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«Tijeretazos y plumadas», discurso de ingreso, en calidad de miembro correspondiente de la Academia, de Diego Araujo S.

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Discurso de ingreso, en calidad de miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, de don Diego Araujo Sánchez.

Tijeretazos y plumadas, artículos humorísticos, se publicó en Madrid, en 1903[1]

El libro, que apareció por la iniciativa de Trajano Mera nueve años después de la muerte de  su padre, trae una selección  de 19 artículos de  entre muchos más que, como se declara al pie de página en el primero de ellos,  aparecieron  “en la Revista Ecuatoriana, El Fénix, El amigo de las familias y otros periódicos del Ecuador, casi todos con el seudónimo de Pepe Tijeras, que es el que más empleó el autor en los últimos años de su vida”[2].

En Tijeretazos y plumadas se muestra un Juan León Mera muy poco conocido:  periodista, precursor del cuento, autor de  imaginativas ficciones y sabrosos cuadros de costumbres, humorista  con una aguda capacidad para la  sátira y la ironía.

Los estudios dedicados a este libro se cuentan con los dedos de una mano. En las siguientes páginas me propongo trazar  el perfil del desconocido escritor que

1 Juan León Mera, Tijeretazos y plumadas, artículos humorísticos, precedidos de una carta-prólogo de Don José de Alcalá Galiano, Conde de Torrijos, Madrid, Est.Tip. de Ricardo Fé, Calle del Olmo, núm. 4, 1903.

2 Ibid, p. 1.

3 Además de la “Carta Prólogo” de Don José Alcalá Galiano, Conde de Torrijos, que precede la edición de Tijeretazos y plumadas,  otros estudios sobre esta obra son los siguientes: Marina Gálvez Acero, “Los Tijeretazos y plumadas de Juan León Mera”, en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, www.cervantesvirtual.com;  Oswaldo Barrera Valverde, “Tijeretazos y plumadasen Julio Pazos Barrera, Juan León Mera, una visión actual, Pontificia universidad Católica del Ecuador, Universidad Andina Simón Bolivar, Sede Ecuador, Quito, Corporación Editora Nacional, 1995; Ana María Sevilla, “Análisis de Tijeretazos y plumadas”, Tesis, Área de Letras, Maestría de Estudios de Cultura, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, Quito,2005.

se revela en Tijeretazos y plumadas; y quiero, a la par,  rendirle un homenaje como uno de los fundadores de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, entre cuyos primeros miembros,  junto a Mera,  se cuentan Pedro Fermín Cevallos, Luis Cordero, el Hermano Miguel, Pablo Herrera, José Modesto Espinosa, Carlos R. Tobar y mi bisabuelo Quintiliano Sánchez.

 A medio camino entre la crónica y el comentario periodístico, el cuadro de costumbres y el cuento, estos  artículos confirman las cualidades de Mera como narrador, su  gran dominio del arte del lenguaje, sus aproximaciones al habla local, la vocación pedagógica de su pluma y, desde sus conviciones ideológicas, la fidelidad a su arraigada fe católica y su militante defensa de ella.

En  este trabajo me limitaré  a la exégesis e interpretación de esos 19 artículos: me serviré del análisis estilístico para caracterizar los recursos expresivos de la prosa del autor y los temas  principales desarrollados en su libro; y concluiré con una sumaria referencia a la personalidad del escritor ambateño,  el contexto histórico- social de su obra y la  valoración de Tijeretazos y plumadas.

Casi todos los artículos se  escribieron entre 1880 y 1890, en la etapa de mayor madurez  del autor. En todos ellos  aparecen  elementos de crónica y  comentario periodístico,  de cuadro de costumbres  y de relato breve.  Si bien  en  cada artículo predomina uno  de esos elementos sobre los  otros,  todos muestran parecidas  características expresivas, algunas de las cuales se hallan condicionadas por la naturaleza de las publicaciones periódicas en las que vieron la luz: la extensión; la utilización  de un narrador intermediario, como alter ego del autor, que se constituye en personaje del relato y tiene siempre en mente al lector; las alusiones a hechos circunstanciales que dan origen al escrito, el  uso más suelto  y libre del lenguaje, cierto sentido popular, la sátira, la ironía y un humor muy dinámico…

El autor adopta la perspectiva de un narrador personaje que tiene nombre y una presencia importante en el relato: Pepe Tijeras, Jenaro Muelán, Don Lucas, Geroncio… El perfil más definido es el de Pepe  Tijeras, uno de los elementos integradores de la seleccción de artículos en Tijeretazos y plumadas.  El nombre del personaje y el título de libro delatan la intención de cortar malos hábitos y costumbres: meter la tijera y la pluma en la flaquezas humanas,  pero  también el afán crítico y la naturaleza relativamente breve del escrito. Los tjeretazos son cortes hechos de un solo golpe, y  tijeretear  significa también criticar.

La presencia explícita del lector es  otro elemento frecuente en los artículos: el narrador se dirige  al lector,  le anticipa  el interés que ofrece el relato, establece  con él una relación cercana. Este narrador y  el recurso de ceder la voz a otros personajes y dejar al lector solo  con las voces de  ellos o con una mínima intermediación del narrador, nos acercan el mundo del relato, crean la percepción de una visión desde el interior de la realidad representada, sin la distancia que impone  el narrador omnisciente, situado por encima del mundo como un dios en el Olimpo.

Aunque en todos los artículos se mezclan comentarios y narraciones, en algunos de ellos predominan  los primeros sobre las segundas. Por ejemplo el  autor  se pregunta qué es la civillización, en el artículo con ese título; critica las veleidades de la modernidad y hasta propone como respuesta irónica un nuevo concepto de civilización para el Diciccionario Académico: “arte de ocultar con apariencias brillantes y seductoras las deformidades morales de la sociedad o del individuo[4]  (p. 143). Para Mera, los nuevos tiempos amenazan a la moral  social e individual y  los tradicionales valores  católicos. La ausencia  de estos convierte a la civilización moderna en el mayor opositor del ideario conservador del autor.

En los artículos donde predomina el comentario, el escritor se mueve por los caminos del ensayo periodístico y trata diversos temas de actualidad en su momento. Así en “Los curanderos”  arremete contra los malos médicos, y la peligrosa acción de  los curanderos que, por una suma de ignorancia y audacia,  agravan los males de los enfermos. En “Repartos y otros negocios” critica las argucias de quienes se aprovechan de la indios del Napo, los mulatos de Esmeraldas y los pobladores más pobres de la Serranía con  el comercio de mercancías por el cual sacan abusivas utilidades. En “La reina del mundo” desecha primero que la opinión pública posea ese trono;  para el escritor, quien tiene aquel reinado y dominio universal  es la mentira que nació como  hija primogénita de Satanás al pie del manzano en el Paraíso, se halla desde entonces en todas partes y  los hombres la adoran como deidad y  le rinden culto privado y público.

Una rasgo de la ironía de Mera es que él mismo no se excluye de  su poder crítico. En este texto, por ejemplo, cierra sus reflexiones con unos  versos para refrendar la  omnipresencia de la mentira como reina del mundo: el autor no escapa de ella al ocultar con el seudónimo su verdadero nombre: “Quien estas líneas trazando

4 En adelante, los números entre paréntesis remitirán a las páginas de Tijeretazos y plumadas, en la edición antes citada, de la cual  se  toma el texto transcrito.

/Ha ido entre burlas y veras,/ Miente como todos, cuando/ Se llama Pepe Tijeras”. (p. 162)

La circunstancia de pasar por  la temporada de Inocentes mueve al  autor a ocuparse en el siguente artículo de “Los disfraces”, a los cuales  considera instrumentos favoritos de la mentira. Mera indaga el origen de  aquellos entre los egipcios, recuerda sus usos en el teatro griego y entre los romanos, y  atribuye su invención a Satanás que se disfraza de serpiente para tentar a Eva. Después, el escritor traza un cuadro muy vivo de costumbres en la temporada de Inocentes en el Quito de la época.  Aunque salva a un reducido porcentaje de quiteños del uso  nocivo de las mácaras y disfraces, los condena en la mayoría  que  los utilizan para el engaño, en festejos en los cuales las jóvenes  caen, para utilizar las propias palabras del autor, “en las redes de don Juanes de pacotilla”. Los “Malechores sociales” petenece  también al grupo de artículos donde predomina el comentario sobre la narración. En este caso, la crítica se  endereza a las profesiones tradicionales: abogacía, medicina, clerecía, milicia. Para Mera es un error que la aspiración juvenil se reduzca a esas cuatro alternativas y deseche otras profesiones útiles; sin embargo ni siquiera el  excesivo número de algunos de  esos profesionales es causa del mal social, sino la mala calidad de su formación. El escritor señala la importancia de cada una esas profesiones, en las  que pone en primer plano su  fin social. ¿Quiénes son entonces para él los verdaderos malechores sociales? Los malos abogados, médicos, clérigos y militares.

