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«Stornaiolo», por don Marco Antonio Rodríguez

Encuentro a Luigi. La cabeza alborotada —su abundante pelo y los turbulentos demonios que la pueblan—, los carbones de sus ojos, las manos aún ávidas sobre la frazada que cubre sus piernas inermes. Le recuerdo algo...

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Foto: Artex Latinoamérica

“Me volví loco con horribles intervalos de horrible cordura”. La frase ajusta la tumultuosa creación existencial y visual de Luigi Stornaiolo (Quito, 1956), grande de su generación en América. Vida y obra congregadas y desmembradas. Estallido de memorable caos. Los rostros ocultos de la humanidad: umbríos, ominosos y a la vez risibles, irrisorios esperpentos de un aquelarre estrafalario: su universo pictórico.

El arte y su sombra siniestra. ¿Cuál es el dolor que atraviesa a Stornaiolo y lo conmina a infligir su dolor a los demás a través de su arte? ¿Su enfermedad que escindió su cuerpo por la mitad, paralizando una? ¿Su azarosa aventura existencial: hallazgos, pérdidas, soledumbres? Pienso que lo bello también es lo temible que aún podemos soportar.

Lo siniestro es condición y límite. Marca y germen del poder de su obra. Señal de magia, misterio y fascinación, fuente de su capacidad de encantamiento. Personajes señalados por el desamparo, asidos al torpe estruendo de bares, cantinas, cafetines… Galanes de luciérnagas inasibles, paseadoras abandonadas, tejedores de humo… Tedio, repulsión, vacío, espejos, hartazgo de vivir…

Encuentro a Luigi. La cabeza alborotada —su abundante pelo y los turbulentos demonios que la pueblan—, los carbones de sus ojos, las manos aún ávidas sobre la frazada que cubre sus piernas inermes. Le recuerdo algo, ¿reímos o fingimos reír?

Mediados los ochenta del siglo XX. La casa de Guadalupe Huerta. Celebración de la vida. Amigos. Luigi entre ellos. Le digo que quiero escribir sobre él y le pregunto cuándo y dónde le es más conveniente encontrarnos para fisgonear en sus laberintos. “Sábado, como a las seis, en el cementerio”, me contesta, serísimo…

“Te anticipé”, me espeta ahora, pasados siglos. “¿Cuál va primero?”, concluye, adusto, triste. Los dos, contesto, apretando su mejilla de Quijote recluido junto a la mía.

“El ansioso tiempo que sobrellevamos de partida en partida/ como un leño encendido que atormenta demasiado”.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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