Para Alicia, la siempre amada
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El 11 de octubre de 2018, Gabriela, Daniela y yo viajamos a Buenos Aires. El día que llegamos desde Montevideo, donde habíamos pasado unos días junto a Alicia y algunxs amigxs*, Daniela recibió un mensaje en el que le informaban que esa noche habría una lectura de la obra de Anne Carson. En el camino, nos perdimos y no alcanzamos a llegar a tiempo al auditorio donde —luego nos enteraríamos— se llevaban a cabo algunas de las actividades del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires de ese año. Cuando finalmente llegamos, el evento había comenzado. Los organizadores hicieron una concesión al dejarnos pasar por lo que entramos tratando de hacer el menor ruido posible. Nos sentamos en las bancas de la última fila para no perturbar a nadie y, a esa distancia del escenario, nos tomó un tiempo reconocer a la escritora canadiense. En nuestro desconocimiento de todo, no imaginamos que sería la propia Carson quien leería esa noche. Se trataba de una performance a tres voces y en tres idiomas: inglés, español y griego antiguo. Ella leyó algunos de sus fragmentos sobre la obra de Safo en inglés, otras dos mujeres leyeron en las otras dos lenguas. Esa ha sido la única vez que he escuchado a alguien hablar en griego antiguo. Mi precario oído no pudo establecer ningún tipo de relación fonética entre esa lengua y la mía, pero sí alcanzó a fascinarse con la musicalidad y la imposible ligereza con la que, en el transcurso de una hora, la lengua de Safo dejó de ser lengua muerta.
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En 2019, la editorial madrileña Vaso Roto publicó Si no, el invierno. Fragmentos de Safo, una edición trilingüe de la obra de la poeta de Mitilene.[1] La traducción al inglés, la introducción, las notas y los apéndices son de Carson, una de las más importantes y reconocidas clasicistas en lengua inglesa. La traducción al español estuvo a cargo de Aurora Luque. Aunque no lo recuerdo, supongo que en Buenos Aires leyó sus notas de este libro o momentos del estudio introductorio en donde escribe: “De los nueve libros de poesía lírica que se dice que Safo compuso, ha sobrevivido completo un único poema. Todo lo demás son fragmentos” (Carson, 2019, p. 14). La traducción de Carson está basada en la edición de 1971 de Eva-Marie Voigt en la que se incorporan varios fragmentos compuestos por una sola palabra (p. 15). Resulta conmovedor pensar que la poesía lírica en Occidente se monta sobre ruinas y cómo, desde hace siglos, los lectores modernos de Safo han tenido que repetir estas palabras solitarias una y otra vez, como para dotarlas mágicamente del contexto que no existe o que es ilegible, para brindarles un espesor que las complejice, o para inscribirlas en la estirpe de lo poético. La pronunciación de palabras como ‘canal’, ‘vestido’, ‘propietario’ y ‘apio’ se ralentiza en nuestras bóvedas palatinas. Cada palabra es recorrida como se recorren las ruinas de una ciudadela antigua: mirando en todas las direcciones y atendiendo a la materialidad de la piedra. Carson señala, en una de las notas a su traducción, que en ciertos fragmentos Safo utiliza el pronombre “nos” ahí donde correspondería utilizar “me” —el pronombre de una yo lírica que interpela a su amadx— y explica que esto seguramente ocurre porque estos poemas estaban destinados a ser leídos por un coro.
¿Un coro que se va constituyendo a través de los siglos, entre otras, por tu voz y la mía?
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Las palabras flotan en el silencio que las rodea. Imagino a lxs traductorxs esos fragmentos constituidos de una sola palabra —entre ellxs, la propia Carson— trabajando con la morosidad y la paciencia de Pierre Menard.