En el artículo titulado “Diciembre”, Mera  exhibe su amplia erudición al  explicar el origen del último mes del año y  la forma de dividir y agrupar los días en el calendario entre hebreos, egipcios, griegos y  latinos y los cambios que introdujo en este la Revolución Francesa. Después, indaga  otros nombres con los que se bautiza diciembre, la disposición como duodécimo mes en el calendario juliano y las reformas incorporadas por el Papa Gregorio XIII.  No faltan novedosas referencias al fin del ciclo solar en las culturas prehispánicas, los sacrificios humanos al dios de la guerra entre los aztecas y las celebraciones al raimi, al dios sol de peruanos y quiteños en diciembre. El autor muestra  así su interés por lo propio americano. Finalmente, exalta  en el último mes de año la celebración de la Inmaculada Concepción y el nacimiento de Jesús.

Dos  de los más extensos y mejores artículos en los que domina el cuadro costumbrista son  “Una botella de champagne” y “Una corrida de venados”. En el primero, el autor  traza un divertidísimo cuadro en una cena pueblerina de Nochebuena en la que la anfitriona es doña Chanita Paredes, viuda de don Nicasio Verdete, y  el invitado central debía ser el cura párroco; pero termina por ser otro, un joven que cae de forma imprevista en la cena. Ella tiene dos hijos, Venturita, una linda muchacha, y Nicasito, un joven en quien el narrador  recarga los rasgos carictarurescos negativos hasta crear una realidad esperpéntica: “un mozo con más cabeza que cuello, con más espaldas que brazos, con más panza que piernas; con nariz roma como la de un gato, ojos de puerco, y una boca  que, tendida la mano bien abierta sobre ella, las yemas del pulgar y del índice apenas llegan a las extremidades”. (p. 55). Nicasito comete el desatino de invitar a la cena a otro joven, que se convierte en el protagonista de las calamidades que se desencadenan en la reunión. En este personaje,  el escritor se burla  de la transformación de un chagra en dandy:  Tiburcio Perraza, hijo de un próspero propietario provinciano que  lo envía a la capital para que se doctore en leyes,  se había  cambiado de nombre y ahora se presentaba con el más elegante  de Tiberio Peralba; sin embargo “por su natural arrebatado, que con la vida que llevaba entre los tunos de la capital pasó á insolente y agresivo, fue bautizado por sus propios compinches con el apodo de El Torbellino”. (p. 68). El  inesperado invitado se convierte en el centro de la reunión y provoca algunos cómicos incidentes en la cena: da un codazo en las narices del cura párroco al destapar una botella de cerveza; después,  al precipitarse a cortar un suculento cuy con tenedor y cuchillo,  “obliga á sus compañeros á salirse disparados de la cazuela en todas direcciones, cual si estuviesen vivos y buscaran salvación en la fuga”. (p. 79) Uno de los cuyes con su porción de salsa  salta a la mejilla de la joven Venturita. Pero los males no terminan allí. Al destapar  la botella de champagne, provoca una escena tumultuosa. Vale la pena leer in extenso  este episodio como un ejemplo del dinamismo de la prosa de Mera, de su notable  capacidad para  crear divertidas situaciones humorísticas, la  jovial maestría de su relato y la asertada alternacia entre la voz del narrador y la  forma de presentación dramática  por la que nos deja a los lectores con las voces de los personajes: “¡Pom! ¡diablo! Sucedió lo que se temía: saltó el corcho, y el champagne, como el material volcánico del Cotopaxi, se eleva con vertiginosa violencia hasta el cielo del aposento, y chocando contra él llueve sobre los concurrentes.

-¡Jesús me valga! grita doña Chana. ¡Virgen Santísima del Quinche!

-¡Jesús! ¡qué es esto! ¡Señor de la Portería!

-¡Misericordia!

-¡Misericordia!

-Es mejor que salga primero todo el vaho, dice Nicasito, y después se bebe lo demás.

-¡Animal! exclama Venturita, ¡si ya me empapó con la chapaña!

-Métale el dedo en el gollete, aconseja el cura.

El Torbellino obedece. ¡En mala hora! El efervescente licor, en vez de continuar lanzándose perpendicularmente, sale en chisguetes oblicuos y da á las caras de los convidados, y lo que es mucho peor, a las llamas de las estearinas. El salón queda en tinieblas, y con éstas crece el susto y la turbación. ¡No hay duda que el demonio anda suelto!…

-¡Jesús! ¡Jesús! ¡Venturita! ¡Vida mía! sal corriendo!

-Mamita, si no puedo: no sé quien me agarra. ¡Y estas silletas! … ¡esta mesa!… Estoy trincada.

-¡Santo Dios!… ¡Gaspara! ¡Gaspara! ¡Luz!

Doña Chanita pugna por desencajarse, y en un movimiento circular de su respetable humanidad, tira el mantel, y floreros, palmatorias, botellas, cazuelas, todo con el estrépito de un terremoto se viene á dar contra los comensales.

En tales aprietos, el Torbellino quiere salir y al apartar  su silleta derriba la de doña Chanita; ésta que en medio del susto va a tomarla al tanteo pierde el equilibrio y cae de espaldas, exclamando:- ¡Me mataron! ¡Señor cura auxilio! ¡absolución!

-¡Misericordia, mamita! ¿Qué le suecede?

-¡Me muero! ¡Ese animal de Tiburcio! ¡Ah, mal cristiano!

-¡Ese pícaro de Perraza!

-Al fin es quien es: ¡Perraza! ¡Perraza de Judas

-Venir con su chapaña

-Hacernos esta tiranía.

-¡Ahora lo mato! exclama Nicasito; ¡ese burro! ¡ahoro lo como!

Gaspara asoma al fin con una mecha encendida; y al ver el cuadro de desolación suelta el llanto y da alaridos lastimosos.

El cura ayuda a levantarse a doña Chanira, maltrecha y medio derrengada. Venturita, en vez de atender a la mamá, se tira como una leona sobre Nicasito y le descarga una lluvia de mojicones, exclamando:  Este tiene la culpa de todo, éste. ¡Animal! ¡borrico! ¿quién te metió á convidar á este Judas de Tiburcio Perraza Torbellino?

El señor  cura defiende al tontarrón y trata de calmar a la encolerizada hermana.

¿Y Tiberio? No pudo resistir a la nueva bofetada de la adversa fortuna, y en medio de la confusión, de las tinieblas y de la mesa y silletas volcadas, tomó las de Villadiego. Como perro con cohete a la cola” (pp. 82, 83 y 84)

En  el otro artículo costumbrista ,“Una corrida de venados”, don Lucas, el narrador, un intelectual entrado en años, participa con un grupo de jóvenes  en una cacería de venados en los páramos andinos; ocupado  de la contemplación del hermoso paisaje de  montañas y nevados, no cumple las indicaciones  dadas por don Columbano, el organizador de la partida,  de soltar a tiempo a un perro  para que persiga al venado, y malogra así  la cacería.  De un rato a otro  el esplendoroso paisaje se obscurece, se deprime el ánimo del intelectual  y  se desata un fuerte aguacero. Al narrador le endosan llevar en su montura a un niño. Un toro amenaza con envestir a dos jóvenes, que caen de sus cabalgaduras, y don Lucas, por evadir al peligroso toro,  resbala en su caballo y va a parar en un lodazal con el niño encomendado a su cuidado.  Como en el cuadro anterior, el humor se desarrolla en gradación ascendente hasta terminar en otra escena tumultuosa, con la amenaza del toro en el páramo, los personajes calados de agua hasta los huesos, los resbalones y caídas que les dejan molidos y con un aspecto deplorable.

Otro procedimiento humorístico reiterado es la hipérbole, como instrumento para la caricatura y la sátira.  En la  pintura de los personajes la exageración es un recurso muy utilizado por  el escritor. Los personajes del  cuadro costumbrista tienden a ser prototipos sociales antes que vigorosas personalidades, se hallan más cerca del estereotipo que de complejas y profundas psicologías. Sin embargo en  la creación de algunos de esos prototipos, el escritor se adelanta a su tiempo. Por ejemplo, en el artículo “Proyecto de retrato”, traza los perfiles de una de las figuras de la sociedad rural, la de un Teniente parroquial. Aparece  allí en germen por primera vez  el Teniente político  del realismo indigenista. Un propietario de la tierra le pide que castigue en el cepo por un mes  un indio concierto;  el Teniente lo retiene por lo menos dos meses.  Otra autoridad local le pide que le consiga nodrizas puesto que ha dado a luz su mujer. “Al día siguiente, dos robustas aldeanas con sus chicos á las espaldas, ambas llorosas, mogigatas, urañas,-nos cuenta el narrador-  son presentadas al Comisario”. Y comenta: “Don Benito,  para tomarlas ha empleado los mismos métodos que para la requisición de caballos  (…) Humilde esclavo de las autoridades superiores, las obedece sin replicar aún en lo que no debe; insoportable tirano de su pueblo, hace pesar su mano de hierro sobre los infelices” (p. 220).

