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«Canción de antiguos amantes», por doña Cecilia Ansaldo B.

Laura Restrepo ha conquistado la libertad absoluta para narrar. Luego de una larga vida de periodista y de activista política, su dedicación a la literatura la ha llevado a audacias que, a primera vista...

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Laura Restrepo ha conquistado la libertad absoluta para narrar. Luego de una larga vida de periodista y de activista política, su dedicación a la literatura la ha llevado a audacias que, a primera vista, parecen desmesuras, pero que, meditadas, son el resultado de quien se sabe dueña de su idioma y de su imaginación. La acabamos de escuchar en Guayaquil, y su oralidad clarísima y apasionada pone más luz al encuentro con las páginas de su última novela.

En Canción de antiguos amantes (Alfaguara, 2022) manipula a su albedrío la leyenda y la realidad. Para la primera, abreva en el Cantar de los Cantares y en toda la información que encontró sobre los amores de Salomón y la reina de Saba; para la segunda, recogió su propio recorrido por las tierras de Yemen, Etiopía y Somalia, junto con Médicos sin Fronteras. El resultado es un tejido complejo y multifacético para el cual le da la voz a un estudioso de nombre raro, que se traslada a Oriente en pos de los datos que afinquen en una tesis, su temprana afición por la reina viajera.

La historia se reparte entre el distante pasado mítico —donde hay supersticiones, aventuras, poder femenino y grandes desplazamientos— y el presente doloroso, en el cual las guerras destrozan la vida de los seres comunes y la generosa organización de médicos acude a sanar y proteger a los más débiles. Allí se planta el visitante; allí hay una partera somalí que encarna la superación de la violencia y la entrega incansable al prójimo. Asomada al desierto, la pareja entiende a las mujeres que huyen, a las que paren el producto de las violaciones, a los niños que quedan ciegos.

A ratos, el estilo desconcierta. Su modernidad es despampanante para escarbar en nombres, alusiones y paisajes de arena e incienso. El narrador Bos Mutas imagina dentro de lo imaginado y se convierte en el asistente de santo Tomás de Aquino para entablar con su maestro una intensa discusión sobre la luminosidad con que unos vitrales proyectan la figura femenina que puede distraer a los devotos (naturalmente, hombres) de sus oraciones. Esta, más los capítulos dedicados a Gerard de Nerval, el poeta romántico francés, y a Arthur Rimbaud, el genial adelantado de vanguardia poética, son tres perlas cerradas que inquieren por los viajes del espíritu detrás de simbolismos que se dibujan con perfil de mujer. ¿Acaso también persiguieron sus respectivas reinas de Saba?

Cuando la novela se cierra sobre los versos bíblicos atribuidos a Salomón, alcanza un poder lírico impactante y elabora líneas muy bellas que combinan las imágenes de los ciervos y las fuentes y el vino, herencia directa del Cantar con este renovado poema narrativo del que es afecta la autora. Y como la novela plantea que los mitos cada vez que se consumen se renuevan, la leyenda de la reina que conquistó el corazón del rey hebreo con su sabiduría y se llevó en su vientre la semilla para fundar otra línea de raza semita entronca con núcleos de vida asiático-africana.

Hermosa lectura para salir de lo común, estando en la realidad. Hoy, de los antiguos parajes solo quedan ruinas; la población huye en pateras desafiando a la muerte cada día; los campamentos que se levantan en los desiertos se estabilizan, pero cada mujer yemenita o etíope se dice, todavía, descendiente de la reina de Saba.

Este artículo apareció en el diario El Telégrafo.

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