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Discurso de bienvenida pronunciado por doña Susana Cordero de Espinosa al recibir como Miembro de la corporación a don Rodrigo Borja Cevallos

Desde nuestros archivos compartimos con ustedes el discurso de bienvenida pronunciado por doña Susana Cordero de Espinosa al recibir como miembro de número de la corporación a don Rodrigo Borja Cevallos, en sesión solemne que tuvo lugar el 19 de septiembre de 2012.

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Desde nuestros archivos compartimos con ustedes el discurso de bienvenida pronunciado por doña Susana Cordero de Espinosa al recibir como miembro de número de la corporación a don Rodrigo Borja Cevallos, en sesión solemne que tuvo lugar el 19 de septiembre de 2012.

Me corresponde el honor de recibir oficialmente hoy, en su nueva calidad de miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, a don Rodrigo Borja Cevallos, expresidente del Ecuador, y contestar al discurso que acabamos de escuchar.

Ante este panorama hiriente y dolorosamente humano, es difícil prodigarse en la evocación de los méritos de este hombre bueno, intelectual tenaz, maestro inolvidable para sus estudiantes; político inteligente, honrado, cuyo gobierno, que ejerció entre 1988 y 1992, es uno de los pocos regímenes dignos de perseverar en la mejor memoria de la patria… Pero es de justicia que consten en este discurso los datos esenciales de su personalidad y de su quehacer actual. Rodrigo Borja vierte hoy sus conocimientos y vasta experiencia, y amplía su influencia en universidades, congresos, mesas de trabajo y seminarios internacionales que requieren de su palabra lúcida; ha merecido doctorados honoris causa por la Universidad de la Sorbona, la de Buenos Aires, la de San Andrés de Bolivia; la de Carolina del Norte; la Nacional de Córdoba, Argentina; la Tecnológica de Santiago, República Dominicana; la Ricardo Palma, de Lima. Es profesor honorario de la Universidad Nacional de Mar del Plata y de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

Me refiero muy brevemente a su obra cumbre, la Enciclopedia de la política, resultado de la coexistencia en él, tan rara en nuestro medio, del cultivo intelectual y el persistente quehacer político, aprendizaje teórico-práctico que culmina en la presidencia de la república, “suerte de posgrado en ciencias políticas y humanas” y se vierte en esta obra notable, escrita en un español minucioso y cuidado. Como lo informa la red: “Su obra fue escrita en una etapa intensísima de la vida internacional. Se había derrumbado el muro de Berlín. La Guerra Fría había terminado. Muchos conceptos entraron en un proceso de revisión. El mundo parece haber ingresado en una nueva era histórica. Borja recoge todos estos hechos en su obra y los enriquece con sus experiencias personales”. Pero, y él lo sabe más que nadie, esta obra, por su propia naturaleza tan ligada al devenir humano, se vuelve exigencia de incesante e imposible completud.

Este camino culmina en su nueva calidad de miembro de número de la Academia Ecuatoriana, fundada hace ciento treinta y ocho años, la segunda entre las diecinueve de América. La naturaleza de nuestras academias prohíbe toda actividad de índole política, pero reconoce sin vacilaciones el aporte intelectual y humano que la hace posible. Rodrigo Borja enriquecerá la tarea académica con su firme personalidad, su trabajo incansable y la aquilatada nobleza de sus preocupaciones.

Nada puedo añadir a la descripción admirable que nuestro recipiendario nos ha entregado, autorizada con hechos y circunstancias infaustos: conjunto de poder, fanatismo, técnica, horror, dinero y lágrimas que Huntington y otros internacionalistas atribuyen y, por desgracia, certeramente, a un choque de civilizaciones. Ante constataciones apocalípticas; ante la humillación que incita a unos pueblos a mostrar irracionalmente su rebelión, y el desafiante orgullo desde el que otros ejercen su dominio, debemos alcanzar los elementos de la sinrazón que hace posible prever y vivir hecatombes no imaginadas… Siendo testigos del desastre cotidiano en las redes informáticas que prodigan noticias de estas catástrofes y hasta inducen a ellas, intentaré indagar el corazón que las hace posibles.

Divido en tres partes esta contestación, obligada a planear sobre cada una breve y superficialmente, a pesar de su importancia: 1, el papel de la religión en el declive del pensamiento humano hacia el fanatismo; 2, el alcance de este, cuya naturaleza intento traducir; 3, el significado y devaluación de la palabra.

¿Cómo, por qué se gestan las circunstancias íntimas que generan en cada ser humano el acuerdo o desacuerdo con el crimen, el terrorismo, la guerra? ¿Qué puntos de vista, que sensibilidad o intuición vuelven “santa” una conflagración o satanizan la fe y la tolerancia? ¿Con qué bases se justifican o denigran ideales, aspiraciones, luchas personales y sociales? ¿Qué sueños obligan a un ser humano a generar la muerte de los otros con la suya propia?; asistimos, desgraciadamente, a ejemplos sobrados de esta última circunstancia entre creyentes del islam, las normas de cuya sharia, ‘vía o senda hacia Alá’, varían notablemente según la escuela de pensamiento que las interpreta y, por desgracia, en su exégesis absolutista llevan a sus creyentes al más terrible extremismo.

La axiología o filosofía de los valores estudia la oposición entre la teoría y la acción; Goethe resume bellamente la contienda entre pensamiento y praxis “Gris, caro amigo, es toda teoría, y eternamente florece el árbol de la vida”. Árbol metafórico que comprende valores éticos, estéticos y religiosos.

La ética se ocupa de los actos humanos en cuanto buenos o malos moralmente; la religión, del pecado y la santidad, pues relaciona acción e intención con el Dios presuntamente revelado a los hombres: judaísmo, cristianismo e islamismo son los tres monoteísmos existentes en Oriente y Occidente basados en la palabra revelada. Bien y mal pueden ser objeto de especulación teórica; pecado y santidad, de aceptación y fe en lo que no podemos comprender.

El intento por explicar la guerra de civilizaciones que, más que batalla entre ámbitos de contrarias ideologías es lucha entre vivencias religiosas distintas, exige su abordaje desde el ámbito de la religión: la ética no basta para comprenderlo; en palabras de Imre Kértesz, premio nobel de literatura 2002, “el lenguaje racional ni siquiera es capaz de aproximarse a estos síntomas. Es preciso recurrir al lenguaje antiguo, al de la Biblia, que conoce a Satanás y sabe del fin del mundo”.

Nuestro católico diccionario escribe Revelación, con mayúscula, y la define ‘por antonomasia, manifestación divina’; es la palabra procedente de Dios y constituye el conjunto de normas y creencias indiscutibles para los creyentes. Pero, y hay que decirlo, no es la palabra revelada la que genera tantos hechos inhumanos, sino la interpretación que de ella se hace, protegiéndose en la bondad de las normas y la fuerza de la fe, para conseguir, desde el poder, fines deshumanizadores. La lucha de civilizaciones se justifica desde creencias interpretadas con un integrismo a conveniencia del poder, bajo la presunción de que únicamente la ‘propia’ es la fe verdadera. Cruzadas por salvar para algunos los lugares santos, y para negárselos a otros; interpretaciones literales de una palabra venerable, que no ha dejado un instante de ser, como toda palabra, dolorosamente humana.

En Occidente y Oriente asistimos a actitudes fundamentalistas respecto, tanto de valores religiosos, como políticos; en Occidente, con lamentable hipocresía, se ha dado en imaginar que la democracia norteamericana, la europea son modélicas y han de imponerse, incluso mediante la guerra y la desolación que esta siembra … Si el fundamentalismo ‘rechaza las consecuencias secularizadas de la modernidad’, se extiende y se apoya, contradictoriamente, en la modernidad tecnológica, y nos aboca a un universo de información banal, de publicidad y economía libradas a la más rampante codicia, cuyos fines se justifican con el aval de Dios.

Si Dios no existe, todo está permitido dijo Aliosha Karamazov a su hermano Iván, el ateo; pero ¿y si existe? ¿Y si existe demasiado y, como pretexto de dominio personal y político, justifica el poder, el crimen, la guerra?

George Steiner, posiblemente el más grande intelectual, ensayista y crítico judío de la actualidad, habla de “el interminable peso de la ausencia de Dios”, pero el Dios que hemos creado a nuestra imagen y semejanza, es decir, a nuestra conveniencia, es aún un peso mayor.

Pertenecer a una iglesia que garantiza la salvación del creyente dignifica el existir si es consecuente a la exigencia de la fe; pero si excluye otras formas de interpretar nuestro ser en el mundo, si instituye los dogmas como principios que nos vuelven proclives a la intolerancia, a la búsqueda de salvación por el asesinato ‘justificado’ del otro —ejemplos sobrados existen en todas las religiones, hoy—… tal pertenencia nos sume en la contradicción. En Occidente vivimos obsedidos por la amenaza islámica, pero avasallamos el mundo con nuestro arrogante materialismo consumista. Usamos la religión para cumplir ambiciones personales terrestres, y también celestiales y eternas… Al aceptar ciegamente creencias y mandatos, abandonamos nuestra voluntad al dictado de verdades sobre las que, así lo asumimos, no cabe ninguna duda. Afirmarnos sin preguntas nos empuja al fanatismo, si ya no estábamos en él. El fanatismo religioso anula el exigente ejercicio de nuestra libertad; limita la criticidad, vuelve excluyente nuestra vocación, nos envanece y deprava; ahorra responsabilidades y brinda el bienestar falaz de compartir la comodidad de certezas indubitables, en la unidad de una multitud que no piensa. Liberados del temor a errar, podemos alienarnos hasta la muerte.

Al fanatismo no siempre le sigue la violencia, ni depende invariablemente de un conjunto de normas que prometen la eternidad feliz; existe un fanatismo étnico, político, incluso doméstico y, todo hay que decirlo, un fanatismo machista que desprecia, reduce y maltrata a la mujer; podemos ser fanáticos del equipo de fútbol, del ídolo musical de moda o, y en el Ecuador de hoy sobran ejemplos, podemos ser fanáticos de nosotros mismos… Sin duda en todos nosotros existe cierto grado de fanatismo no siempre violento, pero enajenante.

El fanatismo religioso y cualquier otro género de fanatismo, si se vuelve colectivo lo avasalla todo: se pierde la conciencia del yo “en el sentimiento de pertenencia a lo otro”. Mas no es el islam la única religión que da lugar al fanatismo; sin volver a siglos en que la historia presenta terribles matanzas en cruzadas o en guerras de religión, recordemos la exclamación de Bush: “Dios me ha dicho, George, ve y lucha contra los terroristas en Afganistán. Y yo lo hice. Y Dios me dijo, George, pon fin a la tiranía en Irak, y yo lo hice’, palabras pronunciadas ante Nabil Chaath y Mahmud Abas, ministro de Información y primer ministro palestinos, respectivamente que la BBC hizo públicas. Torpezas de mala fe, de un archiconocido puritanismo ‘democrático’ que se permite clasificar, calificar y airear vilmente la vida íntima de políticos y opositores. De igual modo, es evidente en instituciones católicas el anhelo de dinero y poder; la intransigencia vaticana ante los teólogos de la pobreza o la vergonzante tolerancia y ocultamiento de delitos económicos y sexuales de sus ministros. Y fuera del marco de esta fe ad hoc, ¿cómo no mencionar nuestra intolerancia personal respecto de diferencias sexuales y políticas, nuestra resistencia a reconocer y aceptar al otro?

Al respecto, unas líneas brillantes del escritor judío Amos Oz:

El afán de redimir al otro es la base de nuestro pequeño fanatismo, … o de los inmensos y terribles fanatismos … cuando nuestra voluntad de cambiar al otro se traspone a la de cambiar el mundo y se contagia a los demás. Solo entonces empieza el horror sin límites…

Finalmente, esta última parte de mi búsqueda dedico a la “devaluación de la palabra”, tema, como los otros, imposible de afrontar en pocas líneas, pero vamos a él, porque nuestra vocación académica nos obliga a salvar la dignidad del significado de nuestro decir.

Escribe Steiner en su obra Lenguaje y silencio:

“He tratado de mostrar, al referirme a la situación del idioma alemán bajo el nazismo, lo que la bestialidad y la mentira política pueden hacer con un lenguaje cuando éste se ha separado de las raíces de la vida moral y emocional, cuando se ha osificado con los clichés, las definiciones acríticas, las palabras inútiles.

Reflexión singular sobre la devaluación de la palabra en el nazismo debe, por desgracia, extenderse a la situación humana actual. La demagogia, el populismo al que asistimos cotidianamente ocurren por el ansia de poder, la carencia de sentido crítico y autocrítico de quien los esgrime y de quien los escucha. Síntoma de nuestra inhumanidad; carencia de ser… Asistimos a esta devaluación en cada página de la prensa diaria, en cada conversación repetitiva e insulsa, en cada presentación política, en la publicidad cotidiana…

Y prosigue Steiner:

El lenguaje de los medios de comunicación y de la publicidad en EEUU e Inglaterra, lo que pasa por cultura literaria en los institutos de enseñanza media norteamericanos o el estilo de los actuales debates políticos son pruebas evidentes de un abandono de la vitalidad y la precisión.

¿Qué decir del verbo de nuestros periodistas y políticos,de la educación que impartimos sin exigencia lectora, de nuestra prescindencia de los clásicos universales y ecuatorianos en la educación?; ¿qué, de la ausencia de facultades de filosofía, literatura e historia en nuestras universidades; de la total carencia de estudios lingüísticos; de los escritos y opiniones de escritores y ‘pensadores’ propios? Pronto serán, si no lo son ya, escuela de fanatismo, de falsificación.

