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Conferencia de introducción al Congreso Internacional de Literatura Hispanoamericana «Ricardo Palma»

Conferencia presentada por doña Susana Cordero de Espinosa, directora de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, el 25 de septiembre de 2019, en Lima.

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Esta es la conferencia inaugural del Congreso Internacional de Literatura Hispanoamericana «Ricardo Palma», presentada por doña Susana Cordero de Espinosa, directora de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, el 25 de septiembre de 2019, en Lima.

Agradezco de corazón al querido amigo Marco Martos, director de la Academia Peruana de la Lengua, su invitación generosa para que la Academia Ecuatoriana sea copartícipe honoraria de este Congreso Internacional ‘Ricardo Palma’,en conmemoración de los cien años de la muerte del gran tradicionista limeño-americano.

Hace alrededor de veinte años habría sido difícil imaginar que las palabras de un director de la Academia Ecuatoriana de la Lengua abrieran un Congreso Internacional de Literatura Hispanoamericana en el Perú; más quimérico aún habría resultado que ese director hubiese sido una mujer. Pero, aunque solo en 1998 se firmó la reconciliación histórica definitiva entre Ecuador y Perú, la sangre que recorría nuestras venas culturales, más allá de abismos y distancias, atravesaba Andes y Amazonas y nunca fue interceptada entre nuestras naciones. El Amauta Mariátegui y César Vallejo; Benjamín Carrión y César Dávila Andrade pertenecen a todos, gracias a la lengua. Hoy, olvidadas rencillas, nostalgias, divisiones y penas territoriales, reprobamos todo nacionalismo a ultranza, para apostar por la vigencia de un planeta unido, a fin de salvarse a sí mismo.

La cortesía me exige presentar someramente a nuestra Academia Ecuatoriana. En la segunda parte de mi discurso, procuraré transmitirles el efecto de libertad y gracia que ha ejercido en mí la lectura de algunas de las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma.

El castellano o español nos une desde tiempos coloniales, en desmedro del quichua y de tantas otras lenguas originarias. Gracias al castellano, formamos parte de una millonaria comunidad de hablantes de veintitrés países, cada uno con su correspondiente Academia de la Lengua.

En 1828, consumadas las independencias de la mayor parte de los países hispanoamericanos, don Mariano José de Sicilia, en el Prólogo de sus Lecciones elementales de Ortología y Prosodia, escribía: “Pluguiese a Dios que entre las medidas de salud, de prosperidad y de gloria que podrían ser adoptadas en el Congreso General de aquellos pueblos, fuere una de ellas el establecimiento de una Academia americana de la lengua”.

¿Era imprescindible, para liberarnos del antiguo coloniaje español, ‘conquistar la independencia cultural y, especialmente, lingüística’?, pregunta Santiago Muñoz, actual director de la RAE,en Hablamos la misma lengua, sobre la aspiración que al inicio de sus vidas republicanas, manifestaban algunas naciones del Cono Sur.

El Ecuador, habiendo dado en América, en 1809, el ‘primer grito de la independencia’, en rebelión que acabó en la masacre de los próceres el 2 de agosto de 1810, no tuvo líderes que sintieran el español como un lastre del que liberarse. Nuestros afanes culturales se decían y escribían en español. El aplastamiento de los grupos indígenas, la tragedia de la conquista y del cruel coloniaje que los sometió cobraron tributos amargos, entre ellos, no el menor, el haber relegado su lengua a un confinamiento vergonzante, aunque la entonces llamada ‘lengua general’ se empleó para la catequesis de los indígenas durante la administración española. Luego de nuestra independencia en 1822, el español se dilató en la educación, en detrimento de las lenguas originarias: el quichua nunca respondió a su destino de lengua general.