La sátira y la ironía se sirven en Tijeretazos y plumadas  de recursos ingeniosos. Por ejemplo, en  el artículo “Libros prestados”, el personaje don Pascual  se queja ante su amigo Jenaro de cómo su biblioteca va quedando vacía  por tantos libros que ha prestado y que no regresan a ella. El autor fustiga la mala costumbre de robar libros ajenos e integrar una biblioteca con libros sacados en préstamo de otra. Para condimentar el humor, lee Pascual al narrador las anotaciones con las que  vienen los pocos ejemplares que regresan a sus anaqueles. La comadre Pomponia devuelve a Pascual una Biblia en la que estampa este registro: “El 23 de Mayo de 1855, a la seis de la mañana,  parió la vaca barrosa al ternerito nevado” (p.103). Y más adelante, esta otra anotación: “El 2 de Junio reventó la papujada doce pollitos: tres blancos, tres negros y los demás parditos”. (p.103).  Junto al “No robarás” del Decálogo,  la comadre escribe: “El indio Martín Chuchi se robó dos carneros gordos, de valor de tres pesos cada uno: hoy le he metido en la cárcel, y no saldrá de ella el mitayo, hasta que me pague los seis pesos” (p.104) La historia de Tamar y Judá le sirve a Pomponia para chismorrear, con nombres y apellidos, de escandalosos casos análogos de los  cuales se murmura en el pueblo.

El humor surge, pues, del  contraste entre los  contenidos de experiencia rural, campesina y de pueblo chico y  las serias páginas de las Sagradas Escrituras.

Las comparaciones que juntan dos planos opuestos o extremadamente diversos son el vehículo para la burla.  Por ejemplo, en el artículo “El matrimonio juzgado por un librero”, la asociaciones de las dos realidades dan lugar a un eficaz efecto cómico.  El librero confiesa que nadie  mejor que él conoce qué es el matrimonio puesto que  se ha casado ya siete veces, “aunque como es natural y cristiano” – aclara-  esos matrimonios vinieran de uno en uno. Hasta el momento cuenta con siete ediciones de la obra.   En el primer tomo,” al que el vulgo denomina marido,- reconoce-  abundan los yerros tipográficos algo más que en el segundo, al que el vulgo denomina mujer”. (p. 176). Y luego se solaza con las asociaciones: “Hay maridos in folio para mujeres en octavo. Hay mujeres como misales para maridos como breviarios. Hay maridos con forro de pergamino haciendo par con mujeres de pasta de terciopelo. Hay maridos y mujeres tan mal encuadernados, que se descuajeringan al menor contacto. Hay mujeres-poesía que disuenan de los maridos-prosa. Hay maridos que son poemas y chocan con sus mujeres que son recetarios de cocina. Hay matrimonios que son misceláneas de prosa y verso: elegías, epigramas, fábulas é historias, todo está mezclado en ellos. Y lo peor es que en ocasiones (y no son raras) el demonio introduce entre los dos tomos un tercero… y entonces ¡adiós obra de Dios! Unidad, armonía, fines que se propuso el Autor, todo se lo lleva Pateta” (p.177)

Las asociaciones insólitas como fuente de humor e ironía son también el mecanismo utilizado por el autor en el artículo “Poesía culinaria”, en el cual se propone demostrar la poesía que hay en una sopa,  en un pastel o el guiso de un pavo y,  a la par, se burla de  los versificadores de los nuevos tiempos.

No  se debe olvidar la retórica de la exageración y la caricatura  en Tijeretazos y plumadas. Esta  se muestra también en “Ya no se casan”, en el cual el enamorado Arturo le confiesa al narrador que ha renunciado al matrimonio con Fernandina porque su amada se ha dejado llevar por la pasión política.   Para el novio, esta es la que más tiraniza a hombres y mujeres; no es el amor, ni el juego, ni el afán de riquezas, sino esa pasión la que se convierte en un verdadero monstruo  cuando los seres humanos se dejan dominar por ella.

El personaje condena a la mujer poseída por la pasión política – “Una politicastra es á un tiempo –escribe- una caricatura de hombre y de mujer (p.123). No considerar el resorte expresivo de la exageración lleva a  una de las pocas estudiosas de los artículos de este libro  a lanzar contra Mera la acusación de misoginia.  Para  la española Marina Gálvez Alcedo, “la misoginia de Mera aparece por todas partes, de tal forma que si hiciéramos un recuento comprobaríamos que hay indicios en casi todos los artículos”[5]. En mi criterio, ese recuento nos permite comprobar que tanto hombres como mujeres son objeto de las burlas del autor.  Más aún, la pluma de Mera se carga de mayor  sentido crítico para las flaquezas de los primeros.  Gálvez Alcedo olvida algo que ella misma anota de forma  muy certera: la ironía es el rasgo más poderoso del Mera costumbrista. Y de esta no se libran hombres ni mujeres.

Bastaría  para comprobar la equivocada acusación de misoginia leer el capítulo X de la Ojeada histórico crítica de la poesía ecuatoriana.   El autor es uno de los primeros  intelectuales en condenar   el injusto y discriminatorio  trato que da la sociedad a la mujer en el Ecuador  y los límites domésticos que se imponen a su participación en el ámbito público: "Somos todavía semibárbaros en nuestro porte con respecto a las mujeres, escribe: las miramos como inferiores nuestras, a lo

5 Marina Gálvez Acero, “Los Tijeretazos y plumadas de Juan León Mera”, en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, www.cervantesvirtual.com

más como compañeras de nuestra vida material y objetos destinados al placer y al servicio interior de nuestras casas (… ) ¡Pobres mujeres!   ¡cuán injustos somos con ellas! Cirios que arden y se consumen en el altar de los deberes domésticos, flores que se marchitan y deshojan en aras del amor y cuya fragancia no trasciende las puertas de una casa. Al contemplar la suerte de las mujeres en el Ecuador comprendemos bien la razón que tuvo Eurípides cuando dijo en su Medea: "De todas las criaturas dotadas de vida y pensamiento, las más desdichadas son las mujeres"[6].

Mera critica también la educación machista cuando escribe: "Para los hijos las ciencias y las artes, para ellos la literatura, para ellos todo el campo del saber humano, los títulos, las condecoraciones, las dignidades y las rentas…Para las hijas las faenas caseras, el aislamiento, la estancación de las ideas, la obscuridad, las escaseces y privaciones. ¿Esto no es injusto? ¿Esto no es bárbaro?"[7]

El escritor ambateño presenta, pues, uno de los primeros alegatos feministas al denunciar que se limita el papel de  la mujer al ámbito doméstico y calificar de bárbaro e injusto  su discrimen educativo.  Mal puede se acusado de menosprecio y odio hacia ella.

Otro elemento expresivo común a los artículos de Tijeretazos y plumadas es el  manejo del lenguaje. Dos aspectos podemos considerar es este plano. El primero, el del escrior castizo, que se ha nutrido de los grandes clásicos de la literatura española. El segundo, el de la aproximación al habla local, su tendencia hacia lo

6 Juan León Mera, Ojeada histórico-crítica sobre la poesía ecuatoriana, Colección Clásicos Ariel, No. 31, Segundi Tomo, Guayaquil, Cromograf, s/f, pp. 14 y 15.

7 Ibid, pp. 15 y 16.

conversacional.  Los cuadros costumbristas abundan en léxico local, refranes, expresiones populares, quichuismos y hasta incursiones en la oralidad, en lo dialectal: en “Una corrida de venados”,   por ejemplo, un indígena  que pasa junto al narrador le recrimina en tono iracundo: “Uiracocha jijoeperra! por tu causa se juyó la taruga, (p.136). Y  en boca del Teniente parroquial de “Un proyecto de retrato”  el narrador pone esta improvisada cuarteta: “Yo que no sué nengún enjusto,/ degan de mí lo que degan;/sólo quiero darme gusto/ fregando como me fregan. (p. 221) Los refranes o dichos repetidos de sabiduría popular son el sustento humorísitico de “Cuando Dios quiere dar, por la puerta ha de entrar” (pp. 89 a 97) y se muestran también en los demás artículos.