En nuestro estilo de vida globalizado, todo se diseña para evitar que profundicemos en la búsqueda de sentido, para impelernos a eludir significados que trascienden lo aparente, a mentir y mentirnos sobre las razones de lo que vivimos. Los políticos se venden; su presencia, como la de una aspiradora o un refrigerador, vende felicidad sin veracidad alguna, contribuye a vaciar de opiniones propias el entendimiento de los oyentes, los convierte a su demagogia.

Nuestra privacidad es violada y enredada en el mundo de la informática; nos disolvemos en una palabra vacía que contribuye a macerar en sus redes lo poco que intenta permanecer de nosotros en nosotros; como lo diagnostican grandes críticos de nuestro tiempo, vivimos un proceso de disolución del sujeto. Nuestra cosificación en la palabra inútil se realiza cada día. Las categorías que rigen nuestra vida son las del éxito o el fracaso económicos, ¿cabe esperar algo menos inhumano para nuestros hijos?

¿Somos nosotros mismos o somos lo que la publicidad quiere que seamos, lo que nos vende la locura del consumismo? De la desolada monotonía de tantas vidas al parecer prósperas, habla Steiner. Así, es comprensible que necesitemos estímulos sexuales y violentos para sentirnos vivos. El habla, convertida en arma de imposición, ha perdido su misterio; nosotros nos adecuamos pobremente al vacío y el anonadamiento.

Vicente Verdú, en las páginas de El País, escribe: a la inmoralidad esencial del sistema económico se añade … una pérdida de consistencia de las personas que puede llevar a una auténtica crisis de civilización … ¡No estamos, acaso, en plena crisis?

Y para que no se me quede en carpeta alguna alusión, por mínima que fuese, a los valores estéticos, quiero recordar de qué manera a partir de ellos se defiende y permanece la maravilla de la cultura humana. Quizás, y reitero la esperanza que ha guiado mi vida, solo en la belleza, en el arte y la poesía podamos encontrar la liberación del espanto, y la coincidencia entre todos los hombres…

No es el contraste entre nuestra olvidadiza comodidad y los acontecimientos trágicos que se suceden en esta guerra de civilizaciones, lo que quisiera que permanezca ha de permanecer, sino el hermoso poder de la poesía. Permítanme, leer aquí, a la luz de la exclamación de Paul Eluard: ‘Saber un poema de memoria nos pone, de alguna forma, al abrigo del desastre’, un poema que debe discrepar con su musicalidad, sencillez y belleza de la fealdad del mundo a la que no queremos contribuir. Por un instante, se realizará aquí, nuevamente, la exclamación de Steiner: “las luces que poseemos sobre nuestra esencial condición, son todavía las que el poeta nos refleja”.

De Jorge Carrera Andrade, fragmento II de Hombre planetario:

Camino, mas no avanzo.
Mis pasos me conducen a la nada
Por una calle, tumba de hojas secas
O sucesión de puertas condenadas.
¡Soy esa sombra sola
Que aparece de pronto sobre el vidrio
De los escaparates?
¡O aquel hombre que pasa
Y que entra siempre por la misma puerta?
Me reconozco en todos, pero nunca
Me encuentro en donde estoy. No voy conmigo
Sino muy pocas veces, a escondidas.
Me busco casi siempre sin hallarme,
Y mis monedas cuento a medianoche.
¡Malbaraté el caudal de mi existencia?
¡Dilapidé mi oro? Nada importa:
Se pasa sin pagar al fin del viaje
La invisible frontera.
……
Eternidad, te busco en cada cosa …

Del poeta y diplomático tucumano RICARDO JAIMES FREYRE:

Peregrina paloma imaginaria
que enardeces los últimos amores;
alma de luz, de música y de flores
peregrina paloma imaginaria.
Vuela sobre la roca solitaria
que baña el mar glacial de los dolores;
haya, a tu peso, un haz de resplandores,
sobre la adusta roca solitaria…
Vuela sobre la roca solitaria
peregrina paloma, ala de nieve
como divina hostia, ala tan leve
Como un copo de nieve; ala divina,
copo de nieve, lirio, hostia, neblina,
peregrina paloma imaginaria…

Max Scheller escribía en El puesto del hombre en el cosmos: “Breve y raro es lo bello en su delicadeza y vulnerabilidad”…

Rodrigo, esta Casa ya nuestra merece y necesita su palabra. Bienvenido.

Quito, 19 de septiembre de 2012.

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