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«Una flor para Juan», por Fernando Tinajero

Reproducimos el artículo que Fernando Tinajero escribió a la memoria de don Juan Valdano Morejón.

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Reproducimos el artículo que Fernando Tinajero escribió a la memoria de don Juan Valdano Morejón.

“Varias veces he expresado por escrito que considero a Juan Valdano como uno de los más importantes escritores del Ecuador contemporáneo, y creo que no será fácil nombrar a otros diez como él. Dueño de una gran versatilidad, su producción caudalosa y constante disputa el primer lugar con un puñado de elegidos, ya sea en el ensayo, ya en la narrativa, bajo las formas del cuento y la novela. La perspicacia, la sutileza, la insinuación incisiva, junto a la firmeza de sus convicciones medulares, son apenas algunas de las virtudes de sus textos, en los que siempre se percibe la amplitud de su cultura y la profundidad de su visión crítica del mundo. Leerle es un regalo para el espíritu; es abrirse al vasto mundo de las ideas sin abandonar la delicadeza del sentido estético.”

Con estas palabras comencé, hace apenas dos meses, mi intervención en el acto que la Academia Ecuatoriana de la Lengua llevó a cabo para presentar “Tras las huellas de Orfeo” [sic], que resultó ser el último libro de Juan. Lo hice por pedido suyo, a pesar de haber decidido ya hace tiempo mi retiro de toda actividad pública. No podía negarme a un fraternal requerimiento de quien, desde los años sesenta, transitó conmigo por los mismos caminos: ¡más de medio siglo de compartir intereses, debatir divergencias, defender principios y cultivar afectos!

Le conocí en Cuenca, cuando participábamos ambos en algún seminario que se desarrollaba en la Universidad. Estábamos en medio de la efervescencia de aquellos años que nos habían arrastrado a los cuestionamientos radicales. Eran los años del parricidio intelectual, pero a la vez, de la búsqueda de nuestras propias raíces. Los años en los que ser decente y ser de izquierda parecían ser sinónimos. Lo admirable era que Juan, sin dejarse arrastrar por la corriente, había encontrado su propio modo de decencia. La discusión apasionada y la mesura de las indagaciones fue sazonando nuestra amistad y puso a prueba nuestra capacidad de querernos en medio de investigaciones, desacuerdos, reconocimientos y preguntas.

Y ahora, él también se ha ido. Aún no me he repuesto del dolor que me causó la ausencia de Santiago Andrade, cuando me viene la noticia de que Juan también se ha ido. No obstante, él se queda entre las páginas de sus libros abundantes y certeros. Libros que fueron escritos como la expresión de una íntima necesidad de comunicarse. Libros que no renuncian a ninguna de las asperezas que entraña la investigación profunda, pero exhiben la marca de la grandeza verdadera, que es la sencillez. Libros que merecen, casi diría que exigen, ser reunidos en una condigna edición de obras completas. Todavía hoy, al cabo de tantos años, tengo leves discrepancias con el contenido de alguno de ellos; pero seré el primero en reclamar que una obra tan rica y tan variada sea incorporada al nivel más elevado de nuestro patrimonio intelectual. Hacerlo será mi propio homenaje a la memoria de un amigo admirable.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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