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Discurso de recepción de doña Alicia Yánez Cossío en la incorporación en calidad de miembro de número de don Francisco Proaño Arandi

Desde nuestros archivos compartimos con ustedes el discurso con el que doña Alicia Yánez Cossío recibió a don Francisco Proaño Arandi en la ceremonia de su incorporación en calidad de miembro de número, el 17 de octubre de 2012.

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Desde nuestros archivos compartimos con ustedes el discurso con el que doña Alicia Yánez Cossío recibió a don Francisco Proaño Arandi en la ceremonia de su incorporación en calidad de miembro de número, el 17 de octubre de 2012.

Autoridades académicas, señoras y señores:

En primer lugar, agradezco al Embajador Proaño Arandi por la forma elogiosa con que se ha referido a mis obras y a mi persona, y en segundo lugar, quiero manifestar lo honroso que es para mí, promover a la dignidad de Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua a quien considero en estos momentos como el mayor exponente de las letras ecuatorianas, consideración reconocida a nivel internacional por ser el finalista del Premio Rómulo Gallegos 2009 y ganador del Premio José María Arguedas 2010 de la Casa de las Américas, galardones obtenidos por su extraordinaria novela Tratado del amor clandestino, en la que, como en la mayoría de sus obras literarias,se pone de manifiesto la acertada y cuidadosa utilización de la palabra y la sólida construcción de sus personajes dotados de vida propia en el manejo de sus respectivas situaciones anímicos, de sus enfrentamientos reales o imaginarios y de sus problemas síquicos.

Este es un año en el que se anuncia y se siente la presencia de cambios sustanciales, esperados por la humanidad desde hace tiempo, y entre tantos cambios que aparecen a diario, es posible que la Real Academia Española de la Lengua, deje de llamarse como tal, y en palabras de Dámaso Alonso, pase a llamarse Academia Hispanoamericana de la Lengua, nominación adquirida por la calidad y difusión de la Literatura Hispanoamericana. Como también es probable que, por efectos de la globalización actual, a veces absurda y a veces tiránica, los conocidos enunciados académicos de velar por la conservación, por la pureza y el perfeccionamiento de la lengua, sean sustituidos por otros, en razón de la dificultad de controlar el habla coloquial de los cuatrocientos millones y más de hispano parlantes a los cuales no interesa conservar la pureza del idioma y que parece que hubieran olvidado la grandeza y plenitud de la palabra, gracias a la cual Francisco Proaño llega a ser un reconocido escritor por su compenetración con el lenguaje al que imprime algo de sensual y a la vez sagrado. A este escritor se le puede considerar un artífice, que ha hecho de la palabra una religión laica frente al fracaso de las ideologías, de los sistemas y de la política.

Francisco Proaño nace en Cuenca un 20 de enero del año 44. Es muy niño cuando su familia se traslada a Quito donde fija, en una forma definitiva, su residencia. Sus estudios primarios los realiza en el colegio de La Salle y los secundarios en el colegio San Gabriel, y más tarde, egresa de la facultad de Jurisprudencia de la Universidad Católica de Quito. Desde muy joven se manifiesta como el futuro escritor capaz de ocupar un sitial de preferencia en la literatura ecuatoriana.

Entre varias actividades intelectuales juveniles fue cofundador de la revista La bufanda del sol, fue miembro del grupo Tzántzico. Más tarde dirigió la revista Letras del Ecuador de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

Inicia su carrera diplomática como cónsul en Puerto Asís de Colombia. Del año 73 al 77 fue primer secretario y encargado de funciones consulares en la Unión Soviética. Desde el año 80 al 84 tuvo el cargo de consejero y encargado de negocios en Cuba. Desde el año 90 al 2010 ha sido embajador en varios países: Yugoslavia, Albania, Grecia, Nicaragua, Costa Rica, El Salvador, Argentina y en la OEA. En este organismo desempeñó las funciones presidente del Consejo Permanente, hasta que, en un acto de dignidad, poco frecuente en la actual diplomacia ecuatoriana, se vio en el caso de presentar su renuncia.

Como escritor, ha representado al país en numerosas conferencias, certámenes y eventos culturales nacionales, regionales e internacionales en países donde se ha hecho acreedor a altas distinciones y condecoraciones, y, como exponente del profundo sentido humano que le caracteriza, presente en su literatura y en todos los actos de su vida cotidiana. Cabe mencionar con singular aprecio una condecoración otorgada por el pequeño Municipio de Pelileo.

Su primera producción literaria, tal como sucede con la gran mayoría de escritores ecuatorianos, fue una obra de poesía publicada por la casa de la Cultura Ecuatoriana en el año 61. A partir de .entonces, Francisco Proaño se dedica al relato y a la novela, aunque es indudable que su capacidad poética siempre estará presente en todas sus manifestaciones.

