El 7 de este mes de junio se conmemoran doscientos años de la muerte del héroe adolescente Abdón Calderón, quien falleció a consecuencia de las heridas recibidas quince días antes en la batalla del Pichincha.
La fecha exacta de su muerte fue muy debatida. Ya en el siglo XIX hubo confusión. Por ejemplo, el coronel Manuel Antonio López, en sus Recuerdos históricos (Bogotá, J. B. Gaitán Editor, 1878), dice que falleció al día siguiente de la batalla. A su vez, Manuel J. Calle, el ditirámbico autor de las Leyendas del tiempo heroico, que distorsionó tanto la figura del héroe, al caricaturizarla, dice que Abdón Calderón murió en el propio campo de batalla.
Sin embargo, es necesario fijarse que, en su parte de la batalla del Pichincha, fechado el 28 de mayo, el general Antonio José de Sucre dijo: “Hago particular memoria de la conducta del teniente Calderón, que habiendo recibido consecutivamente cuatro heridas, jamás quiso retirarse del combate. Probablemente morirá; pero el Gobierno de la República sabrá compensar a su familia los servicios de este oficial heroico”. Es decir, el 28 estaba vivo aunque se consideraba cercana su muerte.
Solo en el siglo XXI se supo con certeza que Abdón Calderón murió el 7 de junio de 1822, quince días después de ser herido en la batalla del Pichincha: que fue un viernes y el murió dos semanas después, también en viernes. ¿Y cómo se supo de la fecha de la muerte? Por el descubrimiento de un expediente clave: la solicitud hecha el 18 de diciembre de 1832 por Manuela Garaycoa de Calderón de las partidas de fallecimiento de su esposo Francisco Calderón y de su hijo Abdón.
El expediente, de unas diez páginas manuscritas, cuya xerocopia tengo a la vista mientras escribo este artículo, facilitada hace algunos años por su descubridor, el historiador guayaquileño Víctor Hugo Arellano, es en extremo valioso pues se refiere a dos mártires de la Independencia del Ecuador: Francisco Calderón y Abdón Calderón, padre e hijo, muertos con menos de diez años de distancia el uno del otro: en diciembre de 1812, el primero, a sus 47 años de edad, y en junio de 1822, el segundo, a sus diecisiete.
El expedientillo, en papel sellado de “doce reales” (con sello República de Colombia y sobresello Estado del Ecuador), registra los pasos de la respuesta al pedido de la señora Garaycoa, hecho en septiembre de 1832, para que se le otorgue las constancias de las muertes de su esposo e hijo.
El doctor Joaquín Francisco Cárdenas, cura rector de la iglesia matriz de Ibarra, declara que “es sabido de notoriedad que el señor don Francisco Calderón falleció en esta ciudad el año pasado de mil ochocientos doce”; el señor José de la Torre jura, a su vez, que vio enterrar el cadáver de D. Francisco Calderón en la iglesia matriz en un sitio “inmediato al púlpito”, lo que ratifican, también bajo juramento, los ciudadanos Francisco Almeyda y Justo Gómez.
Varias fojas más adelante consta, ante pedido del 21 de noviembre de 1832 de la Sección del Interior del Ministerio de Estado en el Palacio de Gobierno, la declaración del “Escribano de Número, Nacional y de Hacienda” de Ibarra, Manuel Ribadeneyra, de que “como la muerte del señor Francisco Calderón fue tan aselerada (sic) no hizo testamento, ni disposición alguna”. Y lo certifica, dice, no por el oficio que tiene en ese momento, “sino por la amistad que tube (sic) con dicho señor desde que vino de Cuenca hasta su fallecimiento”.
Por su parte, en Quito, fray Pedro Albán, provincial de la Orden de la Merced, certifica “que me consta que en el mes de junio del año de 1822 falleció en casa del señor doctor José Félix Valdivieso el joven Don Abdón Calderón y Garaycoa, hijo legítimo del finado señor Francisco Calderón y de la señora Manuela Garaycoa, del vecindario de Guayaquil” y que “encargada esta comunidad de hacer las exequias y funerales del expresado joven Calderón, se trasladó su cadáver con toda solemnidad a la iglesia de este mi Convento máximo donde fue sepultado”.
