Discurso de bienvenida de don Claudio Mena en la incorporación de don Antonio Sacoto

Compartimos con ustedes el discurso que pronunció don Claudio Mena Villamar el 14 de junio de 2012, con motivo de la incorporación, en calidad de miembro correspondiente, de don Antonio Sacoto Salamea.

Compartimos con ustedes el discurso que pronunció don Claudio Mena Villamar el 14 de junio de 2012, con motivo de la incorporación, en calidad de miembro correspondiente, de don Antonio Sacoto Salamea.

Antonio Sacoto Salamea ha sido un estudioso de la literatura latinoamericana y su carrera universitaria la ha hecho en el City College de la Universidad de Nueva York. Ha recibido el galardón más preciado en el campo académico, el Ph.D doctor en Filosofía en Columbia University. Se ha desempeñado como Director de Estudios Latinoamericanos, y Director del Departamento de Lengua y Literatura. Posteriormente, ha trabajado como profesor en el Centro Graduado de la City University de Nueva York.

Antonio Sacoto, profesor emérito de la City University de Nueva York ha estudiado en profundidad la personalidad y el genio literario de nuestro gran escritor Juan Montalvo. La producción literaria de nuestro escritor ambateño, uno de los más grandes en la América española, ha sido apreciada por reconocidos escritores como Miguel Unamuno, Juan Valera, la condesa Pardo Bazán, Emilio Castelar, Caro y Cuervo, entre los nombres más mencionados. Los admiradores de Montalvo crecen con el paso del tiempo y puede afirmarse que nuestro escritor no ha perdido el brillo y la altura de su pensamiento y de su expresión lingüística.

El doctor Sacoto escribió un ensayo sobre Montalvo con el título «Juan Montalvo, el escritor y el elitista» en el que traza una breve genealogía del escritor que siempre es importante para la definición del autor y de su obra. Me detengo en la parte en que Antonio Sacoto habla sobre las etapas que jalonan la vida de Montalvo, en la que se destacan la niñez, la etapa de colegial y sus tres viajes a Europa. En esta etapa de estudios, merece destacarse el hecho de su ingreso en el Seminario de San Luis, que no era para ordenarse sacerdote sino como estudiante de Filosofía y Letras. Al cabo de tres años y cumplidos los 29 de edad, se recibió en estas materias, se embebió en las corrientes humanísticas de los clásicos griegos y romanos. Sin alejarse de ellos, leyó a Byron y a Lamartine y en 1852 encontramos a Montalvo como miembro de una sociedad literaria en la que interviene en la coronación del poeta Julio Zaldumbide y sus palabras arrancan aplausos. Los primeros artículos periodísticos de Montalvo aparecen entre los años 1852 y 1857, pues su otro hermano Francisco Javier sostiene el periódico «la Democracia». Dada la amistad estrecha de los Montalvo con el general Urbina, se explica que se haya designado al novel escritor como adjunto civil de la legación en Roma. En Europa, Montalvo no resiste detenerse unos meses en París donde tiene ocasión de tratar con Pedro Moncayo, figura austera del liberalismo que desempeñaba el cargo de Ministro Plenipotenciario en Francia.

De su estadía en París, escribe Antonio Sacoto:

sabemos que frecuenta los parques, los bulevares y los museos. Se pasa horas de horas admirando un edificio por su valor histórico, entra a un museo de arte y sale de él hasta que los guardianes anuncian que es hora de cerrar.

Florencia, la ciudad del arte, no puede ser relegada por Montalvo y nuestro hombre pasa horas ante los grandes hombres del pasado: Galileo, Maquiavelo, Miguel Ángel. Montalvo visita Roma, admira la Capilla Sixtina, el genio de Miguel Ángel y recorre los panteones, los puentes, las catacumbas. Antes de regresar a París visita también Milán, Génova y Venecia.

De regreso a París, mejora su situación pecuniaria, se le extiende el nombramiento de Secretario y permanecerá allí por dos años más. Los fríos del Invierno, dice Sacoto, muerden su organismo y la enfermedad va minando su cuerpo. El barón de Guilmont pide que se llame a un especialista. «Una hora más tarde —escribe Antonio Sacoto— se oye en el patio de la casa el ruido de un carruaje y el golpe de los cascos de cuatro caballos». El decano del cuerpo médico de París se presenta en la alcoba, lo examina, lo atiende y reanima. Estos amigos traen médicos de la casa imperial, y durante varios meses le asisten y Juan Montalvo recupera sus fuerzas perdidas. También la nostalgia, escribe Antonio Sacoto, «empieza a minar el cuerpo y a corroer el alma». Decide regresar, pero antes visita nuevamente Italia y pasa por Córdova en España que le causa mucha impresión.