El expresidente ecuatoriano y académico, don Luis Cordero Crespo, en el prólogo a su Diccionario quichua-español, español-quichua, de 1892, manifestaba:

En la Sierra coexistían armónicamente castellano y quichua, hermanándose en la expresión graciosa, en los modismos peculiares y en la chispeante habla popular de ciertas provincias, como la nuestra. Representaba tal hermandad esa etapa histórica y sociológica de la proyección de la ciudad sobre el campo y del campo sobre la ciudad. Hoy, avanzada la historia, avanzado el mestizaje y convertida la urbe en meta del campesino, el quichua ha entrado en una etapa de atenuación y ensombrecimiento, donde ni los interesados por conservarlo hacen mínimo esfuerzo en su defensa.

Luis Cordero Crespo, prólogo al Diccionario quichua-español, 1892.

Pero nunca se ha eliminado el sustrato quichua de nuestro español. La conciencia que han tomado los indígenas ecuatorianos de distintas etnias y lenguas, respecto de su propio valor, hace que hoy se busque recuperar y preservar las lenguas aborígenes, fomentar las escuelas bilingües, el estudio del quichua y de otros idiomas originarios. Ya desde la colonia, giros quichuas intraducibles revelaron nuestra idiosincrasia mestiza: perífrasis como ‘le mandó sacando’, ‘dejarás cerrando’, o la de las formas de ‘dar’ más gerundio que atenúan el imperativo hasta volverlo ruego: ‘Da diciendo que voy a volver, no seas malito’ no son anatematizadas, ni lo es, el abuso del diminutivo… Nuestra cocina gana, sin lucharla, ardua batalla: el locro, el timbushca, los llapingachos; las choclotandas, el caucara, el champús; el sango, la chuchuca, el mote; el chulco, la mashca, la chicha: comemos mucho de lo nuestro, deliciosamente, en quichua.

‘Se vuelve, en el examen de la lengua, al restablecimiento de vínculos gloriosos’, escribía el lúcido exdirector de nuestra Academia, Julio Tobar Donoso, ‘sobre todo, cuando estos se fundan en dos patrimonios inefables grabados hondamente en el alma de las multitudes: religión y lengua’.

El miércoles 19 de mayo de 1875, El Nacional, periódico oficial del Ecuador, reprodujo el“Acta de instalación de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia’.El entonces presidente de la República, Gabriel García Moreno, jugó papel esencial en el inicio de nuestro existir: anunciada la instalación de la AEL en Madrid, aprobó su fundación en el país, meses después, y nació la segunda Academia de América. Pero ‘dado el vértigo de los acontecimientos políticos que culminaron el 6 de agosto con su asesinato’, García Moreno no pudo favorecer a la recién nacida corporación. (Salvador Lara, Jorge, Memorias AEL, 1975). Totalitario y recio católico que consagró el Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús, firmó en 1875 el decreto legislativo que dice: “En mérito de las razones que los señores académicos han expuesto en su solicitud, y por considerarse deber de la legislatura el proteger y dar impulso a todo lo que, de cualquier manera, ilustra y honra a la Nación, decretan: Art. 1º. Concédese a la Academia Ecuatoriana correspondiente de la Española, la dotación de seiscientos pesos por año que satisfará el Tesoro nacional […] por dividendos mensuales”. En el artículo 2º. […] Se le concede, además, franquicia en las estafetas de la república, para su correspondencia con la Española y con las Academias establecidas en América”.

La dotación de seiscientos pesos se cumplió una sola vez durante los primeros veinticinco años de vida académica y originó mil y un reclamos ante sucesivos Gobiernos que no se sintieron obligados a cumplirla; la esterilidad de recordatorios inútiles amagó los diecisiete años de gobierno de Pedro F. Cevallos, su primer director, y los cuatro del segundo, Julio Castro. Cuentan nuestras Memorias: “Como se debían a la Academia los subsidios anuales desde 1876, el Doctor Carlos Rodolfo Tobar Guarderas su tercer director, en 1896, reinició las gestiones ante el Gobierno ecuatoriano para el pago de las asignaciones estatales. “Se encontró como fórmula aceptable el entregar a la Academia, en propiedad, la mitad del inmueble de la Biblioteca Nacional, en 1904; el Congreso de 1905 consolidó dicha propiedad en favor de la academia, facultándola para enajenar la casa, lo que nunca ocurrió. Se restauró y ocupó por primera vez entre 1980 y 1987. Desde 2013, hemos vuelto a la sede definitivamente, gracias al interés de la Real Academia, el de Cooperación Española y la de sucesivas alcaldías quiteñas, que beneficiaron a la corporación con la restauración definitiva de su antiguo inmueble, así como la de calles y plazoletas aledañas.

