Tu hombro lacerado apenas soporta la impedimenta.
Sostienes —¡oh, las rodillas inseguras y la testa humillada hasta el abismo!—,
el universo de letras, los carrizos de la cesta —agobiada— de palabras.
Desmenuzas con la boca las que caen del estuco, de la columna sonora.
El orden del alfabeto no se ciñe a las urgencias
del pensamiento, al delirio insano de la pasión, a los vientos de la duda.
El mundo desconcertado se desata de tu espalda.
Pierde la forma del globo. No se acomoda a tus huesos.
Se derraman de ese plano, de esa proyección inerte de la esfera inteligible,
la cascada del vocablo, el agua turbia del mar,
las espumas del lamento, los detritus de la idea.
Quieres desechar el bulto, cederlo a mejor cintura, a más digno caminante.
¡Pides volver a los pisos altos de la construcción, a la techumbre engañosa!
Vislumbras sobre las ondas una silueta, un dibujo:
la barca del pescador, la caña, la red, el rostro sereno de la paciencia.
No necesita otra carga la panza de la canasta: el pez de plata o de luna.
Digo, la letra o la sílaba.
Poema no publicado, cortesía del autor para nuestra web.