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En los últimos meses, Florencia ha estado estudiando la obra de Lucrecia Martel. La propia directora y Zama han sido de manera particular el objeto de su fascinación. Como es sabido, esta película está basada en la novela homónima de Antonio Di Benedetto. En una entrevista, Martel sostiene lo siguiente: “[…] nunca quise transponer la novela sino que traté de filmar las imágenes que quizá Zama tenía en la cabeza, las situaciones que había vivido o imaginado y que no sabemos si fueron así. El desafío más grande era situarse en una zona de realismo sospechoso” (Yuste, 2018, párr. 5). Para Florencia, el hecho de que algunos personajes de la película se pinten las uñas de colores bastante llamativos revela el esfuerzo de Martel por introducirse en la lógica según la cual es imposible tener la absoluta certeza sobre cómo se vivía el cotidiano entonces (finales del siglo XVIII en Paraguay). Nuestra memoria histórica está repleta de rajaduras que se resisten a ser rellenadas de manera definitiva. En cuanto se pretende ocupar su espacio queda claro que ese relleno no es más que una conjetura que no nos instala en la verdad última.
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Walter Benjamin, en su ensayo “La tarea del traductor”, menciona que “El error fundamental del traductor es que se aferra al estado fortuito de su lengua, en vez de permitir que la extranjera lo sacuda con violencia” (Benjamin, 1971, p. 141). Me parece que Carson no comete este error, de ahí que en el libro haya más de una traducción de ciertos fragmentos, en la excitación que debe producir enfrentarse a poemas en una lengua muerta, de cuyo uso en el pasado solo se puede, arqueológicamente, plantear suposiciones. Las varias traducciones de un mismo fragmento me parece que responden a las varias suposiciones que surgen en la interpretación del uso de ciertas imágenes. Tengo la impresión de que para Carson son el material con el que se pretende rellenar la rajadura que inevitablemente volverá a quedar vacía. En algunos casos, estas traducciones se diferencian mucho entre ellas. Sobre el fragmento 146 que se traduce: “ni para mí la miel ni la abeja de la miel (Carson, 2019, p. 323. En inglés: “neither for me honey nor the honey bee”, p. 322), Carson afirma que al sentido proverbial de la frase se le puede sumar que “las abejas y la miel se asocian a menudo a Afrodita en el culto antiguo y en la simbología religiosa” (p. 419) y por lo tanto el proverbio podría implicar la renuncia a lo afrodisiaco. A partir de esta suposición, se le ocurren otras traducciones, por ejemplo: “la miel, embriagadora / la abeja en su punzada venenosa / ¿miel el amor? / no, para mí no” (p. 419). En todo ejericio de traducción o de crítica genética, el ejercitante se introduce irremediablemente en la “zona de un realismo sospechoso”.
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Aquí, dos fragmentos íntegros:
24 A
]
] habrás de recordar
] que nosotras en nuestra juventud
hicimos esas cosas
sí, muchas cosas y bellas
]
]
]
24 C
]
] vivimos
]
lo contrario
]
desafiante
]
]
] (p. 67).
No se sabe con exactitud en qué año nació Safo de Lesbos, pero en estos fragmentos la yo poética mira su juventud como cosa terminada. En el apóstrofe, se dirige seguramente a alguna de las hetairas[2] que amó y con quien recuerda una vida pasada compartida. En los últimos días, le he enviado a Florencia estos mismos fragmentos dos veces. Ella, por su parte, me envió la entrevista a Martel una sola vez. Así erigimos nuestra moneda de cambio. La conozco desde hace más de veinte años y, desde entonces, hemos sido las más grandes amigas.
A mis cuarenta, en el proceso de encierro al que nos hemos visto abocadxs a causa de la pandemia, he sentido que he arribado a la madurez y puedo ahora identificarme con el lugar de enunciación de esta yo poética. Creo que Florencia ha vivido algo similar. Supongo que ya podemos hablarnos así, como Safo con su hetaira. ¿Qué edad habrá tenido cuando escribió estos poemas? ¿A qué edad una mujer griega del siglo VI a.C., poeta y música, siente que ya no es joven? Sé que algunos estudiosos podrían responder con pretensión científica esta pregunta, pero también sé que es una pregunta que no tiene respuesta. Como el deseo, diría Luis Cernuda.