EL RETORNO

El gran conocedor de Montalvo, Dr. Plutarco Naranjo, señala en su obra Los escritos de Montalvo:

Tres años de permanencia en Europa contribuyen eficazmente a modular y a madurar la mentalidad de Montalvo. Dan profundidad a sus conocimientos, horizontes inconmensurables a su inteligencia, mayor altivez a su rebeldía, lustre y finura a su expresión.

Durante su estadía en París, es interesante la actitud de Montalvo frente al memorable anciano Lamartine, autor entre otras obras de la Historia de los Girondinos, a quien Montalvo admira en forma entrañable. Cuando llega a conocer que el noble anciano ha caído en el olvido y abandono, Montalvo, entonces Secretario de la legación en París, cree que la injusticia debe repararse, para lo cual escribe una sentimental carta a Lamartine, invitándole a venir al Ecuador y le relata las actividades y paseos que harían juntos. Afirma Montalvo que Lamartine es más popular en América que entre los franceses. Lamartine le responde con una nota en la cual termina diciéndole: «Así será, moriré lejos de Francia a fin de que no tenga ni mis huesos». Señala el doctor Naranjo que «poco después el gobierno Imperial le entregaba una recompensa nacional de medio millón de francos», reparando de esta forma el olvido que había recibido Lamartine.

MONTALVO Y GARCÍA MORENO

Señala el profesor Sacoto que aunque Montalvo

regresa cansado, enfermo y sin proyectos inmediatos, el espíritu rebelde, inquieto y polémico se agita y le obliga a participar en la contienda política de su país.

La verdad es que en el Ecuador, entre 1858 y 1860, aparece un tránsito histórico que apuntó a una peligrosa desintegración. Fue una época de ignominia y de traiciones. En 1861 se reúne la Asamblea Constituyente que nombró presidente a García Moreno. Antes de eso, en 1860, Montalvo dirigió una carta a García Moreno que es una de las piezas célebres de nuestra historia. Nunca recibió Montalvo una respuesta.

EL COSMOPOLITA

En el artículo «Montalvo escritor» que Antonio Sacoto publica en Juan Montalvo, estudios y antología, escribe el siguiente texto que considero justo y necesario. El texto dice:

Juan Montalvo, en su siglo, el siglo XIX, sufrió como no otro ecuatoriano los procedimientos sistemáticos de exclusión que van desde la prohibición eclesiástica de lectura de sus escritos hasta el destierro, pasando a veces por el ridículo, el vejamen y el soslayamiento; sin embargo su obra se levanta enhiesta, triunfante; como un faro de luz iluminó el pensamiento de América y se le colocó en el sitial que le correspondía en la galería de los grandes pensadores de América.

Considero justa aquella afirmación, cuyo autor no es conocido y que dice: «La Historia de América española debe escribirse alrededor de unos cuantos nombres centrales: Rodó, Sarmiento, Montalvo, Darío y Rodó». En la obra El pensamiento social de Juan Montalvo, Arturo Andrés Roig añade: Bilbao, Martí, Rodríguez, Alberdi, Bello, Miguel Antonio Caro. «La ortodoxia gramatical» de Bello, contrapuesta por Julio Moreno al «anarquismo» de Sarmiento, es una ortodoxia que en Montalvo se aproximó a una «beatería idiomática» aunque sin quedar entrabado en ella, lo cual dio sin duda la tónica al ensayo en el caso montalvino.

El 3 de enero de 1866, aparece en Quito una nueva publicación de Montalvo Se titula El Cosmopolita, opúsculo de 42 páginas, en el que arremete contra García Moreno por sus abusos de poder. Esta publicación provoca tempestad porque los partidarios de García Moreno lo critican duramente en el periódico «La Patria». Otro periódico conservador dedica largas columnas críticas contra El Cosmopolita y se cree que algunas de ellas fueron escritas por Juan León Mera. Esta campaña influyó en los futuros escritos de Montalvo, en los que según Plutarco Naranjo, puso por delante el nombre de Dios para demostrar que no es ateo ni hereje.

Montalvo publica tres números de El Cosmopolita en los que continúa retando a sus enemigos. «Si éstos caen en mi pluma —escribe— quedarán en tiras, en hilachos; y si es preciso que caigan en mis monos, les obligaré o bofetones o ser hombres».

El 15 de enero de 1869 aparece el último número de El Cosmopolita. García Moreno es proclamado jefe absoluto de la nación. Varios dirigentes liberales fueron encarcelados y los que pudieron se asilaron en la legación de Colombia. Montalvo viajó a Panamá donde conoce a Eloy Alfaro, amistad que se prolongó hasta su muerte.

En Panamá, Montalvo allega fondos de su familia para un nuevo viaje a París donde se inicia una jornada bélica porque Francia se prepara para la guerra en 1870. Nuevamente en la ciudad-luz, Montalvo escribe El Padre Lachaise, que es una carta de elogio a la madre, que es pieza de la literatura universal. Montalvo entró en contacto con centros intelectuales y se publican algunos de sus escritos en revistas francesas.

Con sus últimos recursos decide regresar a América. Se detiene en Panamá, pero por insinuación de Alfaro viaja al Perú, probablemente —escribe Plutarco Naranjo— con la misión de tomar contacto con Urbina dentro de un plan conspirativo. Finalmente, se recoge a su refugio de Ipiales. Por esta época aparece una violenta publicación contra Montalvo quien al decir de él, fue «Marcos Espinel quien lo hizo escribir, Mera quien lo escribió y Mariano Mestanza quien lo mandó publicar». En este pasquín se trata de denigrar a Montalvo, estigmatizándole por sus caracteres físicos. Según el relato de Plutarco Naranjo, el pasquín fue contestado con toda una voluminosa obra que comprende tres partes: El Antropófago, Prosa de la Prosa y Los incurables, publicada en Bogotá hacia fines de 1872. Se trata en gran parte de una obra moralista y filosófica, en la que trata entre otras cosas del Desinterés, la Probidad y Desollar todo lo desarrollable. Según Plutarco Naranjo, en esta obra escribe la réplica a cada injuria, a cada insulto. Juan león Mera, Mestanza y Espinel, recuerda el doctor Naranjo, que fueron castigados despiadadamente. Esa obra, El Antropófago, ha sido poco conocida y muy pocos ejemplares se salvaron de las llamas. Un ejemplar conservado por Roberto Andrade sirvió para su reproducción en Páginas desconocidas que se publicó en 1936.

Asesinado García Moreno el 6 de agosto de 1875, Montalvo exclamó: «Mi pluma lo mató» y produjo otro de sus brillantes escritos: El último de los tiranos, en el cual, según Plutarco Naranjo, trata con elevación y gallardía la obra de García Moreno y aboga por el racional restablecimiento de la paz y de la soberanía del pueblo.

LOS SIETE TRATADOS

En los Siete Tratados, nuestro gran montalvista, Plutarco Naranjo, cuyo deceso no deja de desconsolarnos, escribe en su obra Los escritos de Montalvo, que nuestro escritor no es para ser leído cuanto para ser estudiado. Escribe:

el lector común ha de tener que soltar párrafos, quizá páginas enteros, por no perderse en los vericuetos de lo historia, en el laberinto de la mitología y poder seguir o posos largos, el pensamiento montalvino.

LA MERCURIAL ECLESIÁSTICA

Los Siete Tratados, obra gestada en tantos años y que había sido recibida con elogios en Europa, fue condenada por el arzobispo de Quito Mons. José Ignacio Ordóñez que llamó a la obra «Nidada de víboras en cesto de flores». Lo anterior ocurrió el año 1883, luego de que numerosas entidades de letras y de cultura de diversos países habían exaltado el nombre de Montalvo. El gobierno de Venezuela había concedido al gran escritor la condecoración del Busto del Libertador, sociedades literarias de Latinoamérica le había nombrado miembro de honor y en Europa era reconocido en importantes centros literarios.

