«‘El libro de las visiones’ de Julio Pazos Barrera», por don Diego Araujo Sánchez

Compartimos con ustedes este hermoso texto que don Diego leyó el pasado 6 de abril en la presentación de la antología de don Julio Pazos...

En su “Nueva antología personal”, Jorge Luis Borges señala una verdad incontrastable: “Nadie puede compilar una antología que sea mucho más que un museo de sus simpatías y diferencias”[1], escribe; y, de inmediato, sostiene que “el Tiempo acaba por editar antologías admirables”[2]. Pero ese antólogo ideal exige el paso de una, dos o más generaciones. El brillante juego intelectual de la reflexión borgesiana sirve al gran escritor para seleccionar en su “Nueva antología personal” textos que le disgustan, pero que supone que el lector los espera; sin embargo, la perspicacia crítica del Tiempo solo funciona como arbitrio retórico para acentuar la inevitable subjetividad de toda selección en una obra de creación poética contemporánea.

En esta nueva antología de la poesía de Julio Pazos Barrera, el antólogo, Javier Cevallos Perugachi, escribe unas muy acertadas páginas introductorias para caracterizar los poemas del “Libro de las Visiones” y en ellas puntualiza que su trabajo va más allá del gusto personal, aunque reconoce de inmediato que la selección de textos “exige un criterio que se funde en la visión del seleccionador”. Tras afirmar que el trabajo poético de Pazos Barrera “puede ser considerado imprescindible para entender una parte de la literatura ecuatoriana de los últimos cincuenta años”, señala un atributo esencial de sus poemas: el diálogo constante “con la historia, las artes plásticas y la gastronomía del país” como “una combinación única que lo distingue del trabajo poético de sus coetáneos”. Después Cevallos Perugachi establece ciertas coordenadas para su tarea: el gusto personal es la primera (“este es el Julio Pazos que se construye desde la subjetividad del antologador”, afirma); la segunda, el contexto (“lo que se busca es seleccionar los textos que…permitan cierta ubicación espacio temporal de la obra completa”, explica. Y la tercera es la preocupación por el lenguaje.

La antología comprende 18 libros publicados desde “La ciudad de las visiones”, en 1979 hasta “Nómada”, en 2018. Los textos escogidos se presentan de acuerdo con el orden cronológico en el cual ven la luz los 18 libros. La sola enumeración de estos y el registro del año de publicación muestran el desarrollo consistente y sin pausa de la obra de Pazos, su persistente vocación por la creación poética.

Todos los textos se cobijan bajo el título de “Libro de las visiones”, y este es un primer indicio de un rasgo importante del lenguaje del poeta. El Diccionario Académico trae las varias acepciones de visión, entre otras, capacidad de ver, punto de vista particular sobre un tema, un asunto, etc.; objeto de la vista, especialmente cuando es ridículo o espantoso; creación de la fantasía o imaginación que no tiene realidad y se toma por verdadera y, en el ámbito religioso, imagen que, de manera sobrenatural, se percibe por el sentido de la vista o por representación imaginativa…

Sin embargo, el término visión tiene un significado específico en la poesía contemporánea, más cerca de la acepción religiosa que trae el Diccionario. Y lo han definido estudiosos tan agudos y rigurosos al indagar la naturaleza del lenguaje de la poesía como el español Carlos Bousoño. Julio conoce, admira y ha utilizado en sus clases de Literatura en la Pontificia Universidad Católica “La teoría de la expresión poética” del autor mencionado.

Para Bousoño “el irracionalismo verbal propio de la poesía contemporánea es el resultado del agudo subjetivismo de nuestro tiempo”. Las visiones, señala el crítico, “atribuyen cualidades y funciones irreales a un objeto, las cuales significan, si bien irracionalmente, algo de ese objeto o de otro, relacionado por mera contigüidad con el primero”. La realidad irreal “aparentemente no pretende impresionarnos; a primera vista se trata de una irrealidad “que no se sabe cómo ni porqué resulta emocionante”. Solo en un análisis a posteriori de esa emoción, “se descubre siempre un lazo entre lo irreal y ciertos ingredientes reales” del objeto al que nos lleva la visión. “Pero esos ingredientes no aparecen nítidamente en el análisis, sino con una difuminación o imprecisión que justamente caracterizan a las visiones”. El efecto más perceptible de estas es la impresión de hermetismo y oscuridad en el lenguaje de la poesía contemporánea, rasgos que exigen del lector un esfuerzo de desciframiento e interpetación.