En todos ellos pueden detectarse elementos  costumbristas y realistas,  pero en algunos  el autor incursiona en la ficción narrativa. Por ejemplo, en “Aventuras de una pulga”,  “Los prodigios del doctor Moscorrofio” o “El alma del doctor Moscorrofio”, tres relatos que  se deben considerar páginas precursoras del cuento en el Ecuador[8].

 “Aventuras de una pulga contadas por ella misma”  presenta una composición cerrada, característica del cuento:  el narrador, Pepe Tijeras,  exalta un novedoso descubrimiento suyo: ha perfeccionado el micrófono de tal modo que tiene capacidad para captar y amplificar  hasta el lenguaje de los insectos.

8 En la selección  a mi cargo que corresponde al Ecuador en Varios, Antología del cuento andino, Bogotá, Secretaría del Convenio Andrés Bello, 1984, escogí  “Aventuras de una pulga” como muestra de los inicios del cuento en el país.

Cuando Mera publica este relato, en 1886[9], parecería improbable que se conociera en el Ecuador un micrófono. Pocos años atrás Alexander Graham Bell  había registrado su patente. Para el momento, pues,  el relato   tiene un ingrediente de ciencia ficción. El narrador bautiza el  perfeccionado invento con su propio nombre: “micrófono tijeras” y  lo aplica  a dos pulgas. Puesto junto a ellas el novedoso aparato,  se conoce que la  una se siente con temor de morir; la otra, más experimentada, le da ánimos y le insta a continuar escuchando el relato de su vida. Tras  concluir la relación, que compone el cuerpo sustancial del texto,  Pepe Tijeras, magnánimo, no  las aplasta, aunque finalmente se arrepienta al ser víctima otra vez de sus picados.

El viaje de la pulga por diversos cuerpos permite  a Mera ejercitar las dotes de un hábil narrador y desplegar su ironía, dar sus tijeretazos y plumadas críticos en las costumbres, la vida política y la sociedad de la época.

¿Qué lengua hablan los insectos?, pregunta el narrador. “Usan la lengua de la gente con quien viven”- responde. Y propone unos  significativos ejemplos (reparemos, de paso, cómo se revela en ellos los  prejuicios de clase social): “Entre nosotros las pulgas de los indios…se expresan en quichua, las de los cholos y chagras en quichua españolizado, las de la gente civilizada en español quichuizado, excepto unas pocas que se han atrevido a meterse entre el pellejo y la camisa de los académicos corrrespondientes (p.3)”. Y de seguido, estos  no

9 Juan León Mera, “Aventuras de una pulga contadas por ella misma”, Revista Escuela Literaria, Año I: No.3, Quito, Julio 1886.

se libran del comentario  burlón: “si bien es verdad que estas castizas pulgas, si llegasen á hablar en el seno de la Real Academia de Madrid, quién sabe si fuesen entendidas” (ibid).

En narrador cede la voz a la pulga que refiere en primera persona sus aventuras. La inicial en el cuerpo de una sirvienta, le depara la compañía de numerosas compañeras, y una experiencia revolucionaria, que termina en masacre: su audacia  e inteligencia le permiten acaudillar una conspiración pues entusiasma a las demás con inflamadas arengas sobre  “los legítimos derechos del pueblo- pulgo a la sangre humana”; pero cuando se hallan todas en la mejor posición, los dedos ágiles de la mujer acaban con las dos terceras  partes  de ese ejército revolucionario. Por fortuna, un inesperado bostezo de la criada permite a la pulga escapar de la muerte.

La segunda escala de su periplo es el cuerpo  de un jefe del ejército a quien sorprende cuando trataba con la sirvienta “un asunto delicado tocante al mucho cariño que el jefe tenía a la señora de la casa”. En este caso, la crítica se endereza también a fustigar el arribismo social, la habilidad para el acomodo, la poca valentía del militar y su participación oportunista en las asonadas de la época.  Cuando asciende por una pierna, la pulga se halla con una nigua que va de bajada y  con la cual entabla este diálogo: “¿Qué haces prima, le dije; me parece que obras mal en descender.- Te engañas, me contestó. Los  pies a donde me encamino son más provechosos que las alturas a donde vas. Reflexioné, conocí que la nigua podía tener razón, y le dije: ¡Adelante! En verdad, ¡cuántos medran admirablemente con clavarse a los pies de los personajes! (P. 8) Tras proseguir hacia el muslo y ascender a las caderas, la pulga entra a la meseta abdominal del  cuerpo del militar y da con un “venerable piojo, blanco, gordo y lucio, que llevaba en ese retiro vida filosófica(p.8)”. Como partidario del justo medio,el piojo no quiere seguir a la pulga aventurera en su ascensión. Cuando esta llega a la cumbre del pecho y, bien acomodada, se halla disfrutando del sueño, se despierta asustada, por los latidos del corazón del  jefe militar. ¿Cuál la razón del acelerado batir cardiaco? “Por lo que depués pude oír a tan bravo militar –nos relata la pulga-, había percibido á lo lejos los tiros de fusil más cercanos que jamás oyó en su vida” (pp. 9, 10)”. Más aún, de inmediato siente que se difunde un hielo horrible por la zona en la que se había alojado. Con temor de que el militar hubiera muerto, se  desplaza hacia  el cuello de la levita y, con gran alivio, comprueba que el jefe aún respira; sin embargo, como explicación del frío de muerte, se entera nuestra pulga de que el valiente militar “había recibido órdenes apremiantes de partir a sofocar una revolución”.  El comentario de la pulga se carga de ironía: “Si la víspera de la camorra – reflexiona- se me puso tan frío ese pecho, ¡qué será el día! (p. 10)”.

El coronel, en complicidad con la criada,  va a despedirse de su amiguita y la pulga aprovecha para cambiar al cuerpo de la “sensible y casta dama”. La pulga se halla allí una vez más en riesgo de muerte al ser atrapado por los tupidos dientes de una peinilla. Pero se salva por su habilidad en el arte de saltar gracias a la cual  va a parar “al encaje que adorna el alabastrino pecho de la dama”.

El humor de Mera sigue entonces  el relato de su personaje por insinuantes caminos, a bastante distancia de la idealizada sensibilidad de Cumandá. “A mí el salto oportunísimo, no solo me salvó de la muerte,- continúa su relación nuestro personaje-  sino me puso en muy ventajosa situación.  Así á lo menos lo juzgué á primera vista. ¡Qué pecho aquél! Si estaba diciéndome con su blancura, tersidad y  suavidad sedosa, pícame aquí, muérdeme allá, cómeme donde quieras, regálate! ¡Qué iba escoger yo donde todo era excelente! Atravesé el primer agujerito que junto a mí hallé en el encaje y apliqué mi trompa á la graciosa y divina prominencia izquierda. Pero ¡cáspita! Hallé tal resistencia… Esa epidermis era una cáscara que no la tenían ni la criada ni el militar. Trabaja y más trabaja sin que la señora se diese por entendida, como si el pellejo no fuera suyo, después de hundir mi punzante vocal instrumento hasta la raíz, pude extraer un poquito de un jugo amargo, en vez de sangre. ¿Qué se había untado esa diabla en forma de ángel, ó qué sangre era la suya? “ (P.13) La pulga se siente envenenada,  hace un mea culpa y concluye con una lección moralizante: “¡Qué engaño el mío! ¡Mira en lo que vino á parar el haber fiado de tan provocativa belleza!”  (p.13)

Nuestro personaje se salva otra vez de morir al pasar al cuerpo de un robusto infante y hartarse de su fresca sangre;  después se refugia en una de  sus orejas, con lo cual provoca que el niño se suelte en llanto, la precupación de la madre y la “del papá que lo amaba como a su hijo” y que sale disparado para traer a casa al médico. El relato tiene en esta parte como motivo el tópico  de  la burla a la falsa ciencia del galeno que, según juicio de la pulga protagonista, “era uno de aquellos cuyo talento necesita todo el favor de la Facultad para que pueda graduarse”.

El  mal no es conjurado  por obra del médico, sino por compasión de la pulga que, con precauciones, abandona su refugio cuando voltean a un lado  al pequeño para “repetir la inequidad del clíster”, es decir, para  aplicarle otro enema.

Pepe Tijeras llega de visita y, al acercarse al chico, la pulga aprovecha  el momento para pasar al cuerpo del narrador. Ahora, en otra vuelta de tuerca de la ficción, el mismo  narrador es objeto de la ironía, puesto que nuestro personaje prueba su brazo y lo encuentra bastante tieso. Al subir a su pecho siente que es una persona en extremo nerviosa; después aplica el aguijón y la sangre le parece “un si es no es picante”.

