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«Desde Loja, los académicos de la lengua…», por don Fausto Aguirre

El lema limpia, fija y da esplendor se recoge debido a las funciones de la Academia, que siempre van encaminadas a fijar la estructura de la lengua y sus palabras, debido a las variantes e inconsistencias registradas en la lengua...

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Con motivo de la asamblea general por los 145 años desde que se estableció la Academia Ecuatoriana de la Lengua, don Fausto Aguirre preparó este interesante artículo que se centra en los notables académicos nacidos en la ciudad de Loja.

Hoy que a nivel nacional celebramos el centésimo cuadragésimo sexto aniversario de funcionamiento de la Academia Ecuatoriana de la lengua, es necesario pensar en los objetivos que trajo consigo la creación de la Real Academia Española de la Lengua, amén de su rica y profunda filosofía del lenguaje de “limpia fija, y da esplendor” que, definitivamente, rige la construcción de la lengua y literatura.

¿Qué quiere decir el lema en su escudo? El lema limpia, fija y da esplendor, según lo registra el Diccionario de la lengua castellana por la Real Academia Española, se recoge debido a las funciones de la Academia, que siempre van encaminadas a fijar la estructura de la lengua y sus palabras, debido a las variantes e inconsistencias registradas en la lengua española durante épocas precedentes y en la actualidad. La palabra limpia se refiere a la intención de sacar de la lengua las formas no reconocidas como propias; fija se encuentra en el lema en el sentido de sostener sólidamente el sistema lingüístico del español, y da esplendor en el sentido de que distribuye y educa en torno a las normas que rigen el buen español.

La Real Academia Española se fundó en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena. Felipe V aprobó su constitución el 3 de octubre de 1714 y la colocó bajo su “amparo y Real Protección”. Su propósito fue el de “fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza”. Se representó tal finalidad con un emblema formado por un crisol en el fuego con la leyenda Limpia, fija y da esplendor, obediente al propósito enunciado de combatir cuanto alterara la elegancia y pureza del idioma, y de fijarlo en el estado de plenitud alcanzado en el siglo XVI.

La institución ha ido adaptando sus funciones a los tiempos que le ha tocado vivir. Actualmente, y según lo establecido por el artículo primero de sus estatutos, la Academia “tiene como misión principal velar porque los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes que no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico”.

Desde la fundación de la Real Academia Española de la Lengua, segunda década del siglo XVIII se trabajó intensamente sobre la unidad y defensa de la lengua. En los subsiguientes siglos no se ha descuidado el tratamiento del tema. Recuerdo las palabras de mi Maestro Don Dámaso Alonso, no me son ajenas ni de difícil recuerdo las palabras de mi otro Maestro Don Manuel Alvar que me dijera, “Fausto, hay que ir a América para aprender la lengua española, y trabajar por su defensa y difusión”. Es un hecho que a nivel de América Española antes y después de Andrés Bello se ha crecido mucho con tratados y manuales sobre la estructura de la lengua española. De igual manera, América es un gran ejemplo con sus escritores que siempre se han codeado y se codean con los grandes de Europa, Asia y Norteamérica.

La Academia Ecuatoriana de la Lengua (AEL), la segunda fundada en América, después de la Colombiana, se estableció en Quito el 15 de octubre de 1874, aunque su reconocimiento jurídico data del 4 de mayo de 1875. Los miembros fundadores fueron Pedro Fermín Cevallos, Julio Zaldumbide, Belisario Peña, Francisco Javier Salazar, Pablo Herrera y José Modesto Espinosa, quienes ya eran con anterioridad miembros correspondientes de la Real Academia Española.

Actualmente, la institución se compone de miembros de número, miembros correspondientes y miembros de honor, elegidos según los criterios establecidos en sus últimos estatutos. Las plazas están designadas con cada una de las letras del alfabeto español. La AEL puede nombrar hasta veintisiete miembros correspondientes residentes en el Ecuador y diez en el extranjero; igualmente, diez miembros honorarios.

A lo largo de su historia, la Academia ha publicado la revista Memorias y la colección Horizonte Cultural, que reedita antiguas obras de sus miembros, con un estudio preliminar actual, y ensayos relativos a estudios idiomáticos y de crítica literaria.

La corporación ecuatoriana procura mantener la comunicación institucional con las academias y entidades similares; fomenta y propaga el estudio de la lengua mediante sesiones privadas, conferencias, congresos y publicaciones especializadas. Asimismo, responde a solicitudes sobre dudas idiomáticas y asesora a autoridades nacionales, seccionales o locales, y a los medios de comunicación. Ejecuta planes y proyectos encaminados al conocimiento, estudio y difusión del español en el Ecuador, y al engrandecimiento de las letras del país. Además, mantiene convenios con algunas instituciones políticas y culturales para corregir el estilo de las leyes, códigos y textos que le fueren entregados. Dicta conferencias, cursos de corrección idiomática y de actualización de conocimientos sobre temas atinentes a la lengua.

En abril de 2016, la Academia en colaboración con la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL) organizó unas Jornadas Cervantinas, en conmemoración de los cuatrocientos años del fallecimiento del escritor.

La AEL premia la excelencia de la labor de sus miembros ilustres, con la condecoración anual Pedro Fermín Cevallos. En 2005, la Academia recibió el Premio Nacional Eugenio Espejo, el más importante de los concedidos en el país.