Nuestro primer director, en su Breve catálogo de errores en orden a la lengua y lenguaje castellanos dio cuenta de la preocupación central de los académicos: la preservación del español contra los usos que pudieran alterarlo. Leo un párrafo de la carta que, en este mismo espíritu, el arzobispo, historiador y académico de la lengua, Federico González Suárez, dirigió a don Alejandro Pidal y Mon, Director de la Real Española, el 24 de marzo de 1908:

“Una lamentable equivocación comenzó a cundir, hace algún tiempo, en los pueblos hispanoamericanos, y fue la de creer que también el idioma en nuestras Repúblicas debía emanciparse de España, así como las colonias se habían emancipado de la Metrópoli; confieso llanamente a V. E. que yo no puedo entender cómo se podría haber verificado semejante emancipación del idioma, a no ser que se hubiera convenido [en] la democracia americana en hablar una lengua del todo indisciplinada, lo cual, aunque se hubiera querido, habría sido metafísicamente imposible realizar. Por el idioma castellano, que es el habla materna de los americanos, todavía, hasta ahora, el sol no se pone en los dominios pacíficos de nuestras Academias.

Carta de Federico González Suárez a Alejandro Pidal y Mon.

En tiempos de redes informáticas y exigencias globales, desde la dura constatación de las debilidades de la educación ecuatoriana, clama nuestra Academia a favor del aprendizaje profundo de la lengua, la práctica de la lectura y la escritura, como la única forma de llegar a definirnos en plenitud humana. La Academia cuenta con el aporte de sus miembros a través de la narración, la poesía, el ensayo, la búsqueda de expresión feliz en obras que se basan en el sentir popular, el conocimiento y profundización de las condiciones pasadas y actuales de nuestro pueblo. Nuestra inserción en la Asociación de Academias es, a la vez, exigencia de una labor panhispánica continua, así como de la elaboración perseverante de un primer Diccionario académico del habla del Ecuador.

Si, según nuestros estatutos, “hemos de velar por que los cambios que experimente el español hablado en el Ecuador,… no rompan la unidad que la lengua española mantiene en el ámbito hispánico”, nuestro trabajo se dirige a crear conciencia sobre la inmediata necesidad de las universidades ecuatorianas de crear facultades de Filología y Lingüística: no poco dice del menesteroso andar educativo de mi patria, el que la lingüística se trate como una materia más, inmersa en departamentos de comunicación que suelen eludir toda profundidad, en pro de la inmediatez acrítica del uso de los actuales medios.

Nuestra pertenencia a la Asociación de Academias exige “la realización de investigación lingüística, que permita aportar datos científicos significativos sobre el español del Ecuador”. Aspiramos a realizar proyectos de investigación lingüística con la cooperación de universidades ecuatorianas y extranjeras y quizá, con la de otras academias. La existencia de la Escuela de Lexicografía de la RAE beneficia a las academias americanas, pero no puede suplir las carencias de estudios universitarios. Becarias de cooperación trabajan desde nuestra tutoría. Creamos un corpus del español ecuatoriano, codificamos y recuperamos información para contar con ese indispensable registro lexicográfico que no olvide los viejos diccionarios, vocabularios y léxicos regionales, ni estudios acerca de las variantes del español hablado en el Ecuador…

Nuestra biblioteca, dotada de obras fundamentales de lingüística y literatura, dicta seminarios de lecto-escritura. Tenemos convenios con la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, la Universidad del Azuay, el Centro Cultural Benjamín Carrión, la Casa de la Cultura Ecuatoriana, y necesitamos dilatar esta políticahacia todas las academias.

La Academia Ecuatoriana cuenta con la amistad y consideración de las más amplias y conocidas instituciones culturales del país, que la sienten como su natural y respetable decana.

