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«El Hombre Orquesta», por don Marco Antonio Rodríguez

Fabián Velasco Andrade (Quito, 1962-2014), el Hombre Orquesta. Le habitaban esos duendes orejudos y traviesos que obran acciones benévolas y repudian las malas. Músico, zanquero, teatrista…

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Foto: Blog «Memoria musical del Ecuador» http://soymusicaecuador.blogspot.com/

“La ciudad quemada en su mitad/ va siendo lentamente levantada;/ como un perrito medio esquilado,/ La ciudad parece enloquecida”… Fabián Velasco Andrade (Quito, 1962-2014), el Hombre Orquesta. Le habitaban esos duendes orejudos y traviesos que obran acciones benévolas y repudian las malas. Músico, zanquero, teatrista…

No sé cuál instrumento amaba más. ¿El saxofón adherido a su pecho como el amor de su vida, la guitarra a la cual le ciñó un rondín, las campanillas en su cabeza o el bombo a sus espaldas, perforado por una cuerda que oprimía el resorte de los platillos sobre un timbal tirado por su pie?

El Hombre Orquesta rezumaba pueblo. En las entrañas del pueblo se engendró, vivió por ellas y a ellas cantó. Las calles eran corredores del alma y oscuras trayectorias de la memoria. Ciudad, puñado de barrios, tiendas y vecinos. Por su corazón iba y venía el Hombre Orquesta, vestido de colores chillones, casquete, camisa y alpargatas, pintados por él mismo de arcoíris. Chamiza musical ambulante.

Pero la ciudad devino ajena: zonas de hambrientos en las laderas, otras de ciclópeos edificios oprimiendo la vida, y en el resto satélites donde no se sabe si son más los exquisitos residentes o sus legionarios guardaespaldas.

El Hombre Orquesta no estaba para esos aires. Desdeñado y celebrado, siguió al pie de la Catedral sonando como la música que fue. Dicen que en su último tiempo se tornó ofuscado y hosco y que, sin haber partido, ya no era él.

Música suya y de los Perros Callejeros fueron parte de películas. Niño juguetón, “Viejo loco hecho música” —como quiso que lo recordaran—, seguirán escuchándolo en el Centro Histórico, en las barriadas populares y las fiestas de arroz quebrado.

“De esta tierra ya me voy/ A esta tierra he de volver/ ¡Ay amor, ay dolor!/ A esta tierra he de volver.” Luego del lamento, prendía el fuego de la alegría: “Alza, alza que te han visto/ Que te han visto visto nada,/ Solo solo que te han visto,/ La enagua bordada.”

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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