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¿Puede el fin de una relación amorosa, que se ha dibujado en nuestra psiquis, en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu como un absoluto, dar cuenta de nuestra juventud? En uno de sus textos más hermosos, El ensayo de cristal, Carson lee una ruptura íntima como correlato de la vida de Emily Brönte y de la escritura de Cumbres borrascosas. Escribe: “Oservar [sic] un viento norte golpear el páramo / que rodeaba los cuatro costados de la casa de su padre, / hecha de un tipo de roca llamada millstone grit, // le enseñó a Emily todo lo que sabía sobre el amor y sus necesidades […] Todo se descontrola. Cuando estuve desnuda / le ofrecí mi espalda porque a él le gusta la espalda. / Se acercó a mí. // Todo lo que sé sobre el amor y sus necesidades / lo aprendí en ese momento / cuando me vi // lanzando mi pequeño trasero rojo y ardiente, como si fuera un babuino / a un hombre que ya no me quería” (2015a, pp.14-15). ¿Qué habrá sentido esa mujer al constatar que él no la amaba más? ¿El peso de los años caer como un velo sobre su rostro? En otro ensayo, Carson se pregunta: “¿Quién desea lo que no está ausente? Nadie. Los griegos dejaron esto en claro. Para expresarlo inventaron el eros” (2015b, p. 25).
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Con Alicia rompimos unas semanas antes de entrar en cuarentena el año pasado. Hoy, a ella me lleva este fragmento:
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]de deseo
]
] cuando miro hacia ti
] tal una Hermíone
] y a Helena la de rubios cabellos te comparo
]
] entre las mortales, aprende esto
] de todos los desvelos
] podrías tú librarme
]
] orillas fluviales cubiertas de rocío
] a permanecer toda la noche
] [ (p. 65).
*La he deseado, en su ausencia, desesperadamente.
**No dejaré nunca de escribirle cartas ni de leer las suyas, aunque durmamos juntas y nos miremos las manos, todos los días, sentadas a la mesa.
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Sobre Carson, Susan Sontag dijo que leería cualquier cosa que ella escribiese. Tengo la misma sensación y no conozco a nadie que se haya iniciado en la lectura de su obra y no se procure el placer de continuar en la exploración de ese universo. Al ser la traductora de Safo, se ha dejado tocar por la gracia de lo clásico, ha intuido mejor que nadie la singularidad de su tiempo y, por lo tanto, comprendido la universalidad que le corresponde a la poeta lírica. Carson, sin embargo, entiende que hay algo que se le resiste, algo que es intraducible, aunque lo rodee, atosigándolo, no hay forma de penetrar en esa zona. Ese entendimiento que se parece tanto a lo que mantiene vivo al deseo y que es, quizás, el motor de su propia escritura.
Textos citados
Benjamin, W. (1971). “La tarea del traductor” en Angelus Novus. Barcelona: Edhasa.
Carson, A. (2019). Si no, el invierno. Fragmentos de Safo. Trad. de Aurora Luque. Madrid: Vaso Roto.
— (2015a). El ensayo de cristal. Trad. de Soledad Marambio. Santiago: Cuadro de Tiza.
— (2015b). Eros el dulce-amargo. Trad. de Mirta Rosenberg y Sivina López Medin. Buenos Aires: Fiordo.
Yuste, J. (2018, 17 de enero). Lucrecia Martel: “En Latinoamérica nos esforzamos en reinventar el pasado”. El Cultural. elcultural.com/Lucrecia-Martel-En-Latinoamerica-nos-esforzamos-en-reinventar-el-pasado
* El texto publicado respeta la grafía utilizada de manera intencional por su autora.
[1] En su original, que es una edición bilingüe en griego y en inglés, el libro se publicó en 2003 por First Vintage Books.
[2] Se ha traducido la palabra hetaira como cortesana o amante, señala Carson en la nota 142 del libro; “[e]n el lenguaje de Safo, sin embargo, hetaira parece connotar una cercana compañía femenina o amiga íntima en una relación que puede ser sexual pero que no está mercantilizada” (p. 418).