pie-749-blanco

«Contribución de la literatura y lengua francesas: el impacto de la francofonía en el enriquecimiento de la cultura en el Ecuador», por doña Susana Cordero de Espinosa

Con motivo de la celebración de los 70 años de la Alianza Francesa de Quito, nuestra directora leyó un texto en el que París, la lengua francesa, la literatura, la cultura y el teatro estuvieron presentes.

Artículos recientes

El martes 21 de marzo de 2023, nuestra directora, doña Susana Cordero de Espinosa, participó en la celebración de los 70 años de la Alianza Francesa de Quito, fundada en 1953. En el Auditorio de dicha institución, leyó un texto en el que París, la lengua francesa, la literatura, la cultura y el teatro estuvieron presentes, lo que generó gran interés en el público. La celebración resaltó el impacto de la francofonía en el enriquecimiento de la cultura en el Ecuador. La velada incluyó la presentación de vídeos y una lectura de poesía en francés y en español. Aquí, las palabras de doña Susana Cordero:

Felicito de corazón a la querida Alianza Francesa y a sus directivos, y agradezco esta invitación que, en la celebración de sus primeros setenta años de existencia en el Ecuador, recibo en mi calidad de directora de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Este tema inabarcable me obliga a evocar algunos nombres que siempre serán pocos: el de Juan Montalvo, muerto en París en 1889, Agustín L. Yerovi, Clemente Ballén o los de grandes poetas como Alfredo Gangotena o Jorge Carrera Andrade; los de los pintores Araceli Gilbert y Manuel Rendón Seminario, que, nacido y formado en París, vivió la mayor parte de su vida en el Ecuador, alimentando su pintura de los paisajes de la patria; intelectuales y diplomáticos como Benjamín Carrión, creador de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Gonzalo Zaldumbide o Darío Lara, que entre el siglo XIX y el XX vivieron en París o pasaron en la ciudad luz largas temporadas de su vida. Cada uno de ellos y muchos más merecen que nos detengamos en su vida y obra, pero me excuso ante ustedes por haber preferido resumir esta tarde mi propia experiencia y la de mis ancestros, en relación con la francofonía, como un mínimo ejemplo de entre los de familias del Ecuador y América Latina que, puesta su mirada en Francia, se alimentaron de su saber, del hondo sentido de libertad y belleza que todo en esa gran nación procura aún al mundo.

La francofonía llenó de pasión la vida de mis abuelos. Cuenca, la ciudad de mi infancia, vivía su afán entre dos oscuridades: hacia las cinco de la mañana se abrían los portales de las casas grandes y los de las iglesias y salían y entraban las beatitas envueltas de la cabeza a los pies en largas mantas de seda negra que, sostenidas con alfileres de cabeza negra, cubrían su ropa oscura. A principios del siglo XX, era la ciudad conservadora por antonomasia, la de las campanas que llamaban a misa o doblaban a muerto, del olor temprano a café y a pan.

En 1911, todavía no había muerto asesinado vilmente Eloy Alfaro y apenas existían en la conservadora Cuenca dos connotados abogados y políticos liberales: Rafael Aguilar, mi abuelo materno, exministro del interior de Alfaro, y José Peralta, ministro de RR EE; con la anuencia del general, viajan a París.

Aún conservo con sus exlibris textos de autores franceses que leían en esa misma lengua mis dos abuelos, el conservador y el liberal: Del primero, Octavio Cordero Palacios, guardo un bello volumen: el Théâtre complet de J. Racine, de Garnier Frères 1888, con notas al margen escritas de su mano; del segundo, liberal y viajero, guardo Les Contes, La Confession d’un enfant du siècle, y un volumen de Premières poésies de Alfred de Musset. Muchos años después, leí emocionada estos versos en su tumba del Cementerio del Pere Lachaise, que también mi abuelo había leído y amado: Mes chers amis, quand je mourrai, plantez un saule au cimetière. J’aime son feuillage éploré; la pâleur m’en est douce et chère, et son ombre sera légère à la terre où je dormirai.

El sauce está ahí, y buscamos en varias ocasiones ese mismo año, y otros, las tumbas de Abelardo y Eloísa, de Apollinaire, Balzac y tantos que hoy parecen ser solo sombra, recuerdo, palabras pero que tanto nos ayudan a existir.

Rafael Aguilar, a su regreso al cabo de dos años, habiendo conocido y sufrido la muerte atroz del general, su amigo, bautizó La Concordia a su vieja hacienda de Azogues, en honor a la hermosa plaza de su experiencia parisina. La casa de hacienda, donada, entiendo que a ese Municipio por el tío Paulino Aguilar que la heredó, es hoy el Centro Cultural de la Universidad de Azogues.

Años después, hacia 1955, el abuelo reunía a sus nietos en las vacaciones, y tras encender las Petromax, les narraba pasos significativos de su experiencia francesa, que permanecieron como recuerdo trascendental en la vida de cada uno.

