Estoy distante,
con la distancia atormentada de los hombres.
Triste como una cruz sobre las almas,
proyectado en oscuras longitudes de fiebre,
… Viajo distante,
con extensión de enorme espectador llorando
la tragedia del mundo.
Lejana como un dios.
Lejos cerro una garra de azúcar implacable,
lejos de mi distancia de esclavo moribundo, lejos
del pan y de la vida,
está la paz para los hombres.
Esa distancia.
Esa distancia de nube apetecida para el llanto.
Aquella longitud de piedras sobre el alma
y el corazón,
como una estrella tibia de angustias redimidas,
debe brotar en vórtice de sangre y de palabras.
Sangre para ese pan que falta al mundo.
Palabras desde mi alma.
Yo quiero el meteoro azul de sus contornos.
La cercana distancia de suspiros
y hambre,
de los desamparados de la tierra, quiero
la soberana voz de los suburbios,
donde es, a veces, tan cerca la sencilla
angustia de las madres.
Y yo quiero la sangre
augusta y soberana de las calles
y un arcoiris rojo de madres solitarias
que por una soberbia distancia de cristales
rediman la tremenda esclavitud del hombre.
Y yo he estado distante.
Mirando solamente la tragedia
de los hombres del mundo.
Ahora quiero la dulce geometría de la vida
y proyectarme en tibias latitudes de llanto
sobre el suburbio triste.
Y yo quiero la sangre
augusta y soberana de las calles
y acercar la distancia de estrella solitaria
y los designios dulces y lejanos
de la paz a la tierra.