“Los prodigios del doctor Moscorrofio” se escriben en respuesta a un artículo en el periódico La Raza Latina, en el cual se narra un  insólito prodigio obrado por el sabio médico peruano D. Tomás Cevallos. Pepe Tijeras opone ante ese hecho una serie de maravillas que realiza el  legendario médico quiteño Dr. Moscorrofio: se enamora de una  chica muy bella, pero que  tiene un grave defecto: las orejas de la peor figura imaginable. El portentoso médico las cambia por  otras orejas bellísimas. Un mujer no está satisfecha con sus ojos azules y chicos; el doctor se los cambia por  los negros y lindos de una llama.  A  una beata que tiene una lengua bastante dañada la sustituye por la de un perro, aunque al animal prefiere dejarle mudo antes que ponerle la lengua de la beata. La maravilla mayor obra en el Hospital de San Juan de Dios al cambiar los sesos a un hombre que padece dolor de cabeza: los reemplaza por los de un borrico. Tras la jocosa descripción de la operación, Pepe Tijeras ejercita su ironía: “Pero ¡cómo quedaría esa cabeza! se me dirá. No puedo aseverar cosa alguna á este respecto: con todo, inclínome á creer que no quedaría mal, porque he conocido más de cuatro nietos del hombre de los sesos regenerados, que han obtenido grados y títulos, gozado de reputación de doctos, y sentádose en nuestros Congresos y desempeñado otros altos destinos” (p. 33).

Otro prodigio que se cuenta de Moscorrofio es haber cambiado el arisco corazón de una mujer. La operación la hace por pedido del marido que consigue  que a ella le pongan el corazón de una oveja.  Desde ese día,  la mujer es un modelo de paciencia, mansedumbre y dulzura. La conclusión del narrador  marca la distancia con la del marido de la  burlesca historia. “Si yo fuese sabio y hubiera vivido en esos tiempos,-  afirma-  creo que habría dado cuatro papirotes al que se avino con el amor de un corazón ovejuno” (ibid).

Otra de las intervenciones del médico quiteño es introducir añil disuelto en alcohol en las venas de un novio para que tenga sangre azul, pues el no tenerla era el único reparo que ponía  para el matrimonio la familia de la novia. Así cierra el artículo con esta ironía “Al tercer día esas sangres color de cielo se unían al pie del altar, y todavía viven entre nosotros familias que se enorgullecen con harta justicia de hallar su origen en tan noble tronco” (p.37)

La tercera fantasía, “El alma del doctor Moscorrofio”,  tiene como protagonista al mismo  personaje que visita  en la tierra desde el  infierno a Pepe Tijeras para  hacerle algunas revelaciones. Las hace en agradecimiento por haber puesto  sus proezas en letras de molde en el anterior artículo.  Satanás  le  concede el privilegio de regresar por media hora a la tierra porque el  famoso médico quiteño le ayuda con una césarea a traer al mundo cuatro diablillos de  su mujer más querida.  “¡Conque en el infierno hay matrimonios!- comenta admirado el narrador. “Lo mismo que en el mundo hay infierno en muchos matrimonios”, replica el médico.  La fértil procreación de diablos explica la omnipresencia del mal en el mundo. Moscorrofio revela  también que, en el infierno, hay una administración y gobierno perfectamente planificados y centralizados: “la educación está bien organizada, la enseñanza artística, industrial, científica no deja nada que desear, señala. Hay cátedras para todos los ramos, y premios para todos los adelantos. Apenas nace un diablillo, se le examina el cráneo por el sistema de Gall y se le dedica á aquello en que más puede sobresalir: éste para la abogacía, aquél para la medicina, el otro para la filosofìa, el de más allá para la política; no faltan aptitudes para la teología… “ (p. 46)

Antes de regresar al infierno, el doctor Moscorrofio se refiere a la actualidad del momento en el país: “Has de saber que la política del Ecuador preocupa mucho a mi augusto amo-  revela a Pepe Tijeras: ya le parece que tarda mucho la conquista de esta República, y no está satisfecho con el éxito de los montoneros de la costa, dice que el Congreso mismo, no obstante el fruto que sacó de él, hizo cosas que no le han agradado, y ahora pone sus esperanzas en las próximas elecciones populares, y para que trabajen en ellas organiza y disciplina un numeroso cuerpo de los diablos más duchos en intrigas, sobornos, fraudes, tontos celos, pueriles quisquillas y cuanto más se necesita para un esplendido triunfo…” (p.50)

Juan León Mera vivió a lo largo de una etapa histórica de transición tanto en nuestra América como en el Ecuador[10]. Nació en 1832, ocho años después de las victorias de Junín y de Ayacucho, cuando casi todos los países hispanoamericanos habían sellado su independencia de España.

A los daños materiales, el descuido de la producción económica y el desorden que trajeron consigo las guerras de la independencia, se sumaron  la inestabilidad política, el caudillismo, el militarismo y las contiendas civiles de la primera etapa de organización de las nuevas repúblicas.

Cuando Mera pasaba su infancia y entraba a la adolescencia, la vida política ecuatoriana estuvo marcada por la influencia de Juan José Flores. En 1845 el movimiento marcista se alzó contra el militarismo extranjero, pero muy pronto, el país conoció otros desórdenes del militarismo criollo: seis años más tarde José María Urvina se declaró Jefe Supremo; para l859, Ecuador atravesó por una de las  crisis más  graves, con una nación cuarteada y al borde de la desintegración. Entonces inició su  predominio político Gabriel García Moreno cuyo poder  se afianzó entre 1860 y 1875 con la hegemonía ideológica de la Iglesia Católica.

Poco tiempo después de la muerte de García Moreno, sobrevino la dictadura de Ignacio de Veintimilla y, para luchar contra ella, el movimiento restaurador.   A pesar de los esfuerzos desplegados por Mera para la renovación y  unidad de su partido, se produjo la división de los conservadores. Un año después de la muerte

10 Cfr. Diego Araujo Sánchez, “Mera y la educación”, en Contravía. Páginas Críticas, pp. 39  y ss.  Para, la biografía de Mera, Darío Guevara, Juan León Mera o el Hombre de Cimas,  segunda edición, Quito, 1965; Julio Tobar Donoso, “Juan León Mera”, en Juan León Mera, La Dictadura y la Restauración en la República del Ecuador, Quito, Editorial Ecuatoriana, 1992 .

del escritor ambateño, la transformación liberal de 1895  marcó el fin del Estado confesional y el comienzo de una serie de profundas innovaciones políticas y sociales.

En  cuanto a la economía, liberada esta de la dependencia colonial, inició su transición, como la de los demás países hispanoamericanos para integrarse  al  mercado y al capital internacional, con  las  consabidas subordinaciones. La etapa garciana favoreció el desarrollo económico gracias a las obras públicas, el fortalecimiento de las actividades productivas, la mayor eficacia de la administración estatal[11].

Estos años de transición pusieron en conflicto las visiones del mundo de una aristocracia conservadora, tradicionalista, católica, con raíces desde la colonia en la hacienda serrana, y  las de una burguesía liberal, innovadora, abanderada con el laicismo y la libertad de conciencia, que había surgido a la sombra del comercio agroexportador, y las de otros grupos sociales emergentes, conformados por pequeños o medianos propietarios de la tierra.

Entre aquellos pliegues de  la sociedad se desarrollaron divergentes tendencias estéticas y culturales. La yuxtaposición  de tiempos históricos dispares y el fraccionamiento social explican de alguna manera que, en el país y en nuestra América, los movimientos literarios  no se manifiesten en estado puro. Elementos de una y otra tendencia se superponen y conviven en mezcla asincrónica:  neoclasicismo, romanticismo, costumbrismo y brotes realistas…

11 Osvaldo Hurtado, El poder político en Ecuador, 9a. Edición, Quito, Letraviva, Ariel Planeta, 1990.

La  lectura de las obras de Juan León Mera[12] puede hacerse, lo he explicado en otro trabajo,  desde diversos códigos o  conjunto de  relaciones frente a los cuales los signos adquieren un significado más coherente.

Desde el código romántico, el escritor valora lo popular, recoge los cantares del pueblo ecuatoriano, justiprecia la lengua quichua, convierte en asunto de la creación literaria las leyendas y tradiciones, imagina historias de amor idealizadas  que terminan con el infortunio y la muerte. El autor romántico va tras lo exótico, exalta las infinitas formas y el poder innovador y creativo de la naturaleza, intenta una literatura americanista y plantea la posibilidad de un carácter nuevo y original para la poesía ecuatoriana; reconoce la importancia de la religión, costumbres, paisajes y tradiciones nacionales; se aventura por los caminos del costumbrismo y anticipa el realismo.

Por el código neoclásico, imagina, en unos casos, personajes con el porte y la contextura moral de los héroes clásicos, o, en otros, personajes  que representan prototipos sociales; utiliza un lenguaje castizo, concibe al arte con propósitos educativos, escribe fábulas,  exalta los frutos americanos, el paisaje y la universalidad de las creaciones estéticas.

