VI
Ni la sed es cosa tanta.
Ni sudores de la mente me trasijan de manera semejante.
¿Qué reposo habré de hallar en cabidas de tu presa de este anhelante cuerpo mío
Que desnudas y ensombreces a la vez?
Apretada, oculta noche.
¡Oh vena, venas de mi sangre en la esfera absoluta de los astros!
Me despierto a toda voz, dando gritos de llamada;
En tu espacio me despierto, con los ojos agolpados.
Mi corazón de entrañas y lamentos, como un haz de ensangrentadas cabelleras.
Cuan clara es la pupila, llega el mundo, ¿dónde estoy?
Y los mares de esta fuente, llegarán.
Los cuervos persistentes;
Entre muros, mi espesura.
Y te desmandas a merced, como el fuego, de estas órbitas:
A despecho entonces te hablaré en tu vientre de agitado corazón,
Con la lengua de mi altura,
En tu sexo sorprendido,
A mayores firmamentos con mi voz de noche oscura.
Mas, a todo lo adelantas.
¡Oh Mía de mi celo, pusiste a prueba tanto empeño en el calor de mis sentidos!
¿Cuándo me abrirás presente las dulzuras tuyas llenas, de la tierra?
¿Cuándo el pecho?, ¡a deshora!, y me detienes con el ímpetu del océano sobre el párpado de mi desolada desnudez.
El espacio de tu fuerza.
Mis ojos lentos brillarán del fragor de las ciudades.
Por donde va mi grito, voy, ¿por afueras de este mundo?
La boca densa, aún llena de la muerte.
En subidos aires salgo de mi aliento.
El jardín contiguo, en manos de las flores.
Y van pasos, desnudos pasos en mi alma;
Que te busque, toda mía, amén persiga con las ansias consiguientes del desierto.
Ni la sed es cosa tanta.
Afuera en claro sestean los leones, corre franca la pradera de los ciervos.
Fuente: Casa Carrión, boletín literario y cultural del Centro Cultural Benjamín Carrión.