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«Belenes quiteños para celebrar la Navidad», por don Julio Pazos

El pasado 15 de diciembre de 2020, don Julio Pazos Barrera presentó la conferencia «Aproximación a los belenes quiteños». Compartimos con ustedes el texto de su ponencia.

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El pasado 15 de diciembre de 2020, don Julio Pazos Barrera presentó la conferencia «Aproximación a los belenes quiteños». Compartimos con ustedes el texto de su ponencia.

La tradición cristiana de occidente atribuye a san Francisco de Asís la iniciativa de componer un belén. Previa autorización del papa Honorio III, en la nochebuena de 1223, en una cueva próxima a la ermita de Greccio, hizo un belén. San Buenaventura (Juan de Findanza, 1217-1274), contemporáneo de san Francisco, relató el hecho en su libro Legende de Sant Francisci: “Tres años antes de su muerte, quiso celebrar en Greccio, el recuerdo del nacimiento de Jesús”. Según san Buenaventura, la inclusión del buey y el asno se debió a que san Francisco leyó en el libro del profeta Isaías los siguientes versos: “Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, / pero Israel no entiende, / mi pueblo no tiene conocimiento”. (Isaías 1,3). Desde la iniciativa de san Francisco figuran en los belenes un buey y un asno. La idea se convirtió en tradición y los personajes de los belenes fueron aumentándose. Los conjuntos se tornaron artísticos, tales como los belenes de Nápoles y Murcia, en esta última ciudad se exhibe el nacimiento del artista Francisco Salzillo, trabajado entre los años 1776 y 1783. El nacimiento de Salzillo tiene más de quinientas piezas de madera, arcilla y tela encolada.

Pero, ¿desde cuándo se hacen belenes en Quito? El padre José María Vargas O.P., menciona el calendario de fiestas religiosas en la Colonia. Dice que el primer obispo de Quito, Garci Díaz Arias, dictó una resolución el 13 de abril de 1546. En ella se prescribe que los ritos, costumbres, fiestas seguirían los que se practican en la Catedral de Sevilla. En este primer siglo de villa de San francisco de Quito, franciscanos, mercedarios y dominicos, en sus templos provisionales ya celebraban las nueve misas de Aguinaldo, previas a la celebración de Navidad, así lo confirma Sánchez Solmirón, quien fue maestro de ceremonias de la Catedral de Quito, entre 1580 y 1640.

Según el padre Vargas: “no hubo iglesia parroquial o conventual, donde para la pascua de Navidad, no se compusiese un nacimiento. Sobre cuatro palos se ponía un cobertizo del que pendían cendales flotantes de salvaje (tillanasia usneoides) y sobre el que se erguían huicundos en flor (guzmania). Al centro se destacaba el grupo compuesto del Niño Dios y de María y de San José, cortejados por el asno y el buey. Alrededor se simulaban caminos orillados de magueyes por donde avanzaban los pastores con ofrendas”. De hecho, los belenes fueron enriqueciéndose con la iniciativa popular que estimuló a artesanos y artistas a crear personajes diversos: ángeles, Reyes Magos, el ángel de la estrella, pastores, danzantes, vendedoras ambulantes, músicos, etc.

En relación a la Navidad, se transcribe un villancico del siglo XVIII, de un maestro de capilla de Latacunga. El original reposa en el archivo de la celda del padre Vargas en el convento de Santo Domingo. Se trata de unas seguidillas gitanas o estrofas de cuatro versos hexasílabos, alternadas con estribillo. La primera estrofa reza: “Ea pues pastores / vamos a Belén, / que Cristo ha nacido / para nuestro bien”. El estribillo dice: “Quedo, quedo, quedito / que está dormidito. / Madrugó al mundo, / en Niño Jesús/ aclarando el día / como nueva luz”. Se manifiesta el carácter popular en estas seguidillas que se burlan de mujeres y viejos: “Solo mujeres no han de entrar, porque al Niñito / lo pueden ojear”. Sigue el estribillo y luego: “Tampoco los viejos, / no se han de llegar / porque el Niñito de verlos / se puede espantar”.

En el marco de experiencias religiosas y costumbres populares, citadinas o campesinas, se debe definir la índole de los belenes quiteños. A diferencia de los denominados de escaparate que se ven en algunos lugares de Europa, los de monasterios e iglesias de Quito son los llamados abiertos, es decir, los que recrean ambientes con sus correspondientes personajes; en esos espacios se instalan lagos, rediles, huertos, parques, etc. Por cierto, el centro del pesebre es el portal que acoge las figuras de José, María y el Niño. Son celebrados los grandes belenes de las Conceptas, del Carmen Alto, de Santa Clara y especialmente el del Carmen Moderno. Estos belenes fueron estudiados por el especialista español Francisco Manuel Valiñas, en su libro La estrella del camino. Apuntes para el estudio del belén barroco quiteño, publicado por el Instituto Metropolitano de Patrimonio, en 2011.

Valiñas anota las características peculiares de los belenes quiteños, estas son: la disposición seriada de la historia de la redención; la mezcla de influencias napolitanas y españolas; la presencia de escenas basadas en textos apócrifos; la importancia del ciclo mariano; la presencia de los miembros más pobres de la sociedad. Un elemento muy propio es el ángel de la estrella que guía a los Reyes Magos. La historia sagrada se manifiesta, según Valiñas, en estos motivos:  el pecado original, María-la nueva Eva, Juan Bautista – el precursor, la adoración de los ángeles, la adoración de pastores y reyes, la infancia de Jesús, etc. Escenas especiales son: Daniel en el pozo de los leones; Adán y Eva junto al árbol del bien y del mal, etc. Aparecen escenas curiosas: el palacio de Carondelet, una mujer que vende tripa mishqui, etc.

En el siglo XVIII quiteño se suceden dos estilos del barroco: el barroquismo o estilo de la familia Churriguera y el rococó o estilo cortesano. No corresponden exactamente a las fechas de estos estilos europeos. Bernardo Legarda labró la Virgen de Quito en 1734. Este artista falleció en 1773. Ocupó, pues, todo el siglo XVIII. De Legarda en la escultura de Santa Rosa de Lima, del museo de Arte Colonial, la santa porta un Niño dormido sobre un paño blanco; la escultura del Niño es muy bien proporcionada y su rostro es sereno y dulce. El drapeado de la vestidura de la santa es algo rígido.     

Caspicara, Manuel Chili, vivió entre la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX, esta afirmación se debe a la mención que hace Eugenio Espejo del artista y también a un contrato suscrito en la Catedral para trabajar el retablo de la capilla de Santa Ana. Los Niños dormidos y los de trono son extraordinarios trabajos de proporción y encarnado. En ellos y sus padres el movimiento y el drapeado de las vestiduras son maravillosas curvas y ondulaciones.

Las obras de Legarda y de Caspicara no presentan firmas, gran problema para los estudiosos. Sin embargo, son tesoros del arte quiteño y con ello expresiones estéticas del espíritu de quiteños y ecuatorianos.

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