Pero aquellos dos conjunto se subordinan a otro, de carácter apologético, que informa  toda la obra de Mera: la defensa de la fe católica y una lucha contra todo cuanto la amenaza con las nuevas ideologías.

Desde el punto de vista político, el ideal católico de Mera exige el mantenimiento del orden, la estabilidad, un mundo sólido en donde los grupos e individuos

12 Diego Araujo Sánchez, “Introdución y notas a la edición crítica de Cumandá por Juan León Mera”, Colección Antares, No. 6, Quito, LIBRESA, 1984.

antagónicos tengan la posibilidad de la reconciliación a través del amor y el perdón y el imperio de la moral evangélica. En Mera,  los principios de disciplina en la república son parte de una concepción patriarcal de la autoridad y el poder,   bastante  generalizada en su tiempo entre personas de  las distintas clases sociales e ideologías. Para él, la raíz de los problemas de la sociedad es de carácter moral. La percepción de la omnipresencia del mal en  ella y de los peligros de la civilización moderna  se hallan condicionados por los cambios en la tradicional composición  de la sociedad ecuatoriana. Nuevos grupos emergentes, con sus propias visiones del mundo, ponían en peligro la tradicional cosmovisión conservadora.   Habían terminado el orden la estabilidad y  el control ideológico que se mantuvieron a raya bajo la mano garciana.[13] La defensa ideológica  del autor apunta sobre todo al espacio en donde se forjan los valores y se educan las conciencias de hombres y mujeres: el hogar, la familia.

Mera es un intelectual conservador. Después de luchar contra la dictadura de Ignacio de Veintimilla, frente a la cual defendió la legitimidad de la insurrección[14],  él mismo redactó el programa del partido por cuya unidad siempre abogó. Si resulta  bastante injusto reducir su personalidad a la de un intelectual orgánico, portador de la ideología del poder, lo es mucho más, presentarlo como una mentalidad retrógrada. No. Los ideales católicos republicanos del escritor expresan, para la época, algunas posiciones francamente progresistas:

13 Cfr Diego Araujo Sánchez, “Mera y la educación”, en Contravía. Páginas Críticas, pp. 39  y ss.

14 Juan León Mera, La Dictadura y la Restauración en la República del Ecuador, en sayo de historia crítica, Quito, Editorial Ecuatoriana, 1932.

oposición a la pena de muerte, sufragio popular y libre, altenabilidad como condición básica del sistema democrático, libertad de imprenta y asociación.  La capacidad crítica y el talante honrado del intelectual le llevan a posiciones que pueden ser consideradas  de avanzada social para la época.  Por ejemplo, como senador en el Congreso de 1885, presentó un novedoso proyecto  de escuelas matinales destinadas los indígenas para cuya fundación se creó un impuesto subsidiario. Ese proyecto fue objetado por el Ejecutivo, aunque se aprobó como ley un año después,  pero no  se lo cumplió con eficacia.[15]

Las páginas de Tijeretazos y plumadas nos revelan un Mera poco conocido y valorado como precursor del cuento, escritor costumbrista, agudo comentarista de los vicios de la sociedad. El autor se viste de Pepe Tijeras u otros trajes como narrador y, a pesar de sus resistencias a las máscaras y disfraces, al amparo de ellos  asume una ejemplar libertad  como creador  gracias a la sátira,  la ironía y un divertido humor,  para revelarnos otros timbres de su poderosa voz como escritor que se mantiene todavía fresca, viva, actual, en este libro. Una edición crítica de Tijeretazos y plumadas es una deuda que el Ecuador mantiene con el notable escritor ambateño.

15 Cfr. Julio Tobar Donoso, “Juan León Mera”, op, cit,  XXVII.


Discurso de bienvenida pronunciado por el académico de número don Julio Pazos Barrera, en la incorporación a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, del doctor Diego Araujo Sánchez, en calidad de miembro correspondiente.

Quito, jueves 12 de febrero de 2015, Auditorio de la Academia Ecuatoriana de la Lengua

Introducción

Si me atengo a la primera acepción del término filología del DRAE, que dice: “ciencia que estudia una cultura tal como se manifiesta en su lengua y en su literatura, principalmente a través de los textos escritos”, encuentro que Diego Araujo Sánchez es un filólogo, en el cabal significado de su quehacer de ensayista y crítico. El objeto de su actividad es el conjunto de textos de la literatura del Ecuador, salvo los casos de la literatura internacional,  El Quijote de Cervantes y Crimen y Castigo, novela de Dostoievski.

Diego Araujo, a lo largo de muchos años, ha desarrollado su lectura en diversos sentidos, a saber, comentario descriptivo, síntesis panorámica, lectura comparada y análisis literario. Los instrumentos teóricos de trabajo los adquirió en el ciclo doctoral de literatura de la PUCE y, sobre todo, en su incansable formación personal. Cabe anotar que sus aportes intelectuales no solo se han evidenciado en la filología, área que motiva esta breve exposición, sino también en la docencia secundaria y universitaria, ejercicio pedagógico que le han valido sentidos reconocimientos por parte de quienes fueron sus centenares de alumnos. Además, por muchos años ha entregado artículos de opinión en los diarios del país, especialmente en el desaparecido Diario Hoy, del cual fue subdirector.

Lector ideal

En el Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, de Ducrot-Todorov,  se dice que: “la lectura se propone describir el sistema de un texto particular. Se sirve de los instrumentos elaborados por la poética, pero sin limitarse a  aplicarlos; su finalidad es diferente y consiste en poner en evidencia el sentido de un determinado texto, sobre todo en cuanto no se deja agotar por las categorías de la poética”.

La lectura mencionada difiere de la lectura real, puesto que ésta no se propone describir ningún sistema. El lector real puede leer una parte del texto, leer el final del texto, puede suspender la lectura, en cambio, el lector ideal se propone todo lo dicho en la cita del Diccionario, pero especialmente, quiere “poner en evidencia el sentido de un determinado texto”, y este es el caso de Diego Araujo. En todos sus escritos insiste en la búsqueda del sentido y en ese afán, generalmente, acierta; luego de aplicar algunos instrumentos, ilumina y descubre el sentido. Los  lectores ideales de los textos de Diego, con su guía, apreciamos y entendemos mejor los textos originales.

¿Cuáles son los instrumentos teóricos que le sirven a Diego Araujo para buscar y expresar el sentido de las obras? No pretendo enumerarlos exhaustivamente porque muchos quedarían fuera, pero, los más notables, en mi opinión, son los que se desprenden de la Sociología de la Literatura, en especial, de los expuestos por Lucien Goldmann, a propósito de los textos narrativos. Cito al teórico rumano, de su libro Para una sociología de la novela, quien escribe: “el carácter colectivo de la creación literaria proviene del hecho de que las        estructuras del universo de la obra son homólogas a las estructuras mentales de ciertos grupos sociales o en relación inteligible con ellos, mientras que en el plano de los contenidos, es decir, de la creación de mundos imaginarios regidos por estas estructuras, el escritor tiene una libertad total”.

Como se infiere de la cita, en la Literatura, además del texto y de los grupos o clases sociales, figura el escritor, el mismo que en su obra recrea una visión del mundo. Según Goldmann, la función del crítico literario es la de establecer la homología entre la ideología de una clase social y la manifestada en la obra literaria, intermediada por la ideología del escritor. Diego Araujo se fundamenta en estas ideas para realizar sus lecturas. De hecho, Araujo se remite a la historia del Ecuador y en el caso de El Quijote, a la historia española de los siglos XVI y XVII; del mismo modo, apela a las biografías de los autores.

Una fuente muy utilizada por Araujo es la de los formalistas rusos. De Boris Tomashevsky extrae las nociones de trama, argumento, motivo y secuencia, instrumentos que permiten adentrarse en las narraciones. A estas se suma el de los puntos de vista, muy necesarios para identificar las características del discurso.

Otra fuente teórica del método de análisis adoptado por Diego Araujo se encuentra en la semiología del texto artístico, en particular de las investigaciones del semiólogo ruso Yuri Lotman. En la descripción comentada por Adolfo Sánchez Vázquez, quien dio a conocer el libro Estructura del Texto Artístico de Lotman, en un seminario organizado por uno de los Congresos de Literatura Ecuatoriana en Cuenca, se anota que, según Lotman, el texto literario es un “sistema organizado que sirve de medio de comunicación y se vale de signos” y es un sistema de modelización secundario del mundo, puesto que el primero es la lengua. Este sistema secundario o modelo del mundo se construye con signos y códigos propios del arte literario.