Es verano de 1968; se ha agostado la revolución de mayo; en alguna pared se leía todavía ‘Los muros tienen la palabra’, prólogo de esa ardua disidencia: … Sí, muchas frases revolucionarias se escribieron y conservaron antes de que las paredes se volvieran a pintar, a colocar los pavés o pavimentar las calzadas para que no hubiera más piedras con las que armar barricadas. Todavía leíamos en Censier: La Revolución debe dejar de ser para existir… o en Nanterre: Camaradas, liquidemos los aplausos, el espectáculo está en cualquier parte

Llegué a París como becaria para estudiar en l’ Institut de préparation des professeurs de français à l’étranger, rue Saint-Jacques, pleno Quartier Latin. Policías a las puertas del Instituto y a las de la querida Bibliothèque Sainte-Geneviève nos pedían el carnet estudiantil. Y yo sentía la incomparable certeza de una libertad disponible para la amistad, la de presencias inolvidables de amigos franceses e iberoamericanos, entre ellos, la de Doris Ayala, profesora uruguaya cultísima, con quien descubríamos la ciudad que ella tanto amaba. Sabíamos que los latinoamericanos conocían París mejor que los parisienses nativos…, quizá porque un día deberían partir y dejar en ella el corazón.

Alquilé una habitación en un bello lugar, el Boulevard des Capucines, entre la Opéra y la Madelaine, casa de una modista viuda del intelectual rumano-francés, Monsieur Grinstaim, que tras la muerte de su esposo disponía de una habitación apta para estudiantes.

Daniel Rojas, catedrático colombiano en l’ Université Sorbonne Nouvelle-Paris 3 (Francia) escribe:

París fue el punto de encuentro de los latinoamericanos desde mediados del siglo XIX [ … ] Ninguna otra ciudad albergó una comunidad latinoamericana tan amplia y diversa como la que tuvo la ciudad luz en aquella época. Intelectuales, artistas, exilados, activistas políticos y miembros de las élites convivieron en el mismo microcosmos urbano, […]. Fue en París donde se creó, por primera vez, la idea de América Latina.

La ciudad, más allá de sus magníficas avenidas, parques, museos variados y riquísimos; de sus pequeñas calles tras el teatro de la Ópera, tejados de pizarra y lucernas; de las estrechas chambres de bonne reconvertidas hoy en apartamentos de lujo, nos entregó detalles que no nos hubiéramos atrevido a soñar.

Un día, en el restaurante universitario de Châtelet, bajé a los servicios higiénicos (que en la mayoría de restosparisinos se hallan en el subsuelo) y, sabiendo que en tales ámbitos se escriben torpezas, no quise leer el texto que se hallaba en el envés de la puerta; pero la letra minuciosa me llamó; al acercarme, leí: On ne voit bien qu’avec le coeur, l’essentiel est invisible aux yeux. Esta relectura del gran Saint-Exupéry ennobleció mi experiencia. Ni en los muros, ni en los pavés sin lugar, ni en el aire saturado de belleza de París, palpé como entonces la certeza de saberme abierta a un mundo antiguo y novísimo, que tanto prometía a mi sed de vivir.

La Cinémathèque del Trocadero y la de la Rue d’Ulm nos recibieron muchas noches aquel año. Y el cine Git le cœur, (‘Yace el corazón’), situado en la calle de este hermoso nombre, en el cual pudimos repetir sin costo, el filme Le Socrate, historia de un clochard ex maestro de filosofía… a quien vigilaba el mejor policía de París …, que poco a poco devino en clochard…

El Petit Théâtre de la Huchette cumplía el duodécimo año de presentación de La Cantatrice Chauve y La Leçon, dos obras del Teatro del absurdo: este 2023 es el año 65 de la ininterrumpida lección de Ionesco, quien, cuando le preguntaron por qué prefería representarlas en ese pequeño teatro, contestó: Prefiero un gran éxito en un pequeño teatro que un pequeño éxito en un gran teatro; y quizá hoy se ríe de sí mismo y de los incontables espectadores de sus obras, sabias en absurdidad, desde el cementerio de Montparnasse, donde yace.

Los restaurantes parisinos eran otra meta. Fuimos dos o tres veces al Procope, el primero fundado en París, todavía de precios asequibles para una becaria. La petite Source de l’Odéon, El café de la Comédie. La vida intelectual y artística de París se experimentaba en los cafés de Saint-Germain-des-Prés, pero solo vimos de fuera el Café de Flore; quizá temíamos encontrar a Sartre y Simone de Beauvoir, demasiado alertas y ajenos en sus convicciones políticas, en su lucha, su existencialismo y feminismo…

Para entonces, Albert Camus ya había muerto.

Las calles tras la Opera de París, el Boulevard des Capucines, las que quedan tras la basílica de La Madelaine o más allá de la Butte Monmartre; la impresionante vista de París desde el Sacré-Cœur … Vuelvo a todo y me invaden la alegría y el misterio de las pequeñas calles y la de las inmensas y bellas avenidas, de los museos; el del Louvre, y sobre todo el más pequeño y asequible, el Musée du Jeu de Paume, en el que entonces se encontraban las pinturas de los impresionistas hasta que pasaron al Musée d’Orsay.