Ya es tiempo de intentar un abordaje a las tradiciones de Ricardo Palma, pues este Congreso Internacional evoca el primer siglo de su muerte, en 1919, tras una vida intensa y de trabajo fecundo.

El descubrimiento de sus Tradiciones peruanas constituye hoy un regalo de vivacidad, de simpatía, de atrocidades también, aderezadas con el conocimiento sin igual de la naturaleza humana que Palma nos transmite, gracias al poderosísimo condumio literario con que enriquece cuentos, historias, hechos, leyendas, consejas, refranes, anécdotas y curiosidades objeto de su incansable interés.

Como fundador y entonces director de la Academia Peruana, Palma viaja a Madrid en 1892, a las celebraciones de los cuatrocientos años del descubrimiento de América. Es conocida su propuesta a la Real Academia, invitación que yo llamaría ‘de avanzada’, a aceptar un minucioso catálogo de peruanismos y americanismos. Su estudio e integración en el diccionario oficial se le negó y tras tal rechazo, Palma declara el receso de la Academia Peruana, suspensión que terminará quince años después, en 1917.

Pero la mayoría de palabras propuestas por Palma, si no todas, serán recogidas y publicadas en el Diccionario de la RAE, con las correspondientes marcas diatópicas que hoy se colocan también para anunciar españolismos, es decir, términos empleados solamente en el español peninsular.

En ponencia titulada “Ricardo Palma, plenitud de apropiación de la prosa castellana en América”, el académico ecuatoriano Hernán Rodríguez Castelo cita esta exhortación, casi profecía, del peruano:

Hablemos y escribamos en americano: es decir, en lenguaje para el que creemos las voces que estimamos apropiadas a nuestra manera de ser social, a nuestras instituciones democráticas a nuestra naturaleza física. Llamemos, sin temor de escribir o hablar mal, pampero al huracán de las pampas, y conjuguemos sin escrúpulo empamparse, asorocharse, apunarse, desbarrancarse y garuar, verbos que en España no se conocen, porque no son precisos en país en que no hay pampas, ni soroche, ni punas, ni barrancos, ni peñas, ni garúa…

Memorias 68 de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, 2008, pp. 100-101.

‘Sin temor de hablar mal’, temor que, por cierto, todavía, por momentos, nos abruma, pero según el exsubdirector de la Ecuatoriana, si algún temor ha de abrumar nuestro uso de la lengua no es el de los neologismos que en ella se introducen, sino el de generar construcciones y sintaxis que desdigan de su íntimo significado.

Poco puedo aportar sobre el extraordinario tradicionista, y acudo a cinco cartas que el investigador quiteño Gustavo Salazar me proveyó gentilmente; la primera, dirigida por Palma a Juan León Mera, poeta, fundador de la Academia Ecuatoriana, quien, previamente, había enviado al peruano un estudio titulado Obras selectas de la célebre Sor Juana Inés de la Cruz, precedidas de biografía y juicio crítico sobre sus producciones. Otras tres misivas breves son las dirigidas a Palma por el polígrafo guayaquileño don Pedro Carbo quien, en noviembre de 1887, anuncia, sobre el afán de una hija de Palma, o, quizás, el del mismo don Ricardo, por coleccionar autógrafos:

No he olvidado el encargo de Ud. sobre autógrafos, y adjuntos a esta carta remito a Ud. los del señor Olmedo y de García Moreno. El del General Flores no lo he conseguido todavía, pero tan luego lo obtenga se lo remitiré también.

Carta de Pedro Carbo a Ricardo Palma, 1887.

Las cartas revelan el aprecio mutuo de estos notables corresponsales. Breve ejemplo de ello es la anotación de Palma bajo el texto de la última carta de don Pedro Carbo: “Don Pedro Carbo fué el amigo más querido e ilustre que tuve en Guayaquil. Murió en 1893”.

Por su valor histórico y literario, las ricas referencias a la vida personal de Palma y a sus ideas, las reflexiones que suscita en el lector y la noble amistad que revela, leo la dirigida por el tradicionista a don Juan León Mera:

Lima, Setiembre 2/1873.