Cada uno de los libros antologados rersponde a un momento concreto, a una intención que unifica los diversos poemas. La lectura secuencial de la obras nos permite seguir el trayecto vital y estético recorrido por el escritor. A pesar de la diversidad de temas y motivos de los 18 poemarios, en ellos se revelan algunas características propias del estilo poético de Julio Pazos, de su lenguaje y de su cosmovisión. Sin embargo resulta difícil, por la continuidad de su tarea poética, marcar con claridad sus edades o etapas.

En el libro “Estructura de la lírica moderna” de Hugo Friedrich, el crítico y teórico alemán se aventuta a marcar dos grandes tendencias en una mirada panorámica de la lírica del siglo XX: “la primera es una poesía formalmente libre y alógica, y la segunda una poesía intelectual y de forma rigurosa”. Como enunciación programática de esta última, cita las palabras de Paul Valery: “El poema debe ser una fiesta del intelecto”. La fórmula de la otra tendencia se resume en una cita de André Breton: “El poema debe ser la derrota del intelecto”. Cabe, pues, proponer una categoría clasificatoria generalísima de estos dos cursos divergentes en lírica cintemporánea: fiesta del inteleto o fiesta de los sentidos. Ciertamente, no son parcelas excluyentes, ni se presentan en estado puro, sino que marcan espacios donde suelen ubicarse de forma más asidua los poetas. En fin, en el fondo me parece que esta división es una variante de la oposición entre lo apolíneo y lo dionisiaco, entre la claridad, el orden dictado por el intelecto y la razón, y el aparente desorden y oscuridad generados por el flujo de las sensaciones dispares, el instinto, lo onírico, el subconsciente…

La obra poética der Julio Pazos está más cerca de la fiesta de los sentidos, el flujo de las sensaciones, la intuición. Pero en muchos de sus poemas, a la sustancia lírica se junta un hilo narrativo, que funciona como un asidero de cierto orden lógico en el texto.

Leamos, eligiendo al azar, los versos de “Poética”: “Voy entre las personas y de pronto crece el poema en el rostro de alguien./ Rostro indiferente, en apariencia como el mío.// Irán las personas de los manjares a las relaciones amorosas:/ aunque pueden ir a la anemia/ al bullir de rosas blancas en el nicho, si tienen parientes.// El poema se altera entre elusiones/ y baños en el fresco manantial de la infacia,/ se deteriora porque es rama de eucalipto en la fogata, aroma fugaz.// Rostros descubiertos por el alba rosa del Archipiélago./ Otros, caldeados en la resolana del desierto./Rostros inmersos en el frío del invierno./Aquellos detenidos en la lividez del atardecer.// Las personas experimentansorpresivos poemas,/ efusivas composicones que al desintegrarse/ ocultan ansiedades y secretos” (139)

¿No resulta evidente que el el texto nos provoca una emoción que en principio no sabemos de dónde proviene? Pero también sentimos un desasosiego por esa aureola de irrealidad, de quiebra de la lógica convencional y cierto hermetismo y oscuridad que rodean al poema, rasgos derivados de las visiones, en el sentido que las explica Carlos Bousoño.

El motivo dominante de estos versos tiene que ver con la génesis y experiencia de la poesía. Situado entre las personas, el yo lírico constata que, de forma imprevista, “crece el poema en el rostro de alguien”. Y es un rostro como el del poeta, es decir, el nacimiento de esta experiencia puede producirse en todas las personas. Estas irán “de los manjares a las relaciones amorosas”, es decir, de una a otra experiencia sensorial, del disfrute de los alimentos a eros; pero “pueden ir de la anemia al bullir de las rosas blancas en el nicho, si tienen parientes”, es decir, de la ausencia de nutrientes y la falta de fortaleza a la presencia de la muerte en los seres próximos que han fallecido.

“El poema se altera entre elusiones/ y baños en el fresco manantial de la infancia,/ se deteriora porque es rama de eucalipto en la fogata,/aroma fugaz”. La experiencia se modifica, descansa en la memoria de la infancia, evade la realidad, finalmente declina y se destruye: “es rama de eucalipto en la fogata, aroma fugaz”. Con estas imágenes de factura tradicional sugiere la corta duración, el carácter percedero de aquella experiencia.