El Museo de Cluny, Las galerías de las termas antiguas de Lutece.

Le Marais, la Bastille, rebosantes de revendedores de antigüedades; los bouquinistes de los Quais de La Seine, Los puentes de París, de entre los cuales El Pont Neuf, el Puente Nuevo, es el más antiguo; el Pont des Arts, el Pont Royal…

Pero Francia no es solo París; sin disponer de una vida para agotar la ciudad, sumamos a Notre Dame, a la Sainte Chapelle, la belleza de las catedrales góticas de Reims, la de Chartres… Visitamos el Monte Saint-Michel, pequeña ciudad que inició su construcción el año 966, cuando los benedictinos fundaron su comunidad en el peñón: durante ocho siglos no dejó de construirse en la isla rocosa; alrededor de la prodigiosa arquitectura abacial surgieron multitud de casas que se conservan, cada una declarada monumento histórico. El conjunto es otro Grand site de France.

Al volver a París, en 2015, me desagradaron los miles de candados que amenazaban con quebrar las verjas del hermoso Pont des Arts… y se derrumbaron por su peso el año pasado. Nada tan falso e ignominioso como esas tradiciones que inventan ciertos turistas, a fin de imaginar para su paso una falaz eternidad.

Si París se despliega en sus grandes avenidas, más, mucho más logran su historia y su misterio en las pequeñas y recoletas calles, en cafés íntimos casi escondidos. No uní mis emociones a otra certeza que a la de saberme abierta a ese mundo-otro. París son infinitas posibilidades cotidianas, el anhelo y cumplimiento de libertad y hermosura, la posibilidad de experimentar sin proponérnoslo, nuevas alegrías. Creo que no hay ciudad en el mundo que ofrezca todo, tanto y de tal forma y calidad.

Ahora, me es imposible dejar de nombrar a Albert Camus, personaje al cual admiro desde mi temprana juventud y siento presente en mi ansia de autenticidad. Sobre sus ideas y su vida me atreví a escribir mi tesis de doctorado en la Universidad Católica, y es quizá el autor que más ha influido en mi pensamiento. Como colofón, traigo aquí una mínima reflexión sobre la que es, para mí, su novela esencial: La Caída.

Camus ha transitado desde su idea inicial del absurdo que envuelve a Meursault y Calígula, a la condena de Sísifo. De aquí, a otra postura central, a partir de ahora: a pesar de que los hombres estamos condenados a la nada, el tiempo de nuestra vida no puede ser estéril. Como el ser humano no está solo, cada uno responde por el otro; nadie es inocente, como lo creyó Camus al inicio de su gigantesca tarea.

En esta novela, el escritor se manifiesta inconforme con los principios cristianos, pues “privan al hombre de la posibilidad de optar por una vida rebelde”… , aunque la certeza de que la moral consiste en rebelarse contra este destino no desmienta que la vida vale la pena de ser vivida.

A Jean Baptiste Clamence, abogado exitoso, le llega una llamada una noche, en París al borde del Sena. De regreso a su casa de soltero burgués y satisfecho, atravesando el Pont Royal,

Una nuca fresca interrumpió su camino, inclinada hacia el Sena. Cincuenta pasos más allá, Clamence oyó claramente el ruido de un cuerpo que caía al agua y un grito y otro y otro, río abajo. Clavado en el suelo, sin mirar atrás y sin poder seguir hacia adelante, solo pensó que era demasiado tarde. Desde entonces, su tranquilidad empezó a resquebrajarse. Todo otro encuentro se volvió el símbolo de una cobardía que le fue revelada de golpe por el suicidio de una desconocida en una noche otoñal.
Así se erige en Clamence la conciencia de su culpabilidad…, opuesta a la antigua conciencia camusiana de inocencia, y muy cercana a la certeza cristiana de la inclinación humana al mal.

Si para algunos críticos cristianos La Caída revela el acercamiento de Camus hacia los valores de la iglesia, y puesto que el autor se manifiesta abiertamente en disconformidad con los principios eclesiales, que, según él, privan al hombre de la posibilidad de optar por una vida rebelde, parece vano exigir de sus obras un síntoma de que se acercó al cristianismo. La moral eclesial está inmersa y justificada en Dios. La que propugna Camus se fundamenta en la solidaria soledad del hombre.

Gracias, querida Directora cultural de la Alianza Francesa, por haber querido contar conmigo en esta significativa ocasión. Quiero decirle que, aunque mi intervención haya pecado de involuntario egocentrismo, he tratado de mostrar, con la narración de las emociones que París y Francia procuraron a mi vida, lo que cualquier ecuatoriano o hispanoamericano, ciudadano del mundo, en fin, puede vivir, sentir, gozar y aprender en ese país al que el mundo entero rinde honor y agradecido reconocimiento.

(Sobre Camus, Cordero, Susana, Albert Camus, de la felicidad a la moral, ensayo de elucidación ética de su obra).