pie-749-blanco

«Borges esencial», por Diego Araujo Sánchez

Artículos recientes

Diego Araujo Sánchez

Una antología no deja de ser una expresión de las preferencias del antólogo; además, toda selección de textos siempre puede ser valorada desde un doble punto de vista: con el aplauso por los escritos elegidos o con la extrañeza  y hasta la queja por los que se dejaron fuera de ella. Es el  mismo dilema que se plantea con la imagen tópica del medio vaso de agua: los optimistas lo ven como un vaso lleno hasta la mitad; los pesimistas, como un vaso la mitad vacío.

El presidente de la Academia Argentina de Letras, José Luis Moure, coordinador de la edición de Borges esencial, nos cuenta que ese título fue sugerido por Darío Villanueva, director de la  Real Academia Española de la Lengua. Este último admite que el nombre “puede ser redundante porque Borges es en sí mismo esencial en el tiempo”.  Si “nadie puede compilar una antología que sea mucho más que un museo de sus simpatías y diferencias”, como escribe Jorge Luis Borges, bien se puede  inferir las dificultades para una selección de los cuentos, ensayos y poesías de un escritor esencial.

¿Cómo se distribuyen las casi 650 páginas del libro que se publica  en la colección de ediciones conmemorativas de la Real Academia Española, la Asociación de Academias de la Lengua Española y el Grupo Editorial Penguin Randon  House?

La primeras 148 se dedican a una breve presentación de la obra, seis amplios estudios generales de la poesía y la prosa de Borges, una guía biobibliográfica, un comentario acerca de sus manuscritos y  la sumaria explicación de la edición. Las 240 páginas que siguen traen dos libros completos de sus cuentos, Ficciones, de 1944,  y El Aleph, de 1949.  Siguen después 256 páginas con la selección de sus ensayos  y 31 con la antología  de la poesía. Las 98  que cierran el libro contienen, en la sección de “Otras miradas”, cuatro estudios monográficos, una bibliografía y un útil glosario.

Es positivo que se publiquen los dos libros completo de relatos. Pero con ellos se agota el espacio antológico para los cuentos: el responsable de la selección, asumiendo una representación colectiva, explica que, “contrariando el latente criterio borgesiano elusivo de una diáfana clasificación de géneros, admitimos en principio que no podían faltar los dos libros de narrativa que cimentaron su fama…”

Borges, que como yo había recordado antes, descree de los antólogos,  pondera, a la par, la perspicacia crítica del Tiempo que, según también lo reconoce, acaba por editar antologías admirables. Por ello, con la confianza de ese implacable crítico, que salva  más bien contadas páginas del olvido, y subordinado a ese juicio hasta en contra de sus propias simpatías,  Borges publicó al cumplir setenta años de edad, su Nueva Antología personal. “El Tiempo… persiste en recordar dos textos que me disgustan por su fatalidad laboriosa: Fundación mítica de Buenos Aires  y  Hombre de la esquina rosada” – escribe en el Prólogo de aquella obra-; y explica: “Si los he incluido aquí, es porque los espera el lector. Quién sabe qué virtud oscura habrá en ellos. Naturalmente, prefiero ser juzgado por Límites, por  La Intrusa, por El Golem o por Junín”.

En los relatos del Borges esencial, el lector podrá reclamar por la ausencia de algunos cuentos memorables del Informe de Brodie, como “La Intrusa”, “El otro duelo”,  “Guayaquil”  o el relato que da título a la obra,  o de El libro de arena,  cuentos como “El Otro”, “Ulrica” o “El Congreso”. Sin embargo, tiene fuerza el argumento de  la conveniencia de publicar los dos libros que fundamentaron la fama del escritor. Treinta años después de su muerte, se puede atribuir  también al Tiempo, como quería Borges, el criterio final para esta selección; o, más exactamente, a la recepción de los lectores, que reconocen de forma unánime la maestría de aquellos dos libros.

Para la antología de ensayos, a diferencia de la de los relatos,  se eligen textos de entre ocho libros,  desde el inicial, Inquisiciones, publicado en 1925, hasta del Borges oral, con ensayos de entre 1978 y 1979.

