Fulguración. Deriva del rayo. (El flechazo amoroso). En latín fulgura no solo nombra el relámpago y el rayo que se esparce, alude también a los objetos sagrados. Lo tocado por el rayo para los romanos adquiría un aura de inhumación: pasado secreto, venerado.
Todas las civilizaciones han deificado al amor. Las mitologías lo encarnan. Una de ellas cuenta que Cupido mortificó con sus picardías a los dioses del Olimpo, al punto que lo castigaron enviándolo a la Tierra. Cupido descendió cargando su carcaj con sus flechas inflamadas de amor.
El dios asoló a los mortales; hastiado, hirió de amor a Apolo, que se enamoró de Eco (ninfa disfrazada de pastora). El dios la siguió eternidades sin poder llegar a ella. Júpiter, exasperado, indujo a Cupido a cortejar a la muerte. Amor y muerte se juntarían para siempre.
La palabra amor proviene de una voz antigua: mamma, amma… que entraña volver al origen. El amor es el estremecimiento de esa evocación de unión imposible. La fusión no retorna, lo único que puede volver es el desgarramiento que nos separa de la madre. Adulto, el ser humano, sufre la pérdida del amor, porque su génesis es la experiencia de esa pérdida.
Hace poco, una científica danesa dijo: “Nos falta muy poco para dar la sensación exacta del amor llamado del espíritu”. La cultura cibernética parece estar a punto de demoler mitos y teorías sobre el amor. Su oferta es sexo fácil, aséptico, digitalizado, con descargas más eficientes y eficaces que los sentidos de nuestra era.
Las dos ramas del cibersexo, interactiva y virtual, suprimirán amor y erotismo y reducirán al ser humano a la aterradora soledad de un dios olvidado. Vivimos el imperio del capitalismo tecnológico, sometimiento del ser humano a la máquina. ¿Vendrá el imperio del cibersexo y el fin del amor?
“Erramos a través de moradas vacías/ Sin cadenas sin sudarios sin quejas sin ideas/ Espectros del cenit que regresan del pleno día/ Fantasmas de una vida donde se hablaba de amor”…
Este artículo apareció en el diario El Comercio.