga y el camino.
Concédeme el pañuelo de tus manos,
cáliz mío de greda,
para enjugar el llanto que no miras
por este otoño sin hojas y sin ramas;
que hasta el viento
se ha marchado con las cuencas vacías.
—Qué lástima tu piel y tu osamenta:
el silencio,
o el labio que no bebes,
vaso roto?
Y qué te falta, di
—atribulada envoltura de mi espectro y
qué te falta,
el brazo o el abrazo?
—Eurídice, Eurídice,
es diciembre de nuevo.
Invierno yermo.
Es preciso partir antes de tiempo.
Orfeo,
anillo desposario de mi muerte,
te vestiré en mi piel
todos los días
con este amor de soledad y duelo.