Por último, Diego Araujo acude a la estilística para relievar los aspectos retóricos de las obras.

Con este conjunto teórico, someramente reseñado, el ensayista y crítico Araujo, emprende en la búsqueda del sentido de los textos artísticos. Su campo de acción intelectual abarca las diversas disciplinas sociales que cubren el patrimonio cultural del Ecuador, claro está que con este acervo no se trató exclusivamente de sustentar el análisis literario, sino, además de nutrir su experiencia vital.

Resumen de los ensayos críticos

La selección de los textos analizados, en mi criterio, atiende a los principales exponentes. En la panorámica que levanta a partir de las historias literarias de Isaac J. Barrera, Hernán Rodríguez Castelo y Juan Valdano, se observa el propósito de profundizar y cuando la índole del ensayo le impone el registro de numerosas obras, dedica a cada una de ellas, párrafos de certeras apreciaciones.

Aunque sea  de paso aludiré a los escritos de Diego Araujo. En 1979 publicó un Panorama del teatro ecuatoriano. Luego de la revisión histórica concluye que en la actualidad la condición del arte teatral no difiere significativamente de la situación colonial. Señala los diversos obstáculos que a su juicio debe sortear este género artístico.

En 1979, Araujo, escribió el ensayo titulado Cumandá: Ideología y literalidad.  Estableció que en la novela de Juan León Mera, los motivos de la naturaleza, del poeta y del indio se comportan dentro de tres códigos, a saber, el apologético, el neoclásico y el  romántico. Prevalece el código apologético.  El narrador, anota Araujo, es omnisciente con la interrupción de un narrador editorial. Los comentarios de este último son apologéticos, es decir, transmiten los principios y la moral católica.

Para explicar la homología subraya que Mera fue un defensor del conservadorismo garciano. Araujo concluye que: “la defensa del catolicismo conservador e individualista de la época, preside la cosmovisión a través de la cual percibe la realidad el ilustre ambateño”. De modo que la novela Cumandá es un trasunto de la visión del mundo del autor y del grupo social al que pertenece.

A propósito del sesquicentenario de la creación de la República, Diego Araujo, escribió una síntesis valorativa de las formas narrativas que se han escrito hasta 1980. Comenzó con la protonovela y concluyó que la ausencia de obras narrativas en el período hispánico se debió a que “una imaginación colonizada difícilmente podía llegar a la expresión novelesca”.

A continuación esboza un panorama de la narrativa de la segunda mitad del siglo XIX hasta 1930, y advierte que desde 1945 hasta 1970, la novela parece frenar su desarrollo. Sin embargo, para visualizar la narrativa posterior se detiene en las obras de este período, sin dejar de anotar que estos años corresponden a las grandes novelas de Rulfo, Carpentier, Vargas Llosa, García Márquez, y a los libro de cuentos de Borges y Cortázar. Pero Araujo registra las excepciones, menciona y comenta El Chulla Romero y Flores, de Jorge Icaza;  El éxodo de Yangana, de Ángel F. Rojas; La Espina de Alejandro Carrión;  Los Hijos, de Alfonso Cuesta; Segunda Vida, de Arturo Montesinos y los relatos de César Dávila Andrade. Para la consideración extratextual del desconocimiento nacional e internacional de estas obras dice: “la situación no es casual, es fruto de un sistema social que condena reiteradamente a los hombres al silencio o les da golpes hasta adormecerlos con el engaño y la violencia de cada día; es condicionamiento de un contexto que, al traducir todo valor a términos cuantitativos, impide el desarrollo de cualquier aspiración hacia valores cualitativos, ya por su escasa rentabilidad, ya por el peligro que ese desarrollo implica para el ‘orden’ social”.

No obstante, la posible desarticulación con el desarrollo de la narrativa hispanoamericana del los sesenta se supera cuando se observan los nuevos modos de novelar de los autores ecuatorianos. Diego Araujo se remite a las Pequeña Estaturas, y a La Manticora, de Pareja Diezcanseco; a Siete Lunas y Siete Serpientes y a El Secuestro del General, obras de Demetrio Aguilera Malta, y la novela Atrapados de Icaza. Estos textos, según Araujo, manifiestan caminos diversos a los del realismo social. Prosigue con las nuevas características. Encuentra en estos textos una ampliación de la realidad y un nuevo tipo de realismo. Retrocede al arte de Pablo Palacio, quien inició los cambios. Pero además de las novelas ya citadas, comenta las de Alicia Yánez, Iván Egüez y Jorge Dávila Vásquez. Otro aspecto del cambio es la desintegración de la realidad, tema que desarrolla con el análisis de dos fragmentos de la narrativa de Pareja Diezcanseco, uno de 1946 y otro de 1970. Subraya que esta nueva novela es urbana. Un ejemplo es El Desencuentro, de Fernando Tinajero. Otros rasgos notables del cambio son los temas del lenguaje como problema y la reflexión sobre la creación artística, temas que aparecen dentro del discurso narrativo en novelas como Entre Marx y una Mujer Desnuda, de Jorge Enrique Adoum, o en  Pájara la memoria, de Iván Eguez.

Diego Araujo cierra el panorama con estas palabras referidas a los autores: “expresan su voluntad de renovación y reflejan la realidad caótica, desintegrada y múltiple, del referente extranovelesco”.

En 1985, Araujo, analiza la novela A la Costa, de Luis A. Martínez. El propósito es la búsqueda del sentido, con tal fin  desarrolla una aproximación a la época desde el punto de vista socio-político, aspecto importante para establecer la homología. El siguiente paso es el trazo biográfico de Martínez. Prefigura la trama de A la Costa y señala que la narración  se alimenta con episodios históricos reales, pero urdidos con manipulaciones del tiempo. Araujo distingue tres núcleos significativos en torno a los cuales giran los motivos. Son tres crisis, una frente a la naturaleza (terremoto de Ibarra), otra de índole política (lucha entre conservadores y liberales), y  el enfrentamiento económico-social (los personajes). Las mediaciones con los perfiles reales manifiestan el paisaje de Quito, de Sierra y Costa; la influencia del pensamiento positivista del autor que clasifica a las personas en fuertes y débiles como consecuencia del determinismo genético; la crítica a la religión y al clero; la crítica a la educación; liberalismo versus conservadorismo y por último las condiciones de trabajo en la Costa muy propensas al encuentro de la muerte.

El acápite final de este análisis se refiere a la técnica y al lenguaje. Araujo concluye con esta reflexión: “la notable coherencia entre significado y significante y toda la novela con la historia social de la época, constituyen, pues, razón suficiente para valorar A la Costa como precursora del realismo y obra medular dentro de la narrativa ecuatoriana”.

En 1985, volvió a Cumandá, pero esta vez con el texto minuciosamente establecido. La metodología es similar a la anterior, aspecto que revela su validez. En todo caso, para Araujo, es necesario “conocer un hito inicial del género y a la par, para valorar una de las personalidades más importantes de la cultura ecuatoriana del pasado siglo”. En esto de la personalidad de Mera, Diego Araujo acota que: “Mera fue, ¡qué duda cabe!, un católico fervoroso y sincero, pero en ningún caso portador de ideas oscurantistas retrógradas, como alguna crítica interesada quiere hacerle aparecer. Más aún, para el Ecuador de su tiempo algunas de las concepciones de Mera resultan francamente progresistas”.

Entretelones de una ideología, es un ensayo escrito en 1988, dedicado a Manuel J. Calle. Araujo aclara que su texto tratará exclusivamente de la ideología. El núcleo ideológico, escribe, “es el telón de fondo del discurso literario de Calle”. Afirma que en ese discurso se oyen las “voces de la sociedad de la época e intereses claramente identificables”. Calle fue defensor de las ideas liberales, luego del triunfo de 1895 y por ende su actividad intelectual se orientó a combatir las ideas conservadoras de quienes anhelaban retornan al anterior régimen. Diego Araujo busca determinar el programa ideológico de Calle que se resume en la divulgación de doctrina liberal. Según Araujo, Calle “profesó un liberalismo entre romántico y, en algunos aspectos, positivista, con raíces en el pensamiento de la Ilustración y en una tendencia espiritualista”.  Calle buscó fundamentar la libertad de conciencia, el libre mercado, la libertad de prensa y de enseñanza. No fue ateo, pero se manifestó contrario a la participación política del clero y al uso de la religión con fines políticos.

