Cuando la hora del bochorno avanza
me instalo en la cercana nevería
y, sorbetes y hielo machacado
ingiero, sin medida.
Mas, ¡vano afán! mis males recrudecen
en seguida, porque hay unas pupilas
negras, en cuya lumbre soberana
se incendia el alma mía.
¡Pupilas de la hermosa que me sirve
los vasos, en silencio y distraída,
que sufrir ya no puedo, a vuestra dueña
decidla compasivas!
Es el hombre un aprendiz
y su maestro el dolor;
y no sabe lo que es vida
quien penas no padeció.
Fuente: Biblioteca Virtual Cervantes.