La selección de poesía, me parece, peca por su parvedad: las 31 páginas lucen escasas para el poeta esencial. Sin embargo contiene la antología  de poemas de 11 libros, desde Fervor de Buenos Aires, de 1941 hasta de Los conjurados, de 1985.

En descargo del saldo en  rojo cuantitativo, ponderaré las grandes ventajas de tener a la mano, en un solo volumen, cuentos, ensayos y poesía esencial de Jorge Luis Borges. Qué grato es pasar de una sección a otra, comprobando la reiteración de motivos en los diversos textos del autor, sus interrelaciones y hasta los límites inciertos entre los diversos géneros. Y qué privilegio tener todo ello reunido en un solo volumen muy manejable, editado con tanto esmero por Alfaguara.

Aunque  casi todos los estudios que acompañan a la obra son de notable calidad, no todos me parecen igualmente novedosos, y hasta no falta alguno de ellos que cae en el defecto tan frecuente en el ensayo de crítica literaria de ser más oscuro que la obra que analiza e interpreta; sin embargo,  en conjunto representan un aporte muy valioso y útil para los lectores. Con la misma doble lógica del medio vaso de agua, lamentaré, en este caso, que  muchas de las obras mencionadas en  los estudios críticos no consten en la antología, pero me congratularé no solo por los textos que sí constan en ella, sino porque las más de 230 páginas de estudios nos dejan también con la siempre grata tarea de ir a las obras completas de un autor esencial.

Adolfo Bioy Casares, con quien Borges compartió de la forma más cercana amistad, creación literaria e inquietudes intelectuales,  caracterizó, con envidiable precisión, la literatura de Borges: una literatura de la literatura y del pensamiento.

Los relatos salen de otras obras literarias y de escritores reales o imaginados: un tomo  apócrifo de la Enciclopedia Británica, el comentario de Philp Guedalla acerca de la novela de Mir Bahadur The approach to Al-Mut´tasim, la reseña minuciosa de las obras de Pierre Menard, la Historia de la Guerra Europea de Liddel Hart, el Martín Fierro, la Ilíada de Pope o  un relato de  Las mil y una noches  pueden ser, entre otras múltiples obras, las circunstancias iniciales para las ficciones borgesianas. Autores  reales como Bioy Casares, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña o el mismo Borges; o Chesterton, Croce, Schopenhauer, Hume, Zenón de Elea,  Cervantes, Shakespeare, Emerson, Homero o Virgilio, entre muchos otros, tienen análoga consistencia que otros improbables como Pierre Menard o Mir Bahadur Alí, Herbert Quain o Jaromir Hladík, autor de la inconclusa tragedia Los enemigos y de una Vindicación del tiempo o Carlos Argentino Daneri, autor del poema La Tierra, algunas de cuyas estrofas lee al narrador de “El Aleph” y las juzga con el fino bisturí de la ironía.  Una ingeniosa intertextualidad real e imaginada cruza las creaciones de Borges y acerca a los lectores temas reiterados y preocupaciones habituales de los cuentos del escritor,  de sus ensayos y poemas. 

Los juegos con el tiempo y el infinito, el eterno retorno o el tiempo circular,  las bibliotecas y libros,  los laberintos, el doble, los espejos y el carácter ilusorio de la realidad, el sueño y la vigilia,  los límites sinuosos entre la identidad del traidor y el héroe, del mártir y del asesino, de la víctima y el victimario se hallan entre los motivos conocidos y reiterados de la literatura de Borges.

También los lectores  encontrarán al escritor fascinado por el arrabal, los malevos, los duelos a cuchillo, y al gran admirador de la  poesía gauchesca o al creador que rinde tributo a los ancestros familiares,  al bisabuelo coronel Isidro Suárez que “impuso en la llanura de Junín/ término venturoso a la batalla”, o  al abuelo Borges, también militar, a cuyo coraje guerrero alude en estos versos: “Avanza por el campo la blancura/ del caballo y del poncho. La paciente/ muerte acecha en los rifles. Tristemente/ Francisco Borges va por la llanura./ Esto que lo cercaba, la metralla, / esto que ve, la pampa desmedida, / es lo que vio y oyó toda la vida. / Está en lo cotidiano, en la batalla,/Alto lo dejo en su épico universo / y casi no tocado por el verso”.

Una herejía o los debates  de los teólogos o alguna reflexión metafísica sirven también para la conjetura y el asombro en la literatura de Borges.  Las doctrinas filosóficas o el pensamiento teológico no son objeto de adhesión o militancia, sino del juego, de la fantasía y la  conjetura sobre sus posibilidades estéticas. El autor, atravesado por un radical escepticismo, concebía de forma irónica  la metafísica y la teología  como capítulos de la literatura fantástica.

La literatura del pensamiento aparece inclusive en relatos de carácter policial como “La muerte y la brújula” y de espionaje, como “El jardín de los senderos que se bifurcan”. En el primero, el detective Erik Lönnrot, antes de caer en la trampa tendida con las redes de las lecturas de los libros del primer asesinado, el hebraísta Marcelo Yarmolinski, y de ser el cuarto asesinado como una venganza por el pistolero Red Scharlach el Dandy,  formula a su manera ante el criminal la paradoja de Aquiles y la Tortuga, muchas veces  tratada por Borges en ensayos, poesías y otros relatos: “Yo sé de un laberinto griego –le dice- que es una línea única, recta. En esa línea se han perdido tantos filósofos que bien puede perderse un mero detective. Scharlach, cuando en otro avatar usted me dé caza, finja (o cometa) un crimen en A, luego un segundo crimen en B, a 8 kilómetros de A, luego un tercer crimen en C, a 4 kilómetros de A y de B, a mitad de camino entre los dos. Aguárdeme después en D, a 2 kilómetros de A y de C, de nuevo a mitad del camino. Máteme en D, como ahora va a matarme en Triste-le-Roy”.

En el segundo cuento,  antes de que Yu Tsun, el espía de ascendencia china al servicio de Alemania, dé muerte al sinólogo Stephen Albert para comunicar a Berlín  el nombre preciso del lugar  del nuevo parque de artillería británico que debían bombardear en territorio francés, Albert explica a quien pocos segundos después será su asesino que “el jardín de los senderos que se bifurcan es una imagen incompleta pero no falsa del universo tal como concebía Ts´ui Pen”. Los motivos del laberinto, la conjetura de un tiempo circular múltiple, las ambiguas identidades personales son resumidas en un discurso filosófico por el sinólogo. “A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto, le explica. Creía en una infinita serie de tiempos, en una red creciente de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, que se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos: en algunos existe usted y no yo; en otros, los dos. En este, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted al atravesar el jardín me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palaras pero soy un error, un fantasma.

-En todos, articulé no sin temblor-  yo agradezco y venero su recreación del jardín de Ts´ui Pen.

-No en todos- murmuró con una sonrisa- . El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros. En uno de ellos yo soy su enemigo”.

Buenos Aires se halla presente como espacio narrativo de “La muerte y la brújula”.  La ciudad es un referente constante en la obra de Borges, sobre todo en la poesía. En los versos de  Fervor de Buenos Aires , se hallan las calles del barrio y la luz de la urbe; hay una íntima visión de la Recoleta, la Plaza San Martín, las esquinas, los patios y zaguanes; y  del arrabal, desde donde el poeta confiesa: “Y sentí Buenos Aires. /Esta ciudad que yo creí mi pasado/ es mi porvenir, mi presente; /los años que he vivido en Europa son ilusorios,/ yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires”.

Borges es un escritor raigalmente argentino y, a la par, universal: frente a las tensiones entre tradición nacional e inserción en el mundo, escribe: …“Debemos pensar que nuestro patrimonio es el universo; ensayar todos los temas, y no podemos concretarnos a lo argentino para ser argentinos; porque ser argentino es una fatalidad y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara. Creo que si nos abandonamos a ese sueño voluntario que se llama creación artística, seremos argentinos y seremos, también, buenos o tolerables escritores”.

Borges, el poeta, no fue ajeno a la innovación del lenguaje de la poesía modernista. Y él mismo reconoció esa tradición expresando su admiración hacia Leopoldo Lugones. Lo argentino se reflejó  en temas y lenguaje de Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente y Cuadernos San Martín y perduró en las milongas de Para seis cuerdas;  y en otros libros en el culto al valor heroico de sus antepasados,  en la atracción por los cuchilleros y compadritos. Lo universal se muestra en las reflexiones sobre el paso del tiempo, el río de Heráclito, igual y siempre diferente, la perpetua carrera de Aquiles y la tortuga, los espejismos del tiempo y del movimiento, la realidad escurridiza y multiforme,  la presencia de la muerte y los enigmas del universo.  

En un momento de predominio del llamado verso libre, la poesía de Borges  corrió con maestría por los exigentes causes del soneto. A quienes reprochan al escritor argentino haberse situado como un astro solitario en los planos superiores  de la inteligencia y no en los menos elevados y más terrenos de la experiencia vital, conviene recomendarles la lectura de esos sonetos.  Comentaré uno solo, “El mar”, entre los que trae la Antología esencial, para mí uno de los más hermosos: “Antes que el sueño – o el terror- tejiera/ mitologías y cosmogonías,/ antes que el tiempo se acuñara en días,/ el mar, el siempre mar,/ ya estaba y era./ ¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento/ y antiguo ser que roe los pilares/ de la tierra y es uno y muchos mares/ y abismo y resplandor y azar y viento?/ Quien lo mira lo ve por vez primera,/siempre. Con el asombro que las cosas/elementales dejan, las hermosas/tardes, la luna, el fuego de una hoguera,/ ¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día/ ulterior que sucede a la agonía”.

El tiempo y la eternidad, lo uno y lo múltiple; la interrogación sobre los enigmas del universo y de la realidad, el misterio del propio yo y  la inquietante  respuesta de la muerte, ¿no son vivencias profundas, terrestres y vitales del ser humano? La comunicación de ellas se produce sin excesos de palabras, ni efusiones sentimentales, ni falsos adornos. Basta que un adverbio salga de su función habitual y no modifique a un verbo, ni a otro adverbio, sino a un sustantivo para que el lector sienta el efecto del extrañamiento y hallazgo poético: el mar, el siempre mar… Y la interrogación alarga su poder inquietante con las conjunciones y la enumeración de planos dispares de la realidad: “¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento/ y antiguo ser que roe los pilares/ de la tierra y es uno y muchos mares/ y abismo y resplandor y azar y viento?”  Tras la contemplación de ese mar anterior a las cosmogonías y mitos, anterior al tiempo acuñado en días; de ese mar perpetuo, que es uno y muchos mares,  igual  y siempre diferente, en el penúltimo verso, la voz del poeta pregunta quién es el mar, quién soy. La eternidad del mar se opone a la contingencia y fugacidad del yo.  El doble enigma tiene solo una sugestiva e enigmática respuesta: “… Lo sabré el día/ ulterior que sucede a la agonía”. 

“De todos los autores latinoamericanos de este siglo, afirma Harold Bloom en su Canon Occidental, Borges es el más universal. Exceptuando a los escritores modernos más poderosos –Freud, Proust, Joyce,- Borges tiene más poder de contaminación que ningún otro…” (481) En el contexto de estudio de Bloom, el poder de contaminación representa  la capacidad de subvertir, poner en duda, alterar las nociones aceptadas como las de la inmortalidad., el tiempo, el conocimiento, la realidad, el sentido de la existencia y  la del paso de los hombres en un caótico y vasto universo.

La Antología esencial nos da la oportunidad de leer al escritor argentino más universal de todos los autores latinoamericanos.

Finalmente, con palabras del mismo Jorge Luis Borges,  recordaré que “un libro es más que una estructura verbal, o que una serie de estructuras verbales; es un diálogo que entabla con su lector y la entonación que impone a su voz y las cambiantes y durables imágenes que deja en su memoria”. En  el caso de un clásico como el creador de  Ficciones y El Aleph,  ese diálogo resulta, como el siempre mar,  nuevo, permanente  y parece inagotable, infinito.

 

Quito, 26 de septiembre de 2017