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«Ayala Lasso, palabra y patria», por don Marco Antonio Rodríguez

«Ayala Lasso, palabra y patria», por don Marco Antonio Rodríguez. Lo hallo enhiesto, digno, cordial y austero… íntegro, quizás la palabra que mejor lo define. Gran señor de la inteligencia y de la vida, José Ayala Lasso es uno de los ecuatorianos que...

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Lo hallo enhiesto, digno, cordial y austero… íntegro, quizás la palabra que mejor lo define. Gran señor de la inteligencia y de la vida, José Ayala Lasso (Quito, 1932) es uno de los ecuatorianos que más lustre ha dado al Ecuador en los últimos decenios, fundando con su vida y su obra una identidad que ocupa un sitio cimero en lo que llamo ‘la buena historia de la patria’.

Pensar es interpretar el discurso del otro, responsabilizándose por sus demandas. Esta es la sustancia de su brillante trayectoria por la diplomacia. Su misión como primer Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y la firma de la paz con Perú son dos de sus diligencias invaluables. En sus libros Así se ganó la paz y Un mundo en cambio, la palabra de Ayala Lasso fluye meditada y limpia. Los clásicos, la historia y el derecho internacional son los ámbitos donde más afina su juicio.

Si se lo quiere ubicar en alguna de las grandes vertientes del pensamiento, no dudo al designarlo como un humanista. Humanismo: rigor que labra intelecto y espíritu. La patria, los derechos humanos y la paz: su incesante, honda, insobornable, humana plegaria.

La idea de que un comisionado internacional por las Naciones Unidas sea Árbitro de la Paz en un mundo donde se vivían los estragos de la Guerra Fría sonaba a dislate. Ocurrió lo contrario. Ayala Lasso recibió ese nombramiento, entregándose con su sapiencia y serenidad a esa colosal tarea, celebrada en el mundo.

Dominio e inutilidad se hallan en las fronteras de la palabra, y es esta, de acuerdo a la grandeza de preceptos de quienes la pronuncian, cuando se la aprecia en sí misma; caso contrario, es demolida por cualquier frívolo poder. La palabra de Ayala Lasso rezuma libertad, palabra que vence el temor.

Un hombre tallado en metal claro y noble, paradigma de una terca militancia en la dignidad, la más grave y relegada. Salgo de su casa y una ráfaga de esperanza sobre la condición humana me renueva.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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