S. D. Juan León Mera (Quito).

Mi querido poeta y amigo:

El señor Molestina ha puesto ayer en mis manos la importante publicación que Ud. ha hecho de las obras de la Monja de Méjico.

Como yo, amigo mío, vive Ud. en el pasado. Salvar del olvido joyas literarias y sucesos históricos es servir útilmente a la causa de América.

Quito debe ser fecundísimo en Tradiciones. ¿Por qué no cultiva Ud., este género? Anímese Ud. y estoy seguro de que realizará con lucimiento el trabajo, que por otra parte es digno de su laboriosidad y de su bien merecida reputación literaria.

Dentro de seis u ocho meses publicaré mi segundo volumen de Tradiciones. Quincenalmente sale a luz una en las páginas de la Revista de Lima. Apartado hoy de la política, que tantos sinsabores proporciona, he vuelto a la vida de las letras y me tiene convertido en ratón de archivos.

Me permito rectificar en esta carta un dato que da Ud. sobre el Conde de la Granja. Este no fué peruano sino español. Don Luis Antonio de Oviedo y Herrera, Conde de la Granja, nació en Madrid e hizo sus estudios en los claustros de la Universidad de Salamanca. Empezó sirviendo en uno de los regimientos que hicieron la guerra en Flandes y vino al Perú, con el grado de Coronel, en los tiempos del Virrey Conde de la Monclova.

En 1707 o 1708 escribió su gran poema en octavas reales titulado Santa Rosa de Lima, del que se hizo en Madrid la primera edición en 1711. El poema tiene muchas bellezas, y el gongorismo y demás defectos que como Ud. diría caritativamente:

Culpa fueron del siglo, no del Conde.

El Coronel-poeta murió en Lima. No he encontrado dato alguno que revele que hubiera estado en Méjico y presumo que tal vez mandó desde Lima algún romance dedicado a la ilustre poetisa.

Estimaré a Ud. que cuando encuentre un conducto seguro me mande un volumen de su linda leyenda y otro de sus poesías. Sólo tengo de Ud. en mi biblioteca el importante estudio sobre la literatura ecuatoriana.

No desmaye Ud. por mucho que en torno suyo no encuentre estímulo. Vivimos en una época antiliteraria y de puro mercantilismo.

Adiós, mi querido poeta. Le estrecha la mano muy cordialmente, su amigo affmo.

 Ricardo Palma.

Carta de Ricardo Palma a Juan León Mera, 1873.

Documento inestimable para adentrarnos en gestos íntimos reveladores de la bonhomía, el humor, leve aquí, pero cálido, con que Palma enfrentaba los acontecimientos, las vidas de sus amigos. La escribe pocos años después de que, según sus críticos, se enfrentara a la historia del Perú como filón incomparable por explotar para sus tradiciones. Y sugiere a Mera: “Quito debe ser fecundísimo en Tradiciones. ¿Por qué no cultiva Ud., este género? Anímese Ud. y estoy seguro de que realizará con lucimiento el trabajo, … digno de su laboriosidad y de su bien merecida reputación literaria”. Aprecia las cualidades de escritor, compilador y artista del poeta ecuatoriano; aventuro la idea de que Palma, al conocer la pobreza en que vivía el ambateño, y habiendo experimentado que sus tradiciones le reportaban inesperados beneficios económicos, no duda en aconsejarle: No desmaye Ud. por mucho que en torno suyo no encuentre estímulo. Vivimos en una época antiliteraria y de puro mercantilismo.

Imagina a Quito fecundo en tradiciones, que lo fue, y alaba la laboriosidad de Mera, otra de las notables cualidades del tradicionista: No desmaye usted, por mucho que en torno suyo no encuentre estímulo, escribe, como refiriéndose a su propia experiencia: muchas veces le ocurrió a Palma dudar del valor de su vocación tradicionista, del de sus textos; ¿por qué, si no fue así, se sintió compelido, en tantas circunstancias, a aclarar que no escribía como historiador sino como tradicionista, liberado de exigencias, cotejos y verificaciones, de necesidad de exactitudes y certezas?

