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«Cholango y el regreso», por don Marco Antonio Rodríguez

Una serpiente alada de escamas de oro, cabeza llameante, ojos metálicos, hocico escarlata y cola de pez, surca los cielos, se llama Amaru y es la deidad, antigua como el tiempo...

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Imagen tomada de YouTube.

Una serpiente alada de escamas de oro, cabeza llameante, ojos metálicos, hocico escarlata y cola de pez, surca los cielos, se llama Amaru y es la deidad, antigua como el tiempo, en cuya piel se lee todo lo que concierne a la vida.

Camisa y pantalón blancos de algodón, sombrero y chaleco de paño negro, collar y pulseras de semillas, pelo recogido en su tradicional guango, Amaru Cholango, el artista conceptual que ha encumbrado el nombre del Ecuador en el mundo, ha regresado, luego de vivir treinta años en Alemania. Amaru es un hombre sabio y genuino, obsesivo y áspero, impetuoso y sensible. Su poesía, dibujos, tintas, óleos, esculturas, instalaciones, performances, acciones, videos, fotografía, han sido celebrados en numerosos países.

Calas hondas en sus raíces ancestrales, confrontación con pasado, presente y futuro, originalidad como sinónimo de otredad, amor a sus ancestros que transmutan en dioses; furia constructiva contra la presencia del otro, resistencia a la intrusión de civilizaciones extrañas, crítica a Occidente; rebelión y duelo, ciscos de un dolor fraguado en el exilio: la obra de Cholango.

Amaru, el artista de tres mundos: el de su matriz indígena, el de su inserción en nuestro mestizaje y el de un país lejano en el cual recaló por invocación del amor. Él acude a la robótica, la genética, la tridimensionalidad y al movimiento mecánico para instaurar su obra; a la par, critica con mordacidad todo lo que nos deshumaniza. Así como se ha destruido la institución de la verdad, sostiene, se ha exterminado el lenguaje, y los políticos son quienes más corrompen la lengua. Con letras hechas de tronco carbonizado colgadas, Amaru erigió su instalación ‘La lengua quemada’.

En ‘La pared’ levantó un testimonio denunciatorio sobre la libertad. Una pared con balaustradas a los costados; en ella convocó a los visitantes para que expresen lo que piensen y sientan sobre esta entelequia. Antes de su inauguración, se colmó de grafitis. Pared: escisión, ruptura, segregación, desalojo; símbolo de cautiverio, negación o privación de la libertad. La libertad para los excluidos no existe. El artista visualizó con la pared la propiedad privada (trofeo de nuestra colapsada civilización). Paredes prisiones, paredes zoológicos, paredes dogmas. Los muros-paredes simbolizan miserias colosales: Alemania, Guantánamo, Abu Ghraib, Israel, Berlín, ese monstruo abominable que avanza entre Estados Unidos y México, el de Europa y sus ‘vecinos’.

Amaru ha retornado a su Pachamama, ‘al embrujo incomparable de su sol’. Exaltado, febril, infatigable, vuelve, ‘medianamente’ satisfecho con su dilatado itinerario artístico. Sonríe, cazurro, cuando le digo que quien vive estéticamente lo hace como un desesperado. “Regresé solo, sentencia, pero no desesperado”, y ríe, ríe y se prenden como cocuyos sus ojos. “El no-tiempo enmascarado de hollín/ me llamaba desde lejos./ ¿Dónde está la amada para guarecerme?”, reza uno de sus poemas.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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