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«Acerca de aquellos», por don Fabián Corral

El 10 de agosto ya no se celebra ni se siente de verdad. Es, apenas, ocasión para algún estrépito político. Es feriado que se traslada para satisfacción de una clase media sin identidad ni compromiso...

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El 10 de agosto ya no se celebra ni se siente de verdad. Es, apenas, ocasión para algún estrépito político. Es feriado que se traslada para satisfacción de una clase media sin identidad ni compromiso. Es día de pocas banderas que se izan por costumbre o quizá por temor. Es un día más en el tráfago de una sociedad despistada. Un día más que no convoca, ni entusiasma. Un día más en que la mayoría no sabe ni qué se conmemora. Y desde el poder, es un día de discursos vacuos y de ritos insustanciales.

El 10 de agosto es el día del olvido de aquellos que fueron capaces de enfrentar la dominación colonial, poner el pecho, arriesgar tranquilidades y fortunas, y morir en el destierro cargados de cadenas. Es el día del olvido de las libertades y los derechos que se tienen de verdad solo cuando se conquistan y se cuidan, cuando se lucha por ellos. Es el día de la negación. Es el día en que queda en evidencia que “patria” ahora es palabra devaluada, quizá es el estribillo de una canción; ya no es ese sentimiento que unía, borraba diferencias, rompía distancias y hacía de suelo firme, de recuerdo y de lugar de encuentro.

Aquellos que fueron capaces de emprender el proceso de fundar la patria, con el arrojo y la tenacidad que ya no existen, con la generosidad de la que no somos capaces, verán que la hemos estropeado y roto, y estarán, con razón, avergonzados de sus descendientes, porque lo que tenemos, lo que hemos hecho con su esforzada herencia, no es lo que ellos quisieron, no es lo que soñaron. No. No puede serlo. No puede haber sido la utopía por la que murieron este estropicio que tenemos, este lamentable escenario de crónica roja política, estas instituciones herrumbradas, este enorme fardo inútil que se llama Estado.

El 10 de agosto debería ser la mala conciencia de la inconsecuencia histórica. Debería ser ocasión para hacer las cuentas pendientes con los padres fundadores. Debería ser, más allá de las banderas mustias y las celebraciones hipócritas, la oportunidad para examinar los pocos valores que quedan, debería ser la fecha para dolerse de las libertades ultrajadas, para advertir la ausencia de grandeza, la agonía de la vergüenza y el terrible progreso del cinismo.

Aquellos que fueron capaces, hace más de dos siglos, de asumir riesgos ejemplares, se han evaporado de la conciencia de la gente. Son personajes desconocidos o incómodos pese a que ellos amaron a su país y lucharon por otros valores. Sus quijotadas no van con los tiempos de pragmatismo y corrupción, ni van sus sueños con la estridencia de esta democracia falsificada. La memoria de sus discursos y arengas, de sus proclamas republicanas, contrastan con las negaciones en que nos hemos refugiado para no pensar, para no decir, para no romper el silencio que atenaza las gargantas, para no salir de la inconsciencia, para no asumir nuestras cobardías, nuestras traiciones.

“Aquellos que fueron capaces” ahora son las sombras que incomodan a la general complacencia de no pensar, al universal y cobarde disimulo que nos empantana en la mediocridad y en la ingratitud.

Este artículo apareció en el diario El Universo.

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