Su literatura, es una literatura de denuncia en favor de los débiles y de los oprimidos, al lado de los cuales se mantiene desde sus primeras producciones en una constante lucha contra miseria, las falsedades y las violencias que imperan en todas las sociedades del mundo, y a la vez, sus obras son un llamado a que los intelectuales, sensibles y conscientes, traten de salvar un planeta que camina hacia el desastre.

Entre sus libros de cuentos constan:

Historias de disecadoresque aparece en el año 72 y en el que se visualiza un mundo imposibilitado de ser feliz.
Oposición a la magia, publicado en el año 86, con las visiones fugaces de seres inútiles y abúlicos.
La Doblez, cuentos agobiantes con determinados conflictos de pareja y la presencia de adolescentes pandilleros.
Historias de un país fingido, Premio Joaquín Gallegos Lara 2003, que es el recuento de las posibilidades a que puede llegar la literatura, junto al problema del tiempo como la imagen de la eternidad, que es el tema recurrente en la mayoría de sus obras.

De estos relatos se han hecho varias ediciones y constan en antologías nacionales y extranjeras. Además, algunos de sus cuentos se han traducido a sus respectivos idiomas en Israel, Grecia, Bulgaria, Turquía, Francia y los Estados Unidos.

Entre sus novelas se cuentan:

Antiguas caras en el espejo, premio José Mejía Lequerica del año 84,
La razón y el presagio, del año 2003,
El sabor de la condena, Premio Joaquín Gallegos Lora 2009, que sitúa al relato ecuatoriano en lo más actual y valioso de la literatura contemporánea.
Desde el silencio, novela inédita,
Del otro lado de las cosas (1993) y,
Tratado del amor clandestino, novela que tiene como escenario los abruptos desfiladeros de los Llanganati con el simbolismo de la encrucijada que en todas las leyendas y tradiciones está ligada al cruce de caminos simbolizando el centro del mundo para quien busca algo perdido, y que en esta novela se inicia con la visión de dos cuerpos entrelazados que se tiran y se hunden en las heladas aguas de la laguna de Ozogoche, la misma laguna donde van a morir las bandadas de pájaros que llegan desde lejos, en los meses de octubre y noviembre y que descienden en picada desde las alturas en una especie de suicidio colectivo sin que se pueda explicar el porqué de este fenómeno. De todas formas, Tratado del amor clandestino es una novela apasionante de búsquedas y encuentros con personajes misántropos, destinados a la soledad y sin duda es una obra que marca un hito en la actual novelística latinoamericana.

El discurso a que me refiero: Reivindicación de la palabra. Saramago como referente ético, con el que Francisco Proaño accede a Miembro de Número de esta institución, se basa en la búsqueda de la verdad, la cual por su misma esencia, parte necesariamente de la duda y se presenta como una forma de indecisión que aparece frente a actos no comprobados ni demostrados, dentro de un estado de escepticismo en ciertos momentos y bajo determinados juicios hasta que se encuentre una decisión que sea convincente, siendo esta actitud una de las funciones más elevadas del pensamiento, y por lo tanto, las decisiones que se originen, tal como se desprende de la lectura de las obras de Saramago, tienen que estar al margen de las imposiciones y de los prejuicios originados por la influencia de las tradiciones o por las costumbres que dan lugar a que la duda se presente como el impulso a buscar comprobaciones.

En este siglo XXI, caracterizado por la necesidad de un cambio que implique, por un imperativo de integridad, la determinación a examinar los actos, las ideas y las tendencias que aparecen a diario y que se difuminan a prisa, frente a las acciones de un mundo desquiciado y a punto de desaparecer, existe la necesidad de establecer un diálogo con grandes dosis de pasión, una reacción anímica de complicidad entre todos quienes manejan la palabra y los que se nutren de ella, es decir, entre lectores y escritores, porque se presenta la necesidad de suscitar nuevas reacciones ideológicas y diferentes estados emocionales que tienen que ser desconcertantes y acaso también perturbadores, en el sentido de que es necesario poner en evidencia creencias establecidas como sería la que nos brinda la lectura de El Evangelio según Jesucristo, la obra más conocida de Saramago, frente a la cual solo se pueden considerar dos posiciones: la de aceptación o la de rechazo, quedando sin embargo, el beneficio de la duda.

