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«De bromas y veras», por doña Susana Cordero de Espinosa

Estas frases escritas por quienes tan a menudo pontifican en los medios son aceptadas y reconocidas por multitudes. A tenor de tales muestras e inquietudes, nos preguntamos si hemos de llamar la atención sobre la relación existente entre el mal uso de la lengua...

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Lo prometido es deuda: volvamos a las frases que traía mi artículo anterior, para ser observadas: ‘El futbolista en las semifinales del torneo regional, comenzó a solidificar con bases sólidas’: Solidificar significa ‘hacer sólida una sustancia que se encuentra en estado líquido o gaseoso’. Si el futbolista, en la amplia metáfora del escribidor, comenzó a ‘solidificar con bases sólidas’, concluimos que antes fue líquido… Hoy, más solidificado de lo que ya lo está, es imposible, ojalá no haya quedado inmóvil. Y pues una palabra llama a otra, ¿qué decir de ‘líquido’? Que, aplicado al estilo personal y literario, en sentido que quizá proceda del inglés (el diccionario y nuestra vida están repletos de anglicismos) significa también ‘corriente o fácil’, como si no tuviera peso. ¿Y corriente?, ‘que corre’, como corren el agua y el tiempo. En la Cuenca de antaño usábamos ‘corriente’ para responder al —¿Cómo estás?, del saludo que se nos dirigía: —Corriente no más…, se contestaba o también, —Regular. Ambas formas eludían el ‘bien’, ‘muy bien’, usado en otros lares, y lucían el extraño prurito de saludarnos mostrando nuestro pasar como apagado, casi triste, sin derecho a exhibir cierto bienestar, por real que fuera. Quizá influyera en ello, sobre todo, nuestra catoliquísima educación, ligada al sacrificio y renuente a la comodidad y el optimismo.

En cuanto a que ‘Los municipios provén de insumos’, el error es excusable: resulta de una intención de uso culto de la lengua: debió escribirse proveen, forma de proveer; pero se confundieron las formas correctas de proveer con las de prever, (¿recuerda usted que se han de evitar los preveen, que surgen por influencia de proveer?) y se cometió el ‘provén’.

Finalmente, nos corresponde evocar el parte mortuorio que anotaba ‘el sensible fallecimiento de mi esposo y padre’. El lector sensible comprende que una es la cualidad de esposo y otra, la de padre, aunque en esta frase no hay signo ni palabra alguna que lo indiquen, y el esposo resulta ser el padre, lo cual, pudiendo ser atrozmente verdadero, aquí, por felicidad, no lo es.

Estas frases escritas por quienes tan a menudo pontifican en los medios son aceptadas y reconocidas por multitudes. A tenor de tales muestras e inquietudes, nos preguntamos si hemos de llamar la atención sobre la relación existente entre el mal uso de la lengua y nuestro vivir tan deficiente en aspectos esenciales; si es legítimo emplear nuestra palabra como si nada. La palabra no dice, solamente: dice lo que pensamos, cómo vivimos, lo que somos. Escribir con descuido, suponiendo que nadie o casi nadie lo percibe, demanda ni corrige, y aceptar formas inaceptables, por ligeras que parezcan, es el prólogo a la aceptación de promesas inútiles y oscuras, esas que seguimos y seguiremos pronto, devotamente, ¡desgraciado populismo!, como mulas tras la zanahoria. ¿Nos es indiferente cuanto no significa dinero y poder?: pregunta urgente y realista para nosotros, que siquiera podemos leer.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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