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«Tiempo de llegar, tiempo de partir», por don José Ayala Lasso

He meditado sobre la riqueza que la vida puso en mis manos al entregarme la opción de servir en momentos especialmente complejos. Mis convicciones, ancladas en el reconocimiento de la naturaleza trascendente de los seres humanos...

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Hace más de trece años, doña Guadalupe Mantilla me pidió escribir una columna semanal en EL COMERCIO. Así lo he venido haciendo desde entonces. Inicié tan delicada tarea cuando ya tenía muchos años en mis espaldas, pero lo hice con el entusiasmo de quien cree que, en cualquiera edad o circunstancia, todos tenemos el derecho y la obligación de servir a la comunidad. Asumí el reto de usar la pluma de manera útil, expresando claramente mis ideas, aplaudiendo y criticando, según fuere el caso, sin prejuicios ni motivaciones personales. El generoso y estimulante aliento de lectores amables me induce a creer que he cumplido tanto mi deber ciudadano como el propósito que entonces me fijé.

He meditado sobre la riqueza que la vida puso en mis manos al entregarme la opción de servir en momentos especialmente complejos. Mis convicciones, ancladas en el reconocimiento de la naturaleza trascendente de los seres humanos y en la posibilidad de una vida social armoniosa y progresista fundada en el respeto a la libertad, dignidad y derechos —iguales para todos— no han variado.

Tengo a honra haber servido al Ecuador durante el medio siglo que trabajé como miembro de la diplomacia profesional, especialmente cuando asumí la grave responsabilidad de dirigir la negociación y suscribir los acuerdos de paz con el Perú y cuando, en homenaje al Ecuador más que por méritos propios, fui unánimemente elegido primer Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos.

Mi incursión en el periodismo me ha dado la satisfacción de establecer un estrecho contacto con la opinión nacional, dialogar con ella y enriquecerme con sus comentarios. Convencido de que la mejor manera de defender la libertad de pensar y opinar consiste en hacer respetuoso pero indoblegable uso de ella, critiqué de frente los abusos antidemocráticos del autoritarismo ecuatoriano y extranjero. He gozado de la más completa libertad para hacerlo, sin sufrir ni interferencias ni limitaciones arbitrarias. Sensible a la acogida que han recibido mis artículos, he tratado de cooperar para facilitar el conocimiento y la interpretación de la realidad nacional e internacional, destacando el irrenunciable contenido ético de toda acción humana. La sabiduría del Eclesiastés me ha recordado que los tiempos de llegar ineluctablemente son reemplazados por los tiempos de partir. Hay que aceptarlo con objetiva mirada e incólume dignidad.

Expreso a la dirección de EL COMERCIO y a mis lectores mi gratitud por haber considerado útiles, en alguna medida, mis artículos sabatinos. Seguiré trabajando incansablemente por un Ecuador más igualitario, más justo, más cordial y sonriente: por el respeto a la moral y a la ley, por una verdadera democracia, para lo cual EL COMERCIO me ha dicho, generosamente, que sus puertas me estarán siempre abiertas.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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