Él era un hombre raro… Su faz tenía grietas
como —tras el hervor negro del cataclismo—
la faz de los planetas
que dejan balanceando su miedo en el abismo…
Sin duda, era el más alto de los grandes poetas…
Tuvo el don de sí mismo…
Y conversaba a gritos con visiones secretas…
Y explicaba a la Noche no sé qué catecismo…
Un día le encontraron debajo de una encina,
completamente muerto, a la hora vespertina…
Sus ojos entreabiertos brillaban como un faro…
Jamás durmió este insomne de las palabras bellas…
y, como se pasaba siempre de claro en claro,
él fue quien puso nombres a todas las estrellas…