De las líneas poéticas 10 a 14, regresa el yo lírico al registro y enumeración de los rostros en los que puede crecer el poema: “Rostros descubiertos por el alba rosa del Archipiélago./ Otros caldeados en la resolana del desierto/. Rostros inmersos en el frío del invierno/. Aquellos, detenidos en la lividez del atardecer”. Soprende en las imágenes las resonancias del color, la oposición entre alba, blanco, y rosa del amanecer. Y es un amanecer en las islas, en un indeterminado Archipiélago. Otros son rostros caldeados en la resolana del desierto. Y otros más, rostros inmersos en el frío del invierno. La oposición es, en estos casos, entre la sensación de calor y la sensación de frío, y también entre las islas y el desierto. Hasta que se cierra la estrofa, que empezó con la referencia al amanecer, con los rostros “detenidos en la lividez del atardecer”, es decir, con otra oposición.

Los tres versos finales son una suerte de coda, en constatación final del motivo de la vivencia poética: “Las personas experimentan sorpresivos poemas,/efusivas composiciones que al desintegrarse/ ocultan ansiedades y secretos”. Otra vez, estas sorpresivas experiencias se desintegran y con ello “se alteran en elusiones, ocultan ansiedades y secretos”. Finalmente -inferimos nosotros, lectores-, solo los poetas descubren de forma perdurable ansiedades y secretos y, gracias al lenguaje, pueden luchar contra la fugacidad de las más secretas experiencias humanas.

Otro rasgo permamente en el lenguaje poético de Julio Pazos es la presencia de lo popular, de lo andino: en este ámbito, los frutos de la tierra, los alimentos, la vegetación, la ciudad son una referencia constante. Sin embargo, lo propio, el ámbito local, convive con naturalidad con una apertura hacia lo universal, con referencias al arte y la literatura, a ciudades del mundo y el contexto de otras latitudes.

Leamos, como ilustración de lo dicho, unos fragmentos del poema “La existencia en metáfora de cumbia”: “Comienza por algún lugar del tórax una precipitación,/ una ventisca/ una Negra Tomasa que obliga a saltar./ De lleno se entra al cielo de Van Gogh/ y la bien sabida pequeñez desaparece.// En tal edad,/ en tal fragmento de la noche incansdescente,/ en el punto exacto del encuentro de los líquidos,/ la cumbia interrumpe/ el serio enfrentamiento con la verdad que clava sus pésames en mí/ que solo soy los pocos días que se cuentan/ desde el nacimiento hasta la muerte.// Crece la cumbia que arengó a los habitantes de Sincelejo, / en esta sala/ con mujeres de la ralea de los cardúmenes/ cuando desdeñan a monstruosos depredadores.// Que esas mujeres compactadas por el triunfo de la cumbia/ desparramen partículas de mi corazón/ cerca de cementerios, en hórridos sótanos de estadios. /Todas las cumbias beben en mi poza, /alternan con jaguares y aves en el cielo./ Mi agua de palabras corre en bares y mercados, / en lugares elegidos por fantasmas y líderes.//… La cumbia me desuella con sus finas hélices./ Me retira ese rostro de nacido para morir./ Me recarga con la fuerza del adalid/ que sabedor del fracaso no escatima el aliento./ Atrás quedan las certezas. Montado en la sombra/ me deshago en cordeles resplandecientes. /Giro hasta la apariencia de la inmovilidad/ y soy estatua desprendida del tiempo./ En otras palabras, la cumbia es un sueño dionisiaco/ escapado del tintero de Nitetzsche./ Palabras sin eco, perdidas en el mar del furor, / arrancadas del cuerpo, desgajadas del último juicio/ en el instante que el pensamiento se condensa/ y chorrea como una cascada volcada en la órbita/ Solo la danza permite vagar en los aledaños del viejo Apolo” (pp.167-168).

He aquí una audaz mixtura entre lo popular- la alegría dionisiaca de la música y del baile de la cumbia- y una reflexión sobre el destino humano, un tema universal, el de la preciariedad de la existencia humana y la muerte. La eclosión de la cumbia convive con cielos de Van Gogh y el sueño dionisiaco escapado del tintero de Nietzsche, y permite también acercarse a las parcelas del viejo Apolo. “La danza se opone a la muerte y es océano”, leemos en otro poema, la potente elegía a Julio Pico Duque: en este texto y en “La existencia en metáfora de cumbia”, la danza devuelve a los seres humanos al menos la fugaz sensación de perdurabilidad.

Otro motivo reiterado en la obra de Julio Pazos es la reflexión sobre las palabras, el lenguaje, la poesía. Desde en “Ciudad de las visiones”, