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«Diálogo de los seres profundos» [fragmento] (Miguel Ángel Zambrano)

—Es allá lejos... Son las sombras... las sombras. / Desmelenadas moles que ondulando, / cual gigantescos monstruos, / del horizonte al ruedo se enfilan y compactan. / Se levantan: es una gran corona / de enfurecidas torres de polvos de carbón / que a los cielos embisten...

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—Es allá lejos… Son las sombras… las sombras.
Desmelenadas moles que ondulando,
cual gigantescos monstruos,
del horizonte al ruedo se enfilan y compactan.
Se levantan: es una gran corona
de enfurecidas torres de polvos de carbón
que a los cielos embisten.
Y yo, perdido aquí, pálida estatua,
la dura voz tragada
y las manos, llamas en alto, que quieren desprenderse
y suben trémulas se arrancan.
Un viento inmenso hace girar el horizonte.
Giran también las torres y oprimen la distancia.
Se acercan. Sí. Corriendo en círculo se vienen.

—Calla. Nunca lobreguez alguna
tornóse piedra de catacumba eterna.
Todo gira, gira y pasa; pronto
sobre la aguda fiesta de los gallos dorados
despuntará la aurora de los desnudos pies;
aros de plata rodarán de los montes
y hasta en las cuevas de los lobos
brotarán rosas azules.
Y subirá tu sangre, en éxtasis, a lo alto de la vida
toda tuya: llama, grito,
por la arteria quemada de amor.

—Pero, ¿dónde me están hablando?
¿Es acaso la sombra de otra voz
dentro de mí exhalada? Alguien está conmigo, en mí,
doliendo en lo profundo, resuenan sus pisadas.
Quien seas,
un puñado de sol te han echado a los ojos
y en la más ciega noche estás ciego de claridad.
¿No las ves? Son las sombras. Cada vez más se acercan.
El enroscado viento se trae el horizonte
en remolino. Y entre los negros tumbos vienen
unas terribles manos persiguiendo
estrellas carcomidas. Las mías allí están
y las tuyas también están allí, arañando.

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