Pero hay una obra de Saramago en la que es necesario poner al descubierto un estado de conciencia que nos conduzca a una actitud activa como es Ensayo sobre la ceguera, la obra que desenmascara una sociedad en estado de podredumbre, un mundo de ciegos, desquiciado y absurdo, que camina a su exterminio total y que Francisco Proaño, al poner en evidencia el pensamiento de Saramago, nos hace pensar que acaso, todavía estemos a tiempo de utilizar nuestros ojos interiores para impedir el cataclismo final, y entonces, como el último recurso que nos queda, hay que tener presente la palabra de Saramago y convertirla en un mandato para quienes todavía tienen ojos y están en la posibilidad de sentir como propia la desventura y la miseria ajenas, utilizando el poder de esta facultad como si fuera una arma. Esta facultad que tiene el poder de sacar a luz al mismo pensamiento que permanece en alguna parte, sin forma ni consistencia hasta que la palabra le rescate porque la palabra es lo más inherente al ser humano desde antes de su nacimiento hasta después de su muerte y porque se la lleva dentro, como el sentido de nuestra inmanencia, a semejanza de los pueblos nómadas que llevaban siempre, como su única carga, solamente los huesos de sus antepasados.

En el año 98, Saramago recibe el Premio Nobel y uno de sus comentaristas al encomiar su obra y poner en sus manos el premio que le concede la Academia Sueca, destaca su capacidad para volver comprensible una verdad huidiza con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía, elementos fundamentales en un intelectual que tuvo mucho por decir y sostener verdades que no pueden ser estigmatizadas, sino que deben considerarse como elementos necesarios para el encuentro con la fe, en algunos casos, y en otros casos por la necesidad de incrementar la creencia sobre un ser superior, nacido de una urgencia existencial de buscar amparo y compañía que impliquen a su vez un rechazo a las creencias impuestas por la fuerza del poder eclesial atrozmente omnímodo en el que priman sanciones de miedo y de castigo por culpas que consciente y libremente jamás fueron cometidas, y aún lo que es más inadmisible, creadas por mentalidades capaces de sustentar conceptos de venganza y de crueldad, una crueldad humana, atribuida al ser perfecto.

Concretamente hago referencia a la novela Caín de Saramago, acerca de la cual se ha dicho que es la novela “más cáustica y crítica”,la que induce al lector a la más terminante e inútil de las dudas, y sin embargo, quizá por la misma descarnada fuerza de la denuncia, es posible llegar a una nueva posibilidad de encuentro con la verdad, una verdad más asequible al entendimiento humano, ya no basada en la razón como el principio para explicar las realidades de ser, de acontecer o de obrar sino basada en el ejercicio de una nueva búsqueda de la verdad, como es la intuición, la cual es la visión directa e inmediata de una verdad, la simple intuición que proporciona el conocimiento de las cosas por la sola percepción y sin razonamientos de ninguna clase y por lo mismo, es la verdad más comprensible, es decir la más aceptable, porque las verdades establecidas, al tratar de ser interpretadas por mentes humanas que históricamente intentaron y todavía intentan acaparar poder, lo espiritual, es decir lo sagrado, deja de ser un asunto de intimidad personal y se convierte en el paradigma de una verdad dominante, y en el peor de los casos cuando se impone la creencia de que la voz del Sumo Hacedor está en la páginas de un libro que apenas viene a ser solamente el recuento histórico de un pueblo.

Al respecto, cuando al filósofo hindú Ramakrisha, considerado como un santo, le preguntaron por su fe, él respondió: Yo no creo en Dios, yo lo conozco…

De todas formas, la duda, presente en las obras de Saramago, bajo la forma de parábolas, nos conduce al más saludable escepticismo aceptado como la doctrina del conocimiento por lo cual no hay ningún saber firme, ni se encuentra una opinión absolutamente segura, como condición indispensable de todo ser pensante, especialmente de este siglo, caracterizado como nunca por el cambio, que implica, por un sentido de permanencia y confianza en sí mismo, la necesidad de continuos análisis en las ideas y tendencias que aparecen a diario, que se difunden a prisa, y que además, la humanidad las busca y las ha buscado siempre por la necesidad de tener un puntal al que se pueda asir y sostenerse mientras haya un camino abrupto por delante.

Francisco Proaño manifiesta además, que en las novelas de Saramago, en su angustioso clamor de sobrevivencia para que la humanidad reaccione ante la depredación y el maltrato a los derechos del hombre y de la naturaleza, su palabra que tiene todo el vigor, la entereza y la autenticidad de la denuncia, no se aparta de la calidad poética, sino que se mantiene para tocar más de cerca la sensibilidad de quienes se acercan a su literatura, la cual, también, tiene la finalidad de promover un diálogo nacido de una ética social, laica y humanista que se base en la convicción de que los seres humanos, jóvenes y viejos, de todas las creencias, culturas y apetencias que habitamos el planeta, tenemos que enmendar nuestros errores, que pueden ser considerados como tales o pueden ser acciones criminales que nos empujen a la destrucción final si no les damos la solución que debe nacer del poder de la palabra, en el imperativo de dejar de ser los que somos y la necesidad de adoptar una ética social que nos convierta en mejores ciudadanos no solamente de la patria propia, sino del mundo.

Muchas gracias.

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