Luego dice que “a pedimento de parte doy la presente para que obre todos los efectos que haya lugar, mandando que a continuación certifique el Reverendo Padre Comendador lo que le conste sobre este particular. Dado en este Convento máximo de San Nicolás de Quito”, a 9 de octubre de 1832.
Si el provincial solo señala el mes de la muerte del héroe niño, es el comendador, fray Ramón Carrillo, quien da la fecha exacta: “el señor Abdón Calderón murió en casa del señor Doctor José Félix de Valdivieso en siete de junio de mil ochocientos veinte y dos, y al día siguiente fue conducido con la mayor pompa y acompañamiento del lugar a esta iglesia del Convento Máximo en donde se le hicieron las eccequias (sic) y fue sepultado su cadáver”. Estas certificaciones son dadas en presencia de testigos y ante los escribanos públicos.
¿Quién fue Francisco Calderón?
El coronel Francisco Calderón, jefe de las tropas independentistas de Quito, fue fusilado, por orden del coronel realista José Sámano, sin fórmula de juicio, en Ibarra, tras haber sido derrotado y apresado en Yaguarcocha.
Cuando la segunda Junta Soberana de Quito proclamó la Independencia, organizó un ejército al mando del coronel Carlos Montúfar. Las divisiones quiteñas que fueron hacia el norte, llegaron a ingresar en triunfo en Pasto, con dos mil hombres, al mando de Pedro Montúfar (tío de Carlos). Las del sur también encadenaron victorias y fue precisamente el coronel Calderón quien comandó las tropas quiteñas vencedoras en junio de 1812 en el combate de Verdeloma, actual Biblián (se trata de la primera batalla de Verdeloma, porque habrá otra en 1820, en que las tropas independentistas fueron derrotadas).
Calderón, nacido en Cuba, había sido contador de las Cajas Reales en Cuenca, pero adhirió a la causa del Estado de Quito de inmediato, recibiendo el título de coronel. Estaba casado con Manuela Garaycoa, de una de las principales familias de Guayaquil, con quien tuvo dos hijos, Abdón, en 1804, y Baltazara, en 1806, nacidos ambos en Cuenca. Su adhesión a la causa de la república provocó la represalia del Gobierno monárquico, que incautó todos sus bienes. Doña Manuela se mudó a Guayaquil, para criar allí a sus hijos con el amparo familiar. Años después, Baltazara se casará con Vicente Rocafuerte, figura notable de Guayaquil y segundo presidente de la República del Ecuador.
La audacia política y militar del Quito de 1812 desató la furia de las autoridades monárquicas. El virrey José Fernando de Abascal ya había enviado a Quito, en 1809, un batallón, que fue el que masacró a presos y pueblo el 2 de agosto de 1810, y que luego salió de vuelta a Lima, ante el rechazo ciudadano, cuando llegó Carlos Montúfar. Al establecerse el Estado de Quito y proclamar su Constitución, Abascal envió un ejército regular, no solo un batallón, al mando del general Toribio Montes, que se trasladó por mar a Guayaquil. A esa ciudad arribó también otro contingente desde Panamá, al mando del coronel Juan Sámano.
Juntos, hacían la fuerza militar más temible que había puesto pie en la Presidencia de Quito. Su fortaleza radicaba en su número, en lo bien apertrechada y en la veteranía de la tropa, un contraste total con las bisoñas fuerzas quiteñas, que se debilitaron aún más por peleas internas entre sanchistas y montufaristas. Tras varios encuentros bélicos, Montes se tomó Quito a sangre y fuego el 8 de noviembre de 1812, en una batalla que duró varias horas y provocó la dramática huida masiva de la población hacia Ibarra, encabezada por el obispo Cuero y Caycedo. Para todos estaba fresco el recuerdo de la masacre de agosto de 1810.
El coronel Calderón, comandante del ejército quiteño en Ibarra, recibió a la población que huía de Quito. Los restos de las tropas de la capital se unieron con las suyas y se prepararon, al mando de Carlos Montúfar, para enfrentar a los monárquicos. En San Antonio se dio el combate final el 27 de noviembre, triunfando los realistas.
Ibarra aún se resistió unos días, pero el 10 de diciembre cayó en manos del ejército realista comandado por Sámano. La represión fue terrible. Calderón y otros oficiales, que con un puñado de soldados se dirigían hacia el norte, fueron sorprendidos en Yaguarcocha, donde resistieron heroicamente, hasta que cayeron, fueron apresados, llevados a Ibarra y fusilados.
La muerte del hijo, Abdón Calderón
La lucha por la Independencia habría de retomarse con la proclama de Guayaquil el 9 de octubre de 1820. Abdón Calderón, de apenas dieciséis años, se alistó en el ejército independentista y participó en todas las acciones de guerra a partir de entonces.
Luego estuvo en la batalla de Cone, del 19 de agosto de 1821, cuando los independentistas, al mando del general Mires, enviado por Bolívar, diezmaron a las fuerzas realistas causándoles doscientos muertos. Calderón combatió en el batallón Libertadores, al mando del mayor Félix Soler. Y también estuvo en la desastrosa batalla de Huachi, donde Sucre tuvo ochocientas bajas, entre muertos y heridos, y cincuenta cayeron prisioneros, entre ellos el propio general Mires, quien había aconsejado el combate contra el criterio de Sucre (Salvador Lara, pág. 321).
Calderón estuvo entre el puñado de sobrevivientes que acompañaron a Sucre en su retirada hasta Guayaquil, salvándose porque, a pesar de haber triunfado, Aymerich no los persiguió, pues su ejército estaba muy maltrecho, prefiriendo retirarse a Quito. A las pocas semanas, Sucre logró un armisticio de noventa días negociando en Sabaneta con el coronel Tolrá, que fue enviado por Aymerich con seiscientos hombres a atacar Guayaquil.
Fue el armisticio mejor aprovechado, porque Sucre, que ese momento no tenía medios de resistencia, logró en ese tiempo recomponer su ejército, con nuevas levas en la Costa y tropas llegadas de Colombia y Perú, sin las cuales no habría habido triunfo en el Pichincha. Como diría décadas después el ya citado coronel colombiano Manuel Antonio López: “Darle tiempo a un enemigo como el Jeneral (sic), Sucre, era aguardar su perdición” (Recuerdos históricos, 1878).
Abdón Calderón estuvo en el ejército libertador, con el que Sucre subió a la Sierra. Y cuando Sucre formó en Cuenca el batallón Yaguachi, compuesto por ecuatorianos, nombró al teniente Calderón abanderado de la primera compañía. Como tal participó en la épica batalla de Riobamba, conocida como de Tapi, el 21 de abril de 1822, en la que los granaderos argentinos y chilenos, al mando de Juan Lavalle y los Dragones colombianos, bajo el coronel Heras, apoyados por la infantería ecuatoriana del Yaguachi, derrotaron a la caballería monárquica.
Y fue en el Pichincha donde Abdón Calderón habría de encontrar su martirio y su gloria: un adolescente que sabía lo que era luchar y sacrificarse por la libertad, porque su padre lo había hecho y él también la quiso para su patria.
Estuvo en Babahoyo, al mando del coronel Nicolás López, mandado por Sucre para vigilar a los ejércitos realistas acuartelados en la Sierra, y repudió la traición de dicho jefe, en connivencia con el comandante del ejército español Melchor Aymerich. Calderón y su primo Lorenzo Garaicoa, ambos tenientes, se unieron a las tropas que persiguieron a López, que alcanzó a llegar a Riobamba con doscientos soldados.
El gran historiador Eric Hobsbawm advertía que el historiador debe reaccionar ante los intentos de sustituir la historia por el mito. Habría que completar la frase: y cuando los mitos se han vuelto caricaturas, como pasó con Abdón Calderón, la obligación es volver a los hechos históricos comprobados, y dar a quien se lo merece su lugar de héroe.
Este artículo apareció en revista Mundo Diners.