pie-749-blanco

«Adjetivos», por doña Cecilia Ansaldo B

Un opinador dijo de un texto primerizo: “Tiene exceso de adjetivos”, y a mí me sorprendió el punto de vista. ¿Qué clase de discurso puede sostenerse solamente en los nombres de las cosas?...

Artículos recientes

Un opinador dijo de un texto primerizo: “Tiene exceso de adjetivos”, y a mí me sorprendió el punto de vista. ¿Qué clase de discurso puede sostenerse solamente en los nombres de las cosas? Sería como avanzar brincando sobre las piedras sin poder advertir que son macizas, anchas, rugosas o resbaladizas. Del calificativo depende de dónde se ponga el pie: que valga la metáfora para saludar con alegría esas palabras que van regando cualidades por la vida.

Vale seguirle la pista al aprendizaje inicial del idioma para comprender que detrás del sustantivo identificador de un precioso objeto de la realidad —más tarde, de un acertado concepto propio de la capacidad de abstracción— viene el regalo lingüístico que precisa color, tamaño, forma, indicantes de la condición de única de la cosa nombrada. No todos los panes, el salado; no todas las manzanas, la amarillenta; no todos los leones, el solitario. Así, para individualizar de manera tan necesaria que, a veces, se nos permite esa nota insistente que se gana con los epítetos: blancas canas, noche negra.

Por la originalidad en adjetivizar se han destacado brillantes escritores. Ningún buen lector de Borges podría olvidarse de las cualidades contrapuestas de los protagonistas de Historia universal de la infamia donde se puede encontrar un “atroz redentor”, un “asesino desinteresado”, un “incivil maestro de ceremonias”; como señor de la prosa, desde él, las noches pueden ser unánimes, las aldeas infinitas, las murallas dilapidadas. Quienes gustan de teorizar llaman impertinentes a los adjetivos que desquician los rasgos habituales de los sustantivos, pero quienes buscan perlas entre las palabras las hallan, habitualmente, entre ese desencaje, en esas travesuras estilísticas.

Con un mero adjetivo se puede dimensionar un aserto, es decir, darle otro rumbo al mensaje. Cuando el mismo maestro argentino se refiere al “fondo ilusorio de los espejos” comprendemos que la imagen miente, que los reflejos en el vidrio azogado pueden ser expresión de irrealidad. Tan rica es la posibilidad semántica del adjetivo que hasta existe una clase de ellos que tuerce el cuello del sustantivo haciéndolo significar exactamente lo contrario: música callada, calma feroz, ternura destructora. En el potente oxímoron se sostiene mucho de la poesía barroca.

Calificado como “manso” nuestro río Guayas puede prescindir del nombre: la placidez de sus aguas se situó en la memoria. Los hacedores de fortuna —que siempre son hombres y mujeres— se quedaron como “los ricos” y los jóvenes holgazanes como “los vagos”. Cuando se trata de virtudes humanas, la amplia gama de comportamientos extrae del venero de la lengua palabras inusuales: “rumboso” es generoso y espléndido; “díscolo” es simplemente rebelde o desobediente. Yo me quedo con mi Cervantes que me hizo trajinar por los diccionarios detrás de pastillas arcaicas: “un olor sabeo le salía de la boca” dice por allí, porque del Reino de Saba provenía lo exquisito y lo extraño.

Por todo lo dicho, celebro los adjetivos. Los leo y uso con miramientos, reparo en sus efectos que dan ancho cauce a la expresión, eso sí, sin olvidar lo que dijo el poeta Huidobro: “El adjetivo cuando no da vida, mata”. Y cada escribiente decide si vivifica o asesina a su paso.

Este artículo apareció en el diario El Universo.

0 0 votes
Article Rating
1
0
Would love your thoughts, please comment.x