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«Violeta», por don Marco Antonio Rodríguez

La obra de Violeta Luna es una de las más vastas, vigorosas y originales de su generación. En 2005 se reunió la mayor parte de su creación en “Poesía junta” que rebasó las quinientas páginas...

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“… dentro de esta piel soy solo un nombre/ un nombre rebuscado entre la hierba,/ sacada de raíz de las raíces’. Cuando Violeta Luna (Guayaquil, 1943) habla, musita, y cuando dice su poesía, el silencio rodea sus poemas. Violeta levanta un mundo poético desde el ser humano y su incursión vital en el entorno. No rezuma amargura; infunde asombros, palpitaciones, refracciones vivificantes. Una rugosa sensación de vida se desprende de su obra.

Violeta es una poeta solitaria, ¿pero qué significa ‘solitaria’? Creemos saber mucho de los procesos creativos cuando invocamos la palabra ‘soledad’, mas no es así. El oficio de poeta es el más solitario; pienso en la carta de Rilke a una amiga: “Salvo dos cortas interrupciones —escribe— hace dos semanas que no pronuncio una sola palabra; al fin mi soledad se cierra y estoy en el trabajo como el corozo en el fruto”, y no hallo en estas líneas el paradigma de la soledad del poeta del que hablan muchos, lo que trasuntan es ‘recogimiento’ y, acaso, necesidad de alejarse para llegar a las oquedades de su ser.

La obra de Violeta es una de las más vastas, vigorosas y originales de su generación. En 2005 se reunió la mayor parte de su creación en “Poesía junta” que rebasó las quinientas páginas. “Con el sol me cubro”, “La sortija de la lluvia”, “Corazón acróbata”, “Memoria del humo”, “Las puertas de la hierba”, “Una sola vez la vida”, algunos de los poemarios recopilados. Su voz, intensamente vivencial, está urdida por un amor herido, lacerado, en permanente agonía; solo decae en sus poemas de “denuncia social”. Poesía clara, sin pretensiones afilosofadas o afectaciones; poesía emergida de un manantial translúcido.

El tiempo, la niñez perdida, encuentros y despedidas, el júbilo y el dolor de vivir, vuelos y abatimientos, rondan la poesía de Violeta. Escuchar la tierra la vivifica, en la escucha halla sosiego, aunque pronto se le escurra de sus manos: ‘Difícil es dormir profundamente/ si está lloviendo adentro./ El agua que gotea, gime y canta,/ es música el día/ y llanto a medianoche./ ¿Qué puedo hacer mañana/ con esta vida que se escapa?’ “La música ante todo”, alentaba Verlaine.

Como la poesía se resiste a un análisis lógico, se torna misterio. Blancura del murmullo de la vida y la desvida, a la que acompaña hesitaciones del ser; necesidad de estar en la vida sin dejar de ser ella misma: ‘Alegría/ en qué lugar quedaste,/ en qué cajón crujiente de la infancia,/ debajo de qué sauce…’. O esto otro: ‘tu olvido que se fue como la niebla,/ tu vida que en mi vida nunca estuvo’.

El arte poético de Violeta es pródigo en imágenes visionarias, juego de espejos, manejo minucioso de la musicalidad que fusiona al lector con la armonía de una sinfonía áspera y tierna, como la vida, como el amor y la muerte: ‘Debajo de estas nubes está un músico/ tocando melodías tornasoles,/ ninguna tan azul, tan imposible/ como esta sinfonía de la espera…’. Su propuesta: una osada, bella, dolorosa sonata de la ausencia.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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