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«Chalco», por don Marco Antonio Rodríguez

Para el surrealismo lo maravilloso radica en una superrealidad, diversa y opuesta a la realidad circundante; el realismo mágico surge de la realidad próxima, materia áspera, en estado puro y crudo...

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Para el surrealismo lo maravilloso radica en una superrealidad, diversa y opuesta a la realidad circundante; el realismo mágico surge de la realidad próxima, materia áspera, en estado puro y crudo, una vez transfigurada por el artista, se torna realidad mágica. Lo real maravilloso, a diferencia de los dos, devela lo maravilloso en la realidad que vivimos, de una maravilla hecha, tangible, al alcance de la mano. Uno de los valores de lo real maravilloso es Jorge Chalco (Cuenca, 1950).

Silencioso y humilde, jamás abdicó de su origen marginal ni lo usó para promover su arte. A los 24 años vino a Quito a aprender dibujo y pintura. Una obra suya fue seleccionada para la Bienal de Metz en 1978 y su nombre empezó a conocerse. Evocación de sus raíces y asimilación de su entorno, persecución de expresiones populares, aprehensión de imágenes vividas: aquellas de su comarca originaria.

Más tarde se dedicó a rescatar el paisaje urbano y rural de Cuenca. El espacio se yergue como su núcleo cardinal y en las formas libérrimas se sedimenta su realismo maravilloso. Resoluciones geométricas y detallismo que remite a recursos artesanales. Estados de ánimo, arrebatos, estampida y vuelo: la de los cóndores husmeando sitios donde yacen sus presas. De a poco, su paisaje cede al realismo maravilloso.

En su serie de Barrancos cuaja y afirma su estilo. Estiliza el paisaje suburbano mediante cenefas de calidades decorativas, mientras los barrancos cobran vida. Su ruralismo se funda en estilizaciones muy suyas, convierte montañas y trigales en franjas de sugestiva cromática. Espantapájaros, curiquingues, danzantes, personajes con vestuarios y máscaras multicolores, criaturas del folclore andino.

Consciente de que la creación artística es una averiguación inacabable, clausura el período de folclorismo maravilloso y se rehúnde en formas insondables que sugieren sondeos en el abstraccionismo. “Ilusionismo viajero” le merece el primer premio en el Mariano Aguilera. Formas mágicas logradas con tonalidades severas de imponente sutileza.

Sus nuevas formas se levantan a vastos horizontes, perdiéndose en lo informe (esperpentos de ciencia ficción). Pronto alzan vuelo mutando en bellas criaturas resueltas en cromáticas espléndidas. Acude a la Segunda Bienal de Cuenca, con obra madura y fastuosa de contenidos poéticos. En los noventa se recluye en su magia folclórica: series en las que los colores se tensionan al punto de urdir una dimensión visual que fractura la realidad.

Divagaciones, averiguaciones a fondo del folclore. Los colores salen en estampida hacia el espectador. Violentismo cromático. Alucinante. Composiciones verticales de airados ritmos musicales; formas evanescentes que son ánimas, evocaciones, rumores. La insólita aventura de un pasado redivivo. Todo se comunica en la obra de Chalco. Prodigios de un mundo mágico, sincrético, multicolor.

‘Por eso vuelo y me voy,/ vuelo y no vuelo pero canto:/ soy el pájaro furioso/ de la tempestad tranquila’.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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