Antonio Sacoto afirma que la obra Los siete Tratados le abrieron a Montalvo las puertas de la gloria literaria. El célebre historiador César Cantú la elogió y, entre otras cosas, le escribió que «admiraba las grandes intenciones, la vasta erudición, la rectitud moral, la elevación constante». El famoso escritor Edmundo D’Amicis le escribió: «no me atrevo a exponeros mi admiración, la cual es grande, ya por la verdad y la rareza de las ideas, ya por la belleza de la forma, ya por la elevación del intento».

Mientras acariciaba este triunfo de su pluma y recibía extraordinarios elogios, le llega una noticia que no había esperado: Su obra Los Siete Tratados había sido condenada religiosa y canónicamente por el arzobispo de Quito. Cuando lo supo el escritor español García calderón escribió lo siguiente:

Desde hace tres años sólo Juan Montalvo ha conseguido del todo entusiasmarme; y veo que mi entusiasmo era fundado, pues su ilustrísima de Quito ha condenado el libro, dando alarbe una muestra de sus muy claras luces, de su peregrino ingenio, de su sapiencia suma. Ministro del que dejó en el mundo la sublime moral, condena el libro más moral que han producido los últimos veinte años.

Juan Montalvo, al comienzo de su defensa escribe:

El arzobispo de Quito ha condenado mi obra titulada Los Siete Tratados y ha prohibido su lectura por herético, dice, inmoral y blasfemo. Ha estado esperando ese desventurado que mi libra merezca la aprobación de esos que no moran ni se afligen, sino comprenden; ha estado esperando que entidades morales de gran peso como gobiernos y academias, honren de mil maneras o su autor, para salir él, ente infeliz sin inteligencia ni virtud, a llamarle mentiroso, blasfemo.

En El Cosmopolita Montalvo afirma que

tiene al clero por parte esencial de una sociedad bien organizada. Lo que pide es clero ilustrado, recto, virtuoso, útil, no ignorante, torcido, lleno de vicios, perjudicial. Este clero es una peste, por el poder que tiene sobre pueblos que andan muy atrás de las naciones civilizadas.

Sobre las virtudes, escribe Montalvo: «Las amo y respeto en los que las practican, en el secular como en el eclesiástico, en el fraile como en el soldado». Sobre la divinidad, confiesa: «Yo me tiro de rodillas ante el Todopoderoso en presencia de una montaña cubierta de nieve eterna, o en alta mar, alzando los ojos a un cielo cargado de estrellas en un mundo oscuro y silencioso».

Respecto a las persecuciones de Enrique VIII a los católicos de Inglaterra, confiesa:

No salgo a defender porque no soy protestante: tanta vergüenza tendría yo de ser protestante, fanático e intratable, como de ser ultramontano desaforado […] Lo que sí quiero que se note es que el filósofo, el cristiano tolerante y generoso, el sabio, el bienhechor del género humano, el pensador, el amante de la libertad jamás han sido verdugos de los católicos.

Pasa Montalvo a escribir sobre el ayuno, pues este punto ha tocado el obispo, señalándolo como una «saludable mortificación». Se burla Montalvo del ayuno, cuando éste se lo toma como un simple rito que hipócritamente es vulnerado con frecuencia. Sus conocimientos de gourmet le impulsan a decir que en Sudamérica, en vías de mortificación, comen peje y se desayunan a las doce. Confiesa que

no hoy plato más suculento y apetitoso que un buen lenguado a la sartén […] y qué decir de un buen pedazo de salmón de Holanda, asentado en su salsa verde que parece una esponjada camelia?

No se olvida tampoco de los quesos, en donde encuentra delicias: Un camembert maduro, un roquefort chispeante, un stilton aristocrático, un chantilly suavísimo, y por añadidura la salud eterna. ¿Quién no ha de ser católico? Afirma Montalvo que en Quito hay postres como el Paraíso y escribe: «El mejor para dios señalados, ese manjar de los dioses que llaman rosero». Más adelante se pregunta: «¿Y el mote y el tostado de Chillo?”.

Montalvo recuerda la Inquisición y escribe: «nuestros mayores, esto es los españoles, no cometan otros delitos que esos tan dulces de la carne, a pesar del queso y del pescado». Luego pregunta:

Y la Inquisición amigo Ordóñez? Dice que fe habrá habido en esos tiempos mejores que los nuestros, cuando las dos terceras partes de los cristianos han perecido en las llamas por herejes.

Pasa Montalvo a hablar de los indios en el campo y escribe sus tristezas:

Ha confesión le llevan al indio amarrado y cuando le han confesado, el cura le quita un real. Si falta a la doctrina, le dan de azotes. ¡Qué triunfo de oradores sagrados!

EL TEATRO

En su calidad de conocedor y amante del teatro, en su Mercurial contra el arzobispo quiteño, relata que conoció en el teatro del Príncipe de Madrid a las Infantas de España, «no dirá el obispo bárbaro que esas preciosas niñas no aprecian la virtud y la inocencia». En París, cuenta Montalvo, que las grandes señoras, la nobleza del barrio San Germán, conservadoras, realistas y devotas, tienen palco en propiedad en los teatros principales. Escribe: «Sus hijas, de los catorce años para arriba, así como bajan el traje, como nosotros decimos, están allí a su lado». Habla de la Comedia Francesa, en donde todos los «martes del año se puede conocer a la aristocracia femenina y ver las más lindas criaturas…».

Gran conocedor del teatro, Montalvo habla del más célebre teatro de Europa, «El Apolo», «Nunca —dice— se le ocurrió al Papa prohibir el teatro en sus estados pontificios». Afirma que si León XIII, un santo y magnífico pontífice, no concurre a las representaciones teatrales, simplemente «es porque no le da la gana».

LA TEOLOGÍA EN EL COSMOPOLITA

Juan Montalvo no fue un teólogo en el sentido de especialista, pero llegó a tener un buen conocimiento de esta materia. Antonio Sacoto, nuestro gran conocedor de Montalvo, escribe:

En El Cosmopolita nos ofrece una imagen profundamente teológica. Dios es el maná del espíritu; es el fuego sempiterno que comparte la luz; es la gama de colores a donde todos los rayos convergen.

Frente a esta aseveración, en el anatema que contra Montalvo dirige el obispo quiteño para condenarlo, escribe: «Condenamos la obra porque en ella el escritor acusa de error a la Iglesia católica y reprueba el culto de las sagradas imágenes». Montalvo responde que no acusa de error a la Iglesia y que no hace sino preguntar: Los papas que han comprado la tiara con dinero, pregunto yo, han comprado a un mismo tiempo la verdad eterna ¿La inspiración divina puede ser mercancía sujeta a regateo? Cita luego el epitafio de Alejandro VI que se halló en la tumba al otro día de su muerte:

Alejandro vendió las llaves, el altar; vendió también a Cristo. Pudo muy bien haberlos vendido, habiéndoles comprado.

Montalvo ha leído la historia del papado de Plotino y como consecuencia, tiene muchos argumentos que exponer al arzobispo quiteño.

El CLERO

Montalvo no está contra la religión, ni contra el dogma. Está contra el clero corrompido de su época. Es necesario hacer esta afirmación porque el punto es importante. En la condena que lanzó contra Montalvo, el arzobispo de Quito José Ignacio Ordoñez ha dicho:

El autor de los Siete Tratados ha llenado nuestra alma de amargura y nos ha causado profunda tristeza porque se manifiesta muy a las claras enemigo no solamente del clero, sino de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

En su Mercurial Eclesiástica, Montalvo le contesta:

Del clero corrompido, el clero ignorante y perjudicial, concedo; del clero Ilustrado, piadoso y útil, niego; mi veneración por los grandes sacerdotes que han sido honra, no de su clase solamente, sino también del género humano, le está dando la desmentida a ese hombre tan descuidado de la verdad.

Con esta aseveración, Montalvo hace una afirmación real de que no ignora que en el campo de los sacerdotes católicos, en todas las épocas han existido varones encomiables por su celo religioso. Por conocer mucho este ampo, escribe: «Fenelón, Masillón, son mis clérigos; el padre Ventura de Ráullca son mis frailes». Más adelante, añade: «Los fanáticos me Infunden miedo, los Ignorantes lástima, los perversos odio, los corrompidos, desprecio.»

LAS IDEAS TEOLÓGICAS

Juan Montalvo fue un pensador que algunos han pretendido encasillarlo entre los ateos o herejes y ése ha sido un grave error, pues significa el desconocimiento real y verdadero pensamiento montalvino. Quien lo ha conocido más a fondo como Antonio Sacoto, lo define:

No el hereje, sino el creyente; no el satánico sino el bondadoso; no el ateo, sino el convertido y no por intuición sino por educación.

Para Montalvo, la religión no significa hacer oblaciones en los templos. En El Cosmopolita escribe: «Dios está en todas partes, su espíritu llena el aire, los mares y la tierra donde habitan los buenos habita el Señor». En Las Catilinarias, escribe:

La muerte que le pido a Dios, me la ha de dar, muerte de filósofo cristiano, sin dudas ni temores por una parte, sin insolencia ni fatuidad por otra: Creyendo en ti.

En su obra El Regenerador aparecen numerosas páginas en las que Montalvo habla sobre los pensamientos que le sugiere la creencia en Dios y lo hace con figuras poéticas. El amor de Dios le enciende el espíritu para escribir párrafos en los que desborda su pensamiento cristiano. Todo ello es el resultado de sus vastas lecturas de la filosofía cristiana, pues cita a Santo Tomás, San Agustín y a filósofos como Montaigne, Montesquieu y numerosos más. Lo que siempre criticará Montalvo es el misticismo falso, la hipocresía.

LA POLÍTICA y LOS CLÉRIGOS

En la Mercurial Eclesiástica, que recordamos es la defensa escrita por Montalvo frente a la sanción eclesiástica del obispo Ordóñez, nuestro escritor ambateño escribe juicios muy claros respecto a los políticos y los clérigos. Al respecto, escribe lo siguiente:

En pueblos donde lo Iglesia está llegada al Estado, yo no digo que los clérigos no tomen porte en lo política; ni les he negado jamás el derecho de representación. No porque son ministros de la Iglesia dejan de ser ciudadanos; ni es conveniente que el amor a la patria y el Interés por la comunidad sean sofocados por las leyes en una buena parte de los hijos de la República. Los políticos y hombres de Estado más insignes de nuestro tiempo han sido eclesiásticos, desde Jiménez de Cisneros hasta Mazarno, pasando por ese corta‑pescuezos llamado Richelieu. Y cuando vemos al clérigo Sieyes de presidente de la Convención y caudillo de la revolución francesa ¿Qué derecho tenemos los liberales para excluir ciegamente al clero de los asuntos públicos?

Más adelante escribe:

Lo que si exigirlo de los clérigos, no menos que de los seglares, serlo probidad en lo política, lo mismo que en la vida privado; rectitud, buena fe y buena conciencia. Pero se echo de ver que los eclesiásticos no son escrupulosos, y que paro ellos es lo coso más sencillo del mundo andar con cualquier caudillo como éste ofrezco ventajas personales o de clase.

LA CONDENA

En la condena que el obispo Ordóñez aplica a Montalvo, escribe en ella que «merece lo reprobación de todo buen católico, de todo el que ama de veras o la Iglesia». Juan Montalvo le responde:

No sólo ha merecido este escrito lo aprobación, sino también el aplauso de muchos hombres ilustres, filósofos profundos y poetas insignes. Si éstos aman de veras o lo iglesia de Ignacio Ordóñez, no sé; pero sé que tienen amor a la sabiduría, procuran no alejarse de lo virtud, y viven con Olas por medio de los buenos costumbres.

En la condena del Obispo, éste afirma: «El escritor dobla lo rodilla ante nuestro adorable Redentor, pero es para darle sacrílegos bofetadas en su rostro divino».

Salta Montalvo de rabia y escribe en su Mercurial:

¿Por qué no rebote mis opiniones y destruye mis errores, si los hallo en mi libro al respecto? Todo el que lea mi retrato de Jesús, si es persona Inteligente y de conciencia, duró: Dónde están esas bofetadas? Todo es amor, todo respeto; y, basta contemplar eso mirado casi infinito donde la inmortalidad está yendo y viniendo en ondas de gloria […] basta ver esto, digo, para que cualquier lector de buena fe exclame: Ese obispo trato de difamar, oculto la verdad, y falta infamemente a ello. Hubiera podido él jamás expresarse respecto de Jesús en los términos que saliendo de mi pluma le han hecho tan amable, según las palabras de un mítico francés?

LAS PENAS ETERNAS

El Arzobispo Ordóñez, escribe en la condena a Montalvo: «Condenamos esta obra porque en ella habla el autor de la eternidad de las penas del Infierno de una manera tal, que da a entender muy a las claras que no cree en ese dogma, o hace como si lo creyese, burlándose de él».

