¡Amar sin esperanza y con delirio,
comprimir en silencio una pasión…!
No puede el mismo Dios otro martirio
más terrible imponer a un corazón.
¿Por qué te vi, para tormento mío,
por qué un instante nos juntó la suerte,
¡ay!, si es verdad que mi destino impío
de ti me ha de apartar hasta la muerte?
El alma, apenas la visión primera
logró de tus hechizos adorables,
te idolatró febril, voló a otra esfera
y se inebrió en delicias inefables.
Lo porvenir y cuanto fue; el presente,
la gloria, la fortuna, el mundo, el cielo,
todo en tu ser lo abisma, y piensa y siente
que siempre fuiste su infinito anhelo.
Su luz, su numen, su virtud, su ciencia,
su encanto, su ilusión, su poesía,
que no es sin ti posible la existencia
y al universo el alma faltaría…
Fue que halló figurado en tu hermosura
el tipo eterno, su ideal divino,
y al corazón mostraba tu luz pura
el vaticinio interno del destino.
Te vi y por eso te adoré; ignoraba
tu nombre mismo, condición y estado,
pero una voz mentida me gritaba:
«¿Ves lo que el cielo para ti ha creado?».
¡Sarcasmo horrible de la suerte impía,
burla infernal que tarde he conocido…!
¡Ay! ¡para siempre adiós, oh tú que un día,
un solo instante, mi ventura has sido!
Dolor y amor sin fin, tormento eterno,
suplicio atroz de mi ideal divino…
¡Ángel… ¡tal vez! ¿fue el genio del infierno
y no Dios quien te puso en mi camino?