¿Es este el fin de un tiempo, agoniza una época? El mundo se para, la economía entra en receso, el Estado se ve acosado, impotente. Todos los sistemas están desbordados. Se apagan las fábricas, se vacían los almacenes. La gente, en su casa, pendiente de noticieros y mensajes. Trabajan algunos desde sus computadoras, mientras la mayoría vegeta entre la desocupación, el aburrimiento y la angustia.
La democracia está en crisis y, a su sombra, prospera el populismo. La ciencia quedó impotente para servir a la humanidad. El Estado es un ogro sin respuestas. La familia carece de vigencia, se va disolviendo como espacio de encuentro y como referente social. La contaminación envenena la vida. Las ciudades devoran los campos y la mediocridad atenaza a la cultura.
En este trance, una sociedad fatigada se está mirado al espejo. Ha desaparecido el espectáculo, se ha escabullido la ficción, ha muerto la comedia superada por la realidad. El espejo muestra la cara fea del mundo del consumo. Caducan los referentes en que anclaron su vida muchos adolescentes y familias. No hay viajes. Y mucha gente, sin oficio, aburrida, se ve forzada a mirar más allá de la ambición de cada día, y se enfrenta ahora, súbitamente, al drama de una vida distinta, austera, limitada.
Los códigos políticos parecen ahora temas lejanos, artificiosos. Por arte de magia, han desaparecido los dirigentes y los pocos que muestran las orejas parecen antigüedades, seres de otro tiempo, mentirosos evidentes. La realidad les ha quitado las máscaras.
Probablemente, volverá el tráfico, las industrias empezarán a despedir el eterno humo por sus chimeneas, se llenarán los supermercados, escucharemos otra vez las viejas cantaletas, pero quizá sea la última ilusión, la última oportunidad. Las consecuencias serán profundas. Habrá que pensar desde ángulos distintos, porque será el tiempo de la caducidad de muchos de los mitos del mundo moderno.
¿Este es el fin de una época? Se cae la geopolítica tradicional. El renacimiento solo será posible desde la revisión de casi todo, desde una crítica del Estado, de la ley y sus presunciones, de la política y sus tareas, de la economía, la ecología, las fronteras, la sociedad, la forma de relacionarse entre los individuos, el trabajo, el consumo, el papel de la tecnología, la ética de la ciencia, la responsabilidad ante un planeta fatigado, enfermo. Serán otros los retos y habrá que construir distintos referentes.
Habrá quienes crean que se puede, sin más, reanudar la fiesta, pasar la página y olvidarse del “mal rato”, pero me temo que semejante entusiasmo no será más que el gesto caprichoso del irresponsable. Es mejor asumir que estamos frente otro tiempo, y que hay que enfrentarlo con serenidad y claridad de ideas. ¿Será posible?
Este artículo apareció en el diario El Comercio.