En su contestación, Montalvo empieza diciendo: “no hubiera infierno común pora todos los malos, yo le pedirla o Dios un Infierno especial para el obispo Ordóñez y sus clérigos. Hay infierno». La contestación es implacable y más adelante le dice al obispo que «Sostiene en Los Siete Tratados que el infierno es muy conveniente; y que por esto, sin dudo, no hay pueblo antiguo, de los sabios, que no hoyo tenido infierno, codo cual o su modo y según su imaginación».

Manifiesta que el Tártaro de los griegos es mucho más poético y respetable que el infierno de los católicos y se burla del ruin infierno de los clérigos de hoy, «donde no hay sino ollas de agua hirviendo y tal cual diablo mal comido con un garfio en la mano. Pero aun así yo quiero que exista: del lobo un pelo». Confiesa que «si estoy errado en esto convicción dejadme este error que me consuela el padre Ordóñez y su conventículo de Zugarramundi ¿o dónde se habían de ir si no hubiera infierno?».

Asevera Montalvo que debe haber unión, por lo cual escribe:

Unámonos por mutuo consentimiento y vámonos al cielo todos juntos que seremos felices y aprenderemos a Ser buenos y caritativos. Yo no me uno con picaros, con tontos, con canallas, con embusteros, con envidiosos, con cobardes, con ruines, con difamadores, el padre Ordóñez y su cardumen no cuenten conmigo. El Infierno ha sido creado justamente para ellos; y no he de ir yo ahora, a titulo de fraternidad y filantropía a entregarme al diablo en tal mala campaña.

Más adelante, Montalvo afirma que el señor obispo no cree en la eternidad de las penas del infierno.

Si da a entender que cree en ellas, lo hace de bellaco. Su opinión es que las penas del Infierno son temporales; y sostiene que ellas no principiaron sino el día del Juicio final cuando los muertos recobren sus miembros, pues de otro modo ¿Cuál sería lo que se quemase en el infierno?

Añade que «el alma, sustancia invisible e impalpable, no está sujeta o los padecimientos», por lo cual el obispo no comprende «cómo los frailes exponen en las paredes de sus conventos esos cuadros tremebundos, donde los condenados, con la boca abierta, están recibiendo el plomo derretido que le encojan los diablos». Como una acotación se puede decir que el cuadro de los condenados en el infierno, al que se refiere Montalvo, y en la forma como son tratados corresponde al que se encuentra en la Iglesia de la Compañía.

Montalvo considera que si no podemos vivir sin infierno,

que haya infierno y que haya diablos, y que haya clérigos, y que haya perros con mal, que haya curas y capellanes y sacristanes y arzobispos: yo paso por todo.

Más adelante, luego de pasar y repasar por el infierno llega a una conclusión interesante cuando afirma:

El infierno está aquí en el mundo: aquí lo padecemos y lo devoramos y cuando se nos acabe esta miserable vida, entonces dejaremos de llorar y de gemir, y nos sepultaremos en el profundo olvido de la nada eterna, borrados en luz de gloria, saboreando las sensaciones desconocidas para nosotros, que nos están esperando en el abierto, fulgurante espacio donde cantó gloriosamente el espíritu de los hombres buenos.

EL MORALISTA

Para terminar, solamente me referiré a una característica de Juan Montalvo que ha sido particularmente descubierta por Antonio Sacoto. Se trata de lo que él llama un aspecto olvidado en la obra de Montalvo, que figura en su obra Juan Montalvo, el escritor y el estilista. El doctor Sacoto escribe:

Se ha exaltado o menudo al político, no por la misión política sino por la lucha a brazo partido que sostuvo contra uno teocracia inexorable y contra el militar predominio; se ha elogiado al pensador y al filósofo, sin mayor penetración en su obra; se ha embestido al ateo sin leer su obra; se le ha acusado de anticlerical sin comprender que sólo combatió al clero simoníaco y afrodisiaco; mas, se ha hecho caso omiso del moralista. Es más: aun hoy críticos de envergadura que niegan esta cualidad en los escritas de Montalvo.

Será importante que en el futuro, el doctor Sacoto continúe entregándonos sus puntos de vista sobre Juan Montalvo, los aspectos políticos, intelectuales, moralistas para que el autor de Los Siete Tratados espiritualmente ingrese a esta Academia de la Lengua.

Muchas gracias.

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