Rectifica el error de Mera sobre la procedencia de don Luis Antonio de Oviedo, aclaración ‘palmaria’ que revela su incansable indagación en archivos, su curiosidad, sus lecturas que transmutará en textos libérrimos en los que a menudo parece reírse de sus lectores, pero, sobre todo, reírse de sí mismo. Dejo por un momento la carta citada, para referirme a su notable capacidad autocrítica, tan rara en muchos escritores; él apuntaba sobre una de sus tempranas obras de teatro, bien recibida en escena: ‘era una abominación patibularia en cuatro actos’, y se maravillaba de que al estrenarse otras obras, el ‘venerable’ público de Lima ‘no le hubiese tirado los bancos a la cabeza’”. (Flor de Tradiciones, p. IX).

“Como yo, amigo mío, vive Ud. en el pasado. Salvar del olvido joyas literarias y sucesos históricos es servir útilmente a la causa de América”. El peruano comprendió a tiempo que su obra debía radicar en sucesos e historias de nuestros pueblos, en la vida peruana y americana. Se pretende que Palma empezó ‘a hallarse a sí mismo como escritor’, cuando inició su trabajo de cronista de la vida social en Lima, pero toda su vida precedente, de amistades literarias, viajes, aventuras políticas, batallas y destierros, mostraban al escritor que sería Palma: afanoso de sorpresas, historias, lances, dichos, refranes, cuentos, reinterpretados de modo personalísimo, con simpatía y humor, los temas que llamaban su atención. Sus tradiciones fueron traducidas a diversas lenguas pero, como sucede con Don Quijote, Cien años de soledad o La tía Julia y el escribidor, nada hay comparable a la suerte de leerlo en español.

Muy fugazmente me refiero al largo y excepcional ejercicio del escritor por recuperar para el Perú la Biblioteca Nacional, vaciada por los ejércitos chilenos en la Guerra del Pacífico.

Sin ser historiador, respeta en la escritura los datos históricos dotándolos de encanto indefinible, como si los mirara con la imaginación infantil que se nutrió de la gracia de la tía Catica, que ‘hilvanaba gustosa cuentos de brujas y de duendes, relacionándolos con la vida social y política y aliñándolos con dimes y diretes y con dichos y refranes de buena ley’. Según sus estudiosos, las Tradiciones no ‘fundan’ Lima ni el Perú, no son limeñas ni peruanas, sino universales: la Lima que nos entrega Palma es ciudad de su invención, como lo es la naturalidad de su literatura que conquista al lector.

No concuerdo, y que se me perdone la osadía de manifestarlo, con la opinión de Augusto Tamayo, para quien ‘La vida y otra de Palma están indisolublemente ligadas a la incesante búsqueda de lo nacional’. Se diría más bien, que de la lectura de su obra surge algo parecido al concepto escurridizo y difícil de ‘lo nacional’. Pero todos sabemos que el inmenso fresco de las tradiciones brinda intimidades del espíritu peruano, del espíritu hispanoamericano, incluso del español, vueltos evidencia en sus textos inagotables.

Su estilo dialogante, divertido o lapidario y duro, abunda en consejas, refranes, y dichos que fundamentan el criollismo y la simpatía de una comunicación sin pudores, que, como la historia misma, no ahorra crueldades, pero las muestra en un colorido y gran y tapiz. Critica instituciones y costumbres sociales y religiosas de la época; crea, según sus estudiosos, un ‘producto literario peruano propio por sus características’. Si se lo tacha de contradictorio, si le apasiona la vida europea, pero es fiel a su pertenencia americana; si en su narración abundan refranes de origen español, dichos y frases que aún podemos recordar, al par que otros limeños o americanos; si lisonjea a conservadores y tradicionalistas, pero se muestra, a veces, brutalmente anticlerical, tal es la historia de nuestro ser americano, y quizá explica nuestra azarosa política, sus menjurjes y pepitorias, nuestras racionales ansias de justicia y la galopante corrupción de gobiernos sucesivos, tolerada por los pueblos.

