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Discurso de don Vladimiro Rivas al recibir el reconocimiento «Vicente Rocafuerte» en México

Compartimos con ustedes el discurso que don Vladimiro Rivas Iturralde leyó al recibir el reconocimiento «Vicente Rocafuerte», con el que la Embajada del Ecuador en México le distinguió la semana pasada.

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Foto: Página de Facebook de la Embajada del Ecuador en México.

La Embajada del Ecuador en México, encabezada por el embajador don Francisco Carrión, entregó el reconocimiento «Vicente Rocafuerte» a don Vladimiro Rivas Iturralde, narrador, ensayista e intelectual latacungueño, miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. En la sesión solemne, que se llevó a cabo el pasado 20 de septiembre en la embajada, don Vladimiro se dirigió a los presentes con el discurso de agradecimiento que compartimos con ustedes.

Embajador Francisco Carrión,
Distinguidos miembros de la legación ecuatoriana en México,
Queridos amigos:

Hay dos grandes momentos político-culturales en los que Hispanoamérica empezó a ser cosmopolita. La Colonia no, porque la corona española nos aisló del resto del mundo, aunque unificó bajo su intransigente fe católica a las dispersas culturas originarias de lo que más tarde se llamaría Iberoamérica. Sólo una parte de Europa, la más conservadora, se encontró con Iberoamérica. Pero no, no fue universal. Nacidos en la Contrarreforma, el monopolio y el feudalismo, los pueblos americanos no se encontraron con la Europa renacentista, más bien se aislaron de ella. América se encontró con el brazo extremo del continente europeo, la península ibérica, el territorio más encerrado e intolerantemente católico de Europa.

De modo que el primer gran momento político-cultural cosmopolita de Hispanoamérica fue la Independencia. El otro fue el modernismo literario encabezado por Rubén Darío, en el que casi todos los poetas eran viajeros y todos estuvieron en contacto con todos y todos aprendieron de todos hasta renovar el lenguaje literario.

Quiero oponer el concepto de cosmopolita al de provinciano, incluso al de nacional. La Independencia —más exactamente, la disolución del imperio español— fue un largo periodo de fermento de las futuras repúblicas iberoamericanas y la experiencia era continental. Una cadena de precursores la previeron y anunciaron: Fray Servando Teresa de Mier y Miguel Hidalgo en México, Francisco de Miranda, Simón Rodríguez en Venezuela, Pedro Fermín de Vargas, Antonio Nariño y Francisco José de Caldas en Colombia, Eugenio Espejo y José Joaquín Olmedo en Ecuador, Túpac Amaru II y Unanue en Perú, Manuel Belgrano en Argentina, para citar sólo unos cuantos, casi todos nutridos por la Ilustración francesa. La cultura francesa —la de la Enciclopedia, de Montesquieu, Rousseau, Diderot— ingresó a saco en la vida de Iberoamérica y desde entonces el libre comercio con las culturas europeas se volvió una regla. La Independencia es una época de viajeros: Miranda, Rodríguez, Bolívar, Nariño, Olmedo, Rocafuerte. Muchos de ellos absorben, no sólo la cultura francesa libertaria de la Enciclopedia, sino también la de los ideólogos del liberalismo anglosajón: las ideas filosófico-político-económicas de John Locke, de Adam Smith. Estos viajeros inteligentes no sólo absorbieron las ideas que estaban vigentes en Europa, sino que se pusieron en contacto entre ellos para intercambiar ideas acerca de la independencia de las colonias de España. Así, Miranda conoce a Rodríguez, Rodríguez a Bolívar, Olmedo y Rocafuerte a Bolívar, etc. A través de esta efervescencia viajera se fragua la independencia de los pueblos americanos.

Vicente Rocafuerte, profundamente liberal, hombre cultísimo a la vez que enérgico, absorbió las doctrinas liberales de la época y con ellas gobernó Ecuador desde 1835 hasta 1839. Rocafuerte fue un paréntesis —el gran paréntesis civil y civilizatorio— en el periodo dominado por el militar venezolano Juan José Flores, primer Jefe Supremo del Ecuador y más tarde dictador.

El cosmopolitismo de la época hizo posible que Rocafuerte estuviera primero en México y lo sirviera como encargado de negocios y como su representante ante los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña. Desde Estados Unidos, este republicano contumaz se opuso al emperador Iturbide y solicitó al gobierno estadounidense que no reconociera al régimen imperial. Los republicanos mexicanos lo aceptaron con gran simpatía y lo nombraron su representante. En la legación de Gran Bretaña logró que el Parlamento reconociera al gobierno republicano de México. Viajero incansable, sirvió a la diplomacia mexicana en Francia, Holanda, Prusia, Baviera, Dinamarca. Escribió, también incansablemente, textos políticos y su ideario está contenido en varios volúmenes que revelan al gran liberal y constructor que fue.

Rocafuerte, haciendo honor a su apellido, gobernó con mano dura y puede afirmarse —la historiografía ecuatoriana lo confirma— que fue el verdadero fundador del Ecuador como país. No se llamaban presidentes, todavía, sino Jefes Supremos de la Nación. Este Jefe Supremo fue un gran constructor y civilizador: puso los cimientos de la patria. Como afirma Pareja Diezcanseco en su Historia del Ecuador, “Ningún ecuatoriano ha sido más rápido y eficaz creador de cosas que Rocafuerte. Su obra pública y ética no tiene parangón”. Fue un gran ecuatoriano y un gran mexicano.

Yo, que llevo sobre mis hombros las dos nacionalidades y, dentro de mis limitaciones, he servido a los dos países, me siento abrumado de recibir la presea que lleva el nombre de tan grande hombre, pero la recibo a la vez con humildad y orgullo, como una semilla depositada en mí para que allí siga creciendo.

Muchas gracias por escucharme.

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