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«Dios mío, qué solos se quedan los vivos», por don Antonio Sacoto

Parodiando la inmortal rima de Gustavo Adolfo Bécquer, pienso que se podría cambiar una palabra y cambiaría su mensaje y se me ocurre al tiempo de la partida del más querido de mis amigos Eliécer Cárdenas...

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Parodiando la inmortal rima de Gustavo Adolfo Bécquer: “Qué solos se quedan los muertos”, pienso que se podría cambiar una palabra y cambiaría su mensaje y se me ocurre al tiempo de la partida del más querido de mis amigos Eliécer Cárdenas Espinosa.

En Cuenca, el grupo de amigos contertulios: Efraín Jara, Jacinto Cordero Espinosa, José Serrano, Eliécer Cárdenas y el que escribe esta nota de pesar, Antonio Sacoto, uno a uno se adelantaron en el viaje a la misteriosa e incógnita eternidad. En menos de una década levantaron alas y volaron al infinito. Sí, como polvo y ceniza se esfumaron en el viento y volaron al infinito. Eliécer Cárdenas Espinosa, el Benjamín del grupo, joven y tierno se embarca en el tren expreso sin retorno y su partida nos golpeó “¡Hay golpes tan duros en la vida!” como decía ayer nomás Cesar Vallejo, en una tarde de lluvia en París; la noticia tendió un manto de tristeza y silencio en sus amigos y familiares: un golpe de cuyo estupor no salimos todavía. Me honra sobremanera el haber sido y lo seguiré siendo su gran amigo.

Me honra igualmente el haber valorado su obra desde el momento en que leí Polvo y ceniza. No conocía entonces, 1978, su nombre pero tal interés despertó la novela que habiendo recibido el 2 de julio, el cuatro, día de la independencia de los Estados Unidos, leí con verdadero deleite la novela, y una semana después, enviaba un artículo extenso a la más prestigiosa revista hispanoamericana Cuadernos Americanos de México que, sin la acostumbrada espera de seis meses a un año, si es que lo aceptan, lo publicó enseguida pues no cabe duda que ellos también recabaron el valor de la novela que no había salido de las lindes patrias. En noviembre del mismo año 1978 se celebra el primer congreso de literatura ecuatoriana en Cuenca y vengo como invitado desde Nueva York y traigo conmigo la publicación del artículo que se la enseñó a Eliécer Cárdenas quien conspicuo y circunspecto leyó el ensayo literario y me agradeció y desde entonces hasta el presente ha fermentado una amistad sincera. Cuando llegaba a Cuenca, Eliécer era el primero a quien visitaba y me holgaba de decirle parodiando a José Martí quien cuando visitó Caracas no preguntó en dónde se comía ni en dónde se hospedaría, sino que en dónde se encontraba la estatua de Bolívar. Y allá se fue antes de sacudir el polvo del camino a rendir pleitesía al Libertador. Yo le decía a Eliecer cuando regresaba a Cuenca: “Hermano —siempre me he dirigido así a mis queridos amigos— como Martí, antes de sacudir el polvo del camino vengo a darte un abrazo y así empezaban nuestros encuentros que los rematamos con unos prolongados almuerzos sin que faltara el buen canelazo. En la última visita a Cuenca, hace un par de años, mi familia me brindó una reunión de despedida en Paute y como invitados especiales venían Eliécer y su encantadora esposa Carmencita a quien también mi esposa Isabel, como yo, la habíamos tomado mucho cariño; allí en Paute degustamos del hornado y el zhumir de punta, tocamos la guitarra y cantamos; mis sobrinos Barzallo-Sacoto, anfitriones de la fiesta, me recuerdan hoy de esa hermosa e imperecedera reunión.

Mucho pero mucho más podría escribir sobre nuestra amistad y espero hacerlo pronto; pero ahora quiero señalar que a la par tenía una enorme admiración por su obra literaria como lo atestiguan los múltiples artículos de mi autoría sobre su literatura y principalmente mi libro La novelística de Eliécer Cárdenas. Es claro que si no admirara tanto su escritura y expresión literaria, así como su temática, no habría escrito un libro entero sobre su literatura. Valga la pena señalar que solo cuatro libros he escrito sobre autores: Juan Montalvo, José Martí, Jorge Icaza y Eliécer Cárdenas.

Por la inesperada partida de este entrañable amigo y gran escritor, la rima de Bécquer me ha inspirado el título: Dios mío, qué solos se quedan los vivos, nos quedamos los vivos, nos vamos quedando los vivos. Los misterios de la vida y la muerte: “Nacemos cuando morimos” dice el poeta místico español del Siglo de Oro, Herrera, porque al morir empieza nuestra vida eterna. Así sea y que mi gran amigo y nuestro gran escritor descanse en paz.

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