Camus amaba demasiado la vida. Se atenía a la realidad de la miseria en la cual había vivido, en la cual vivió su madre. En lugar de pontificar sobre sus causas, quiso sacar de ella las consecuencias para una vida fructífera: es cierto, el mundo es injusto, pero la vida es bella.
Están el invierno y la miseria —que él vivió en su infancia hasta declarar más tarde contra Sartre que él aprendió la injusticia en la miseria, y no en los libros. Pero están también el Mediterráneo, la belleza de las playas de África, y el gozo de vivir, antes que la muerte y los totalitarismos.
En la época del compromiso obligatorio, que llevó a Sartre al extremo de adherirse, incluso, al maoísmo, Camus se mantuvo firme contra todo totalitarismo. Hoy, y tras la caída del socialismo ‘real’, el mundo le da la razón. Su moral no tiene un sustento en un sistema filosófico, sino en su amor por la vida -una vida digna para todos- y su búsqueda de justicia. Ya que la vida es absurda, ya que carece de sentido, pues no existe, según Camus, un Dios que venga a dárselo. Hay que vivir ‘como si’…
Como si la vida tuviera un sentido. Como si valiera la pena vivir porque, de otro modo, el suicidio se justificaría y con él, el asesinato… Esta es la idea que desarrolla en El mito de Sísifo: Hay que vivir comprometiendo la existencia personal en esa apuesta que el tiempo, tan corto y más en el caso de la vida del mismo Camus, nos concede…
Él lo hizo: se comprometió, creó, escribió, buscó lo que consideró mejor, sin perder de vista aquello que había afirmado en su novela ‘La peste’: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio…
Este artículo apareció en el diario El Comercio el 10 de enero de 2010.