pie-749-blanco

«De un pensar admirable», por doña Susana Cordero de Espinosa

Felizmente, desde la antigüedad hasta hoy, hay escritores cuyas ideas alimentan la vida de muchos; son los clásicos antiguos, modernos y contemporáneos. Quizá extrañe esta calificación...

Artículos recientes

Camus es autor al que admiro desde mi temprana juventud; sobre sus ideas, reveladoras de su propia vida, me atreví a escribir mi tesis doctoral en la PUCE; quizá es él el autor sobre el que más he pensado, y que, de alguna manera, más ha influido en mi propio pensamiento, si alguno tengo, si cabe alguna certeza sobre mí misma. Lo digo sin falsa modestia: nadie vive tan seguro de sí mismo que no conozca el riesgo de la sobrevaloración vanidosa, el solapado temor a que los demás lo disminuyan o lo desconozcan.

Tener un pensamiento personal sobre la realidad que abarca el mundo, sobre los países que lo forman, la historia, la gente, es inmensamente difícil. ¡Ah, la enorme cantidad de datos que recibimos hoy, cuando para tantos de nosotros la telemática constituye parte central de la cotidianidad y nos ofrece incesantemente noticias y reseñas, sin permitirnos la profundización en el sentido de hechos, vida y pensamientos, o, decididamente, impidiéndonos aprehenderlos ‘gracias’ a la dispersión enorme que procura!

Felizmente, desde la antigüedad hasta hoy, hay escritores cuyas ideas alimentan la vida de muchos; son los clásicos antiguos, modernos y contemporáneos. Quizá extrañe esta calificación aplicada a escritores del siglo XX, por ejemplo, aunque todos convenimos en que Borges es un clásico, como lo son García Márquez y Juan Rulfo… Para mí, Albert Camus es un clásico; lo es, en obras como El extranjero y La caída y quizá también en su primera obra de teatro, Calígula. Las demás, que nadie osaría calificar de ‘menores’, dan profunda cuenta de sus afanes intelectuales, de su suprema inteligencia y su insobornable compromiso con la mejora del ser humano y del mundo en el que vivió, en el que todavía vivimos nosotros…

Su lectura, en mi intento de elucidación de cada una de sus obras mayores, supuso enorme enriquecimiento. Me alimenté de sus pensamientos surgidos de las ideas más antiguas y profundas; de su sustentarse del pensamiento de los más grandes humanistas, tarea enorme que comenzó para Camus siendo muy niño, en Argel; del adentrarse en sus propias cualidades y defectos, a partir de una enorme sinceridad. Hijo de un obrero francés muerto en la primera Guerra Mundial, cuando el niño acababa de nacer, y de una sirvienta española, tuvo maestros excepcionales, de cuando escuelas y colegios en Argelia estaban regidos por la educación impartida por maestros franceses, llenos de ideales humanistas y generosos. Así fue posible que el niño huérfano, que vivía al borde de la miseria, —él contestó a Sartre: “Yo no aprendí la miseria en el comunismo; la aprendí en mi propia vida”—, que tuvo una madre buena, silenciosa y cansada, y una abuela despótica, a la cual aquella suplicaba que no pegara ‘demasiado fuerte’ a sus dos hijos (lo narra Camus en El revés y el derecho, donde fluyen su infancia y primera juventud, felices y frescas, el sabor de cuyas contradictorias alegrías permitió que él llegara allá, donde llegó).

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

0 0 votes
Article Rating
0
Would love your thoughts, please comment.x