Verba mea auribus percipe, Domine, intellige clamorem meum.
Salmo 5
Señor, por todas partes mi espíritu te encuentra,
armado de justicia, vestido de poder;
y cuando más se extiende mi vista, se concentra
en mi alma el sentimiento de tu indecible ser.
Te miro en el espacio azul del firmamento
midiendo con tu vista la inmensa eternidad,
de fúlgidas estrellas un trono por asiento
y el sol allá en tu diestra vertiendo claridad.
Te miro en esas nubes que llevan encrespadas
de manto ennegrecido cubierto de capuz,
cuando rugiendo cruzan el éter inflamadas
privándome que mire tu bienhechora luz.
El hórrido estampido que cruza el firmamento,
cuando iracunda viene la negra tempestad,
y el ronco rebramido con que se rasga el viento
me anuncian con su estruendo tu regia majestad.
Te miro en las nevadas pirámides que al cielo
su cúspide levantan con mágico esplendor,
magníficos santuarios que diste a mi suelo
para que rindan culto los Andes a su Autor.
Señor, por donde quiera se vienen a mi mente
también de tus bondades ideas en tropel,
y a cada instante mi alma conoce reverente
las glorias del imperio que codició Luzbel.
Empero más sublime te muestras y glorioso,
admiro enternecido tu santa majestad
cuando de alianza el arco te anuncia misterioso
cual ese Dios inmenso de paz y de bondad.
¡Señor, yo te contemplo! Mi voz agradecida
te eleva esta plegaria al son de mi laúd,
porque te ve guardando la religiosa vida
del hombre a quien inspira tu soplo de virtud.
Ya no del temor santo que inspiras en el mundo
despiertas en mi mente la grande admiración;
un sentimiento sólo de gratitud profundo,
de amor y de esperanza penetra el corazón.
Señor, agradecido mi espíritu te adora,
tu grande providencia conozco y tu bondad,
inmensos beneficios tu mano me atesora
guardando de mi Padre la vida tu piedad.
Si un día dar quisistes a mi alma el sentimiento
de este favor divino que llena el corazón,
justo es que agradecido te rinda el pensamiento
en homenaje humilde sincera adoración.
Concede, Dios, que el aura de tan preciosa vida,
cual suele aquí las flores tu céfiro mecer,
en calma, en dulce calma, del tiempo la corrida
modere, refrescando benéfica tu ser.
Protege ¡oh Dios! sus días, cual padre bondadoso
y un himno de alabanza mi voz entonará,
y el arpa del Profeta con eco misterioso
¡Hosanna! allá en los cielos también repetirá.