El desempleo y el subempleo son evidencias de cómo la legislación laboral puede, en la práctica, conspirar contra los trabajadores, condenarles a la informalidad, desfinanciar la seguridad social, limitar el crecimiento económico y poner en aprietos la capacidad productiva del país. El efecto bumerang golpea a la gente que busca empleo, frustra a los profesionales, limita la creatividad, genera en los empresarios un sistemático recelo a contratar, y generaliza la convicción errónea de que la mala de la película es la empresa privada.
Paradójico, pero real: leyes cuyas exposiciones de motivos son alegatos en pro de las masas obreras, que incluyen cantos líricos a la justicia social y la igualdad, han provocado los efectos contrarios. Han ayudado a afianzar la peor condición de injusticia, que es no tener trabajo ni seguridad social. Resulta paradójico y sarcástico que el discurso político que anuncia la salvación de los trabajadores y que concita su adhesión y su esperanza, invariablemente genera el crecimiento de la informalidad y el desempleo, esto es, la verdadera precarización del trabajo y de la vida.
La fuerza mayor extraordinaria, como se ha dicho en esta columna, derrumbó algunos mitos y puso en evidencia la fragilidad de unos cuantos principios en los que se sustentaba la vida social y el sistema jurídico, entre ellas, la utilidad del Estado y su burocracia, y el mito de la política como salvación de las masas. En el orden laboral, hay que analizar críticamente algunos presupuestos convertidos en dogmas, como la estabilidad absoluta de los contratos, los derechos adquiridos inamovibles, la progresión indefinida de las prestaciones sociales, la intangibilidad de las condiciones de trabajo, la prohibición del trabajo por horas. Hay que pensar en los inconvenientes de tales temas y plantear su reforma, porque son parte de la caducidad de la legislación y de su falta de correspondencia con la realidad. El efecto bumerang debería propiciar una evaluación franca y desprejuiciada del régimen laboral.
Sería preciso, en consecuencia, establecer como metas de la legislación la generación de empleo y no solamente la sobreprotección al actual trabajador; la libertad de contratación y no la penalización a quien se atreve a invertir; la confianza en los acuerdos de las partes y no la creación de dificultades para ejercer las iniciativas. Un ejemplo de cómo funciona la imaginación para superar las dificultades y crear empleo, es el teletrabajo, sistema que practican numerosas empresas privadas mucho antes de que el Estado haya emitido regulaciones, que usualmente resultan equívocas y farragosas.
Examinar el efecto bumerang de las leyes sociales: un paso importante a favor de la comunidad.
Este artículo apareció en el diario El Comercio.