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«Cuando me hablan de diccionarios, tiemblo», por Leonardo Valencia

Acaba de salir la tercera edición de esa maravilla de 600 páginas que es el Diccionario del uso correcto del español en el Ecuador, de Susana Cordero de Espinosa...

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Julio Cortázar habló del diccionario como cementerio. Entre Talita, Traveler y Oliveira, los personajes del lado de acá en Rayuela, “juegan al cementerio” escarbando las palabras aparentemente dormidas. Demos un paso más. Hablemos de zombis.

Luego de tantas películas sobre estos, sobre todo en las terroríficas variantes coreanas, mi visión de los diccionarios es el de un masivo levantamiento zombi. Y lo digo porque acaba de salir la tercera edición de esa maravilla de 600 páginas que es el Diccionario del uso correcto del español en el Ecuador, de Susana Cordero de Espinosa, editado por el Centro de Publicaciones de la Universidad Católica del Ecuador. Es el mismo pero ya es otro, y hacia allá me dirijo, a dar cuenta de lo que trae de nuevo. Porque a modo de un gran cineasta, con una amplia mirada sobre el horizonte del lenguaje, la autora pone en juego un añadido no menor en la última parte de este diccionario publicado en 2004 y ahora notoriamente ampliado. Me refiero a los suplementos lexicográficos que dan cuenta de tres grandes campos que se titulan: “Aproximación a la música nacional”, “Diversidad y género” y “Glosario informático”. Quien se pasea por estas secciones, encontrará un baile de palabras gracias al cuidado de su autora, que recorre poco a poco, en el caso de la música nacional, el significado del andarele, el aruchico, la bomba, el cuchunchi, la curiquinga, la jaichigua, los marcantaintas, la pacari cayana, el patacoré y la urcu mama. Si ninguna de estas palabras le suena, ahí tiene el valor urgente de este diccionario. Juegue con él como quien viaja por su propio país. La sección “Diversidad y género” da cuenta de nuevos léxicos en curso que conviene matizar en todo su alcance. Y el suplemento dedicado al campo informático, con casi cuarenta páginas ubicadas al final de este diccionario, por donde recomiendo empezar su lectura, y que ha sido un esfuerzo lleno de minucias que remueve al idioma español, precisamente allí donde la invasión de neologismos y extranjerismos va mucho más acelerada que su adaptación. Es aquí donde también veo este ataque zombi, porque cuando parece que cae una lápida anglófona sobre una palabra española, esta se levanta de su tumba muerta de la risa por creer que van a desplazar su música, y entonces bailan para seducir al mejor postor y vemos la resistencia a perder terreno por la belleza de alcance: carrito por shopping Cart, enlace por link, banderola por banner, borrar por delete, visor por display, carpeta por fólder, archivo por file, teclado por keybord. También cabe la incorporación completa de la palabra extranjera. Este diccionario llamado normativo que se salta felizmente la norma, pero con no menos rigor, explicando el significado como en bitcoin, gosu, gigabyte, cookie y en algunos casos adaptándose como en pódcast, guglear, troyano, tóner, tuitero, y así muchos casos más que resulta provechoso consultar y aplicar.

Esta es la parte de la tempestad. Luego viene la calma. Recorrer la primera y la segunda parte que abren este diccionario es un verdadero paseo sobre la riqueza del lenguaje y las particularidades ecuatorianas. Además que resulta revelador que la primera sea de vocabulario sin verbos, y la segunda sobre estos últimos, lo que produce un efecto de sorpresa. Precisa y eficaz, Susana Cordero no sólo que da una herramienta útil para desentrañar el significado de una palabra, sino que añade la sutileza de una gran lectora literaria que pone el ejemplo dinámico para dar contextos. Cuando define “ñarra” (pequeño o cosa pequeña e insignificante) la frase le devuelve la vida: “El ñarra de tu hermano es muy travieso para su edad y, encima, quejumbroso”. Oblea: “Cuando chiquitas, nos moríamos por comer obleas que se deshacían en la boca”. Simplicidad: “La simplicidad de la poesía de Machado solo puede lograrla un gran poeta”. Sui géneris: “Cien años de soledad es una novela sui géneris, aun dentro del realismo mágico americano”.

Este diccionario puede leerse a dúo con aquel otro que comenté años atrás, el Diccionario del Español Ecuatoriano, de Fernando Miño-Garcés, también editado por el Centro de Publicaciones de la Universidad Católica del Ecuador. Los resultados son indudablemente enriquecedores y señalan ese trabajo arduo y minucioso que los lectores no alcanzan a ver pero intuyen: años de archivos y fichas y cotejos para dar, no tanto una norma, que en esto las Academias parecen haberse adaptado a los tiempos y entender que siempre es mejor la sugerencia que la imposición. Junto a estas obras, destaca la renovación vital de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, de la que Susana Cordero es precisamente la primera mujer directora desde 2013 y que ha renovado con un equipo destacado de nuevos miembros y académicos.

En un mundo cada vez más desbordado de palabras que se mezclan y superponen entre sí, la tempestad verbal es el reto que lexicógrafos y amantes de la lengua como Susana Cordero se encargan de acoger en la aparente paz de los diccionarios. Sin embargo, basta abrirlos un poco, recorrerlos y detenerse en ellos, para ver que ese mundo no es tan apacible, que nos implica hasta en la palabra y la puntuación más sencillas. Y no son los diccionarios los cementerios de las palabras, ni mucho menos. Es nuestra desmemoria, nuestros oídos sordos a las maravillas del idioma propio, nuestra novelería por la palabra extranjera impuesta por la moda que olvida la maravilla con la que en otras culturas atienden al español —ah esos alemanes, franceses e ingleses fascinados por las intraducibles palabras de Gracián, Góngora, Cervantes, Borges, Lezama—, y por supuesto nuestra pereza también por no abrir el diccionario y darnos cuenta que allí se levantan, pidiendo su espacio, esos zombis que vienen a devorar nuestro cerebro dormido.

Este artículo apareció en el diario El Universo.

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