La AEL ha invitado a su seno a intelectuales que se dedican al mundo de la lengua y literatura, en condiciones de Miembros Correspondientes, de Número, de Honor, no ha visto en ellos sino este aporte singular desde los fueros de su trabajo de poetas, narradores, cuentistas, novelistas, ensayistas, investigadores en los ámbitos de la cultura humanística, lexicólogos, porque su trabajo se ha movido siempre en el culto y defensa de la lengua para crecer constantemente sin perder el horizonte de Antonio de Nebrija que “la lengua, por extensión y difusión, es la compañera del Imperio”.

Ahora que vivimos en Loja, ciudad ecuatoriana de frontera sur, es preciso referirnos al aporte intelectual que sus hijos han dado al crecimiento y defensa de la lengua. Nos referimos a Manuel Benjamín Carrión Mora (Loja, 1897-1979), Ángel Felicísimo Rojas (Loja, 1909 – Guayaquil, 2003), Alejandro Carrión Aguirre (Loja, 1915 – Quito, 1992) que, en su tiempo, integraron las sillas de Número de la AEL.

Al margen de esta posición de académicos de una institución, hay que anotar que destacados intelectuales de este girón patrio aportaron grandemente a las letras ecuatorianas. Desde la segunda década del siglo XIX se ve claramente el aporte lingüístico de Miguel Riofrío Sánchez (Loja,1819 – Lima, 1881) con su libro Correcciones de defectos de lenguaje, para el uso de las escuelas primarias del Perú (1874) (Lima, Imprenta del Universo, de Carlos Prince), huella cultural que siguieran los intelectuales de esta patria. Allí están un Pablo Palacio -escritor de talla mundial-, Eduardo Mora Moreno, Pedro Víctor Falconí, Don Emiliano Ortega, Manuel Agustín Aguirre Ríos, Carlos Eduardo Jaramillo Castillo, Carlos Manuel Espinosa, Carlos Carrión Figueroa, Lenin Paladines Paredes, Luis Jaramillo, Graciela Rodríguez Bustamante, Marco Jiménez Figueroa, Manuel Enrique Rengel, Jorge Hugo Rengel Espinosa… Quienes más allá del cultivo de las letras lo han hecho ceñidos a la norma culta y de cuidadosa expresión.

Según el señor Aristóteles, todo efecto tiene su causa. Si Loja ha dado un contingente significativo de escritores, cultores de la lengua y la literatura, sin temor a equivocarnos, su antecedente está en la educación. Loja gozó de una educación de alto rigor académico cifrada en la planificación y programación que sustentaba el colegio San Bernardo, el que más tarde sería el Bernardo Valdivieso, sin SAN.

Este colegio a comienzos del siglo XX seguía sustentando una educación humanística con filosofías, latines, griegos, filologías, derechos, cerrada todo ello en un Bachillerato de Filosofía y Letras que hoy no lo cumple ninguna facultad universitaria de Filosofía y Letras.

El General Eloy Alfaro Delgado cuando Presidente Constitucional del Ecuador, dentro de la reforma educativa que la instrumentó para orientarla desde los ámbitos del laicismo, respetó íntegramente la planificación y programación del colegio Bernardo Valdivieso y eso permitió que la población estudiantil que allí se educara adquiriera una formación profusa en lengua, filosofía, literatura, gramáticas, incluso con las teorías y principios de Antonio de Nebrija y lo más importante de lo granado en gramática clásica, y graduaba a sus bachilleres en Filosofía y letras.

Para cerrar esta nota reseñemos brevemente el aporte de los académicos que salieron de Loja. Benjamín Carrión es novelista, cuentista, ensayista, hombre de opinión: Por qué Jesús no vuelve, Cartas al Ecuador, Mapa de América, Los creadores de América, Atahuallpa, El cuento de la patria, la galería de los santos, Literatura hispanoamericana, El nuevo relato ecuatoriano, etc.

Ángel Felicísimo Rojas, es el novelista, cuentista, ensayista, periodista: Banca, El éxodo de Yangana, Curipamba, El club de los machorros, Un idilio bobo, El busto de Doña Leonor, La novela Ecuatoriana, obra está de singular trascendencia en el ámbito del análisis sociológico de la literatura nacional, y muchos más estudios y ensayos de carácter científico.

Por su parte, Alejandro Carrión, asimismo, es periodista, cuentista, novelista, ensayista, digno miembro de la AEL: La espina, La manzana dañada, poeta de profunda sensibilidad. Recordemos que el Banco Central, como homenaje, le publicó las Obras completas en torno a dieciséis tomos que recogieran toda su poesía, narrativa, novelística y los ensayos dedicados a la lengua y a la literatura.

Estos tres autores, de alguna manera, han sido leídos, por lo que su obra se ha difundido más o menos. De Carrión Mora hay diferentes ediciones entre obras completas y obras específicas de temas que se han previsto como de mayor difusión. De Ángel F. Rojas está la edición de Obras completas, en cinco tomos, auspicio que se lo diera la UTPL en 2004. Posteriormente a esto se sigue trabajando sobre artículos y estudios que no habían sido publicados en la vida del autor. Con Alejandro Carrión hay situaciones similares que fuera de las Obras completas se publican también títulos aislados y sueltos. Ciertamente, “Gloria a Loja, procure lojano”.

Loja/2020-10-05

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