 Con el título de El secreto de la felicidad, Araujo relieva las contradicciones del pensamiento de Calle. Así por ejemplo, para sustentar el ideal del progreso, Calle endilgó la desidia de los ecuatorianos a la herencia india. Frente a ello propuso la necesidad de fomentar la inmigración anglo-sajona, en especial, hacia las supuestamente despobladas tierras amazónicas. Parece que Calle no tomó en cuenta la mano de obra india que suministraba el alimento y que sostenía cualquier realización de obras públicas y privadas. Según Araujo este extremo de la contradicción de las ideas de Calle “respondían con coherencia a la doctrina político-económica liberal en beneficio de la burguesía”. En el otro lado, Calle condenó el imperialismo yanqui, proclamó su adhesión al pensamiento integracionista bolivariano. Por último la contradicción se agudizó cuando Calle colaboró con el gobierno de Plaza Gutiérrez.

Este meticuloso ensayo de Araujo no se aparta de la poética de Lucien Goldmann y más tarde retomará el tema.

Data de 1990 el libro de Diego Araujo, Miguel de Cervantes. Selección y comentario de textos de “El Quijote”. Fue publicado por la Editorial Indoamericana constituida por Juan Valdano. Este texto, y los de otros escritores ecuatorianos dedicados a Cervantes, puede leerse  en la página virtual del Instituto Cervantes de Madrid. Fui designado por el Instituto para realizar la investigación, la misma que se inició con Juan Montalvo y concluyó con Diego Araujo.

La aproximación literaria de Araujo reúne las siguientes partes: Cervantes, entre el Renacimiento y el Barroco; La España de Cervantes; Vida y obra de Miguel de Cervantes; La Composición de El Quijote que incluye El Quijote y las novelas de caballería e Historias dentro de la historia. Otros apartados son: La Múltiple Lectura de la Realidad; Los Personajes; Técnica y Lenguaje, esta última contiene la Perspectiva Narrativa, el Humor y El Lenguaje. Los lectores de este ensayo no solo que aprovecharán de la información suministrada para enriquecer sus lecturas del libro cimero de la lengua española, sino que disfrutarán de su claridad y coherencia.

Para muestra un botón dice la gente cuando se ve en la necesidad de no alargarse. Por cierto, la expresión aludida puede aplicarse a lo malo y a lo bueno. En este caso, se trata de lo bueno. En 1993 analizó Vivir del Cuento, libro de Vladimiro Iturralde. En 1998 publicó Un Forzado de las letras. Antología de Manuel J. Calle. En este, además de la ideología antes reseñada, Araujo incluyó la crítica textual, a partir de los registros literarios expuestos por Hernán Rodríguez Castelo. En el 2004, Araujo realizó un extenso panorama de la literatura del Ecuador, con el título de Literatura: épocas, géneros y autores, y que fue tarea encomendada por los editores de Enciclopedia Ecuador A Su Alcance, edición de Espasa de Bogotá. En 2011, Araujo analizó la novela de Ángel F. Rojas, El Éxodo de Yangana.

En la misma línea de trabajo, es decir, de las visiones panorámicas que no solo son listas de autores y obras, sino cuidadosas relaciones con marcos históricos, estilos de épocas y rasgos característicos, Diego  Araujo escribió tres artículos que se insertaron en los volúmenes 2, 3 y 4 de la Historia de las Literaturas del Ecuador, emprendimiento de la Corporación Editora Nacional y la Universidad Andina Simón Bolívar. Estos son: Entre la tradición y la ruptura: 1767-1830El romanticismo en Ecuador e Hispanoamérica y Poetas del Modernismo.

Un breve paréntesis merece una ponencia presentada al VI Encuentro sobre Literatura Ecuatoriana Alfonso Carrasco V. en 1997, se trata de Comunicación y Literatura. Luego de anotar “que el periodismo y la literatura comparten un territorio común con imprecisos límites”, comenta sobre el provecho que el comunicador obtiene del estudio de la literatura. Le favorece, dice Araujo, en cuanto al conocimiento del lenguaje, a comprender la naturaleza del discurso poético, a conocer el desarrollo de la historia de las letras y a profundizar en las grandes obras literarias. De esta manera el comunicador tendrá una visión más cabal de la realidad y podrá enfrentarse con la enorme y caótica carga de la información en nuestro tiempo. Dice Araujo: “leer con rigor y profundidad la poesía es la más difícil lectura y, por tanto, será un aprendizaje ideal para leer otros signos del gran libro de la realidad”.

El último aporte impreso de Araujo es el volumen titulado A Contravía. Libro que fue sabrosamente presentado por el académico Simón Espinosa Cordero. Se trata de una recopilación de ensayos, uno nuevo es  Juan León Mera y la Educación, en el que se examina La Escuela Doméstica, obra publicada en 1880, y un capítulo de Ojeada Histórico-Crítica sobre la poesía ecuatoriana, libro impreso en 1893. En una parte del ensayo, Araujo, cita los párrafos de Mera referidos a la defensa de los derechos de la mujer, actitud que sorprende dadas su ideología y los prejuicios de su tiempo. Otro ensayo muy sugestivo es De César a César: una visión de la poesía de Vallejo y Dávila Andrade, este trabajo es un modelo de literatura comparada. El mismo procedimiento se advierte en  Tratado del amor clandestino  y la Piel del miedo de Francisco Proaño Arandi y Javier Vásconez, respectivamente. Gran admiración expresa Diego Araujo en la valoración que hace del libro de ensayos literarios A la zaga del animal imposible de Iván Carvajal. Dice Araujo que la obra es “en primer lugar, un ejercicio de lectura poética, rigurosa, apasionante, desde las vertientes del lenguaje, pero también del contexto histórico y la vida social, la ideología y la cultura, y desde ese impulso final de asalto a la fortaleza inexpugnable del sentido de toda gran poesía”. Vemos la razón del entusiasmo, puesto que Diego Araujo desarrolló, metódicamente, las características de la perspectiva crítica que encuentra en los textos de Carvajal.

Hasta este punto y con afán de síntesis, cualidad que no poseo, he mencionado los frutos intelectuales del recipiendario Araujo que es recibido solemnemente por la Academia Ecuatoriana de la Lengua, muy merecidamente.

La materia del discurso trata de un libro de Juan León Mera poco conocido. Otras de sus creaciones corren la misma suerte. Las citaré: Leyenda de la virgen del sol, Mazorra, las  cien fábulas que no se han recogido en libro, la obra completa de sor Juana Inés de la Cruz, La Escuela Doméstica que suscitó el interés de Diego Araujo, las biografías y la polémica con un embajador de España por causa del Himno Nacional, que dio lugar, en la actualidad, a un libro de Elena Barrera Arawal. Por cierto, obras más conocidas son Cumandá, Novelitas EcuatorianasOjeada histórico-crítica de la poesía ecuatoriana, Cantares del pueblo ecuatoriano y Dictadura y restauración en la República del Ecuador, obra que fue reeditada por la Corporación Editora Nacional. Aunque, en el caso de Mera, el que se lean con interés algunas de sus obras es ya un éxito.

Excelente me parece la apreciación crítica de Tijeretazos y plumadas. Se ubica al autor en el complejo período que va desde la fundación de la República y llega al 5 de junio de 1895. Historiadores y sociólogos fijan dos etapas, la primera de predominio terrateniente y la segunda de signo comercial y bancario. Sin embargo, la lucha política fue permanente. Conservadores los primeros, liberales los segundos. Pactaron las fuerzas políticas para derrocar a Ignacio de Veintimilla, guerra que duró un año. Conservadores y liberales se entendieron y el resultado fue que los conservadores mantuvieron el poder; este pacto se denominó Progresismo. Juan León Mera rechazó el pacto. En este marco de permanente crisis, Araujo, ubica al autor ambateño, conservador a ultranza. Araujo ve, en la literatura que produjo Mera, una síntesis de neoclasicismo, romanticismo y hasta realismo y siempre, como en otros textos, sostuvo que fueron códigos atravesados por la ideología emanada de la religión católica. Diego Araujo desarrolla en su discurso las contradicciones que se producen en el pensamiento de Mera y lo hace con gran precisión.

Ni por asomo he querido realizar crítica de la crítica, asunto que  sería la valoración del análisis de Tijeretazos y Plumadas, por parte de Araujo; pero no dejo de pensar, a propósito de las producciones artísticas de Mera y también de las de Montalvo, en que ellos integraban la paupérrima república de los intelectuales. El Ecuador de su tiempo no pasaba de 800.000 mil habitantes, de los cuales más del 90 por ciento eran analfabetos. En medio de esta aridez surgieron escritores admirables, Mera fue uno de ellos.

Y para terminar, en la lectura y relectura de los textos de Diego Araujo, encontré que, además de todos sus meritos, en ellos se reitera el término nuestro. Con frecuencia escribe nuestro paísnuestra América. Entiendo que esa declaración de propiedad enaltece a Diego Araujo porque valorándose él, valora la cultura que nos identifica y da sentido a esfuerzos  plausibles y a magníficas creaciones.

Gracias