Si no puedo vencer a la tentación de leerles la tradición completa de Palma titulada “La carta de la Libertadora”, sí puedo contarles que se trata del descubrimiento comunicado a un amigo de Palma, de una carta escrita por Manuelita Sáenz, la quiteñísima ‘Libertadora del Libertador’, a su esposo, el inglés doctor Thorne, a cuyos requerimientos amorosos responde; y tan célebre es su respuesta que dio origen a un dicho popular del que se sirven agnados y cognados, padres y madres, para negar algo rotundamente: “Ya eso —romance, cortejo, matrimonio— se acabó; le he escrito la carta de la Libertadora”.

La médula de esta carta dice:

“¿Y usted cree que yo, después de ser la predilecta de Bolívar, y con la seguridad de poseer su corazón, preferiría ser la mujer de otro, ni del Padre, ni del Hijo, ni del Espíritu Santo, o sea de la Santísima Trinidad?”

Carta de Manuelita Sáenz a su esposo, el doctor Thorne.

“Déjeme usted en paz, mi querido inglés. Hagamos otra cosa. Y luego de prometerle que se encontrarán en el cielo, exclama: “En la patria celestial pasaremos una vida angélica, que allá todo será a la inglesa, porque la vida monótona está reservada a su nación, en amor, se entiende; pues en lo demás, ¿quiénes más hábiles para el comercio?… Formalmente, sin reírme, y con toda la seriedad de una inglesa, digo que no me juntaré jamás con usted. No, no y no.

Su invariable amiga, Manuela”.

Y, tras esta orgullosa nota feminista termino también. Palma, que vivió y escribió gracias al‘hechizo poético que tiene el pasado’, recibió una carta del ya citado Luis Cordero Crespo, del mismo año de la muerte del amigo Pedro Carbo, que lamentaba Palma. En ella, Cordero se declara paladinamente a favor de la aceptación del amplio vocabulario cuya inclusión el peruano había solicitado un año antes, sin éxito, a la Real Academia, así:

Cuenca, Diciembre 27 de 1903.

Señor don Ricardo Palma.

Lima.

Muy distinguido amigo Sr. Palma:

Ayer tuve el gusto de recibir su estimable del 10 del que va a terminar, y hoy correspondo a ella en unos pocos renglones.

No dudo que la Academia española aproveche en gran parte del notable trabajo de usted, a pesar de todos los chilenos que opinen o deseen lo contrario. En la Revista de mis jóvenes aspirantes a literatos, número 12, que le envío, verá usted una breve refutación de los antojadizos conceptos del crítico aquel de Santiago. Los que se creen competentes para censurar a usted en tan útil labor, procederían con más acierto si cuidasen de ir colectando también por su parte, buena porción, a lo menos, de la multitud de palabras usuales y de castiza estructura, que en el Diccionario no se leen todavía, por falta de Palmas que las estudien e indiquen. No vendo a usted finezas: aplaudo con sinceridad a quien lo merece.

Muy natural es que su niña de usted, heredera de padre tan decidido por las letras y la gloria, se empeñe en reunir autógrafos de personas notables. Siento carecer de méritos para figurar entre ellas; pero allá va mi pobre firma, al pie de una sencilla improvisación, que dedico a la señorita doña Augusta, junto con mis especiales consideraciones.

Sea usted feliz en el año 1904 y crea en la invariable estimación que le profesa este su muy atento y grato amigo.

Luis Cordero.

Carta de Luis Cordero a Ricardo Palma, 1903.

‘Decidido por las letras y la gloria’ ¿qué mejor, y más incierta definición aplicar al misterioso y genial tradicionista?

Bibliografía.

Memorias de la AEL. Memorias de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, 1975, Salvador Lara. Discurso de los primeros cien años de instalación de la AEL.

Ricardo Palma, Flor de tradiciones. Introducción, selección y notas de George W. Umphrey y Carlos García Prada Universidad de Washington Seatle Wash, México D.F. Editorial Cultura, 1943.

[Cartas de Ricardo Palma y otra dirigidas a él]. Sin título, TOMO I, EDITORIAL CULTURA ANTÁRTICA S. A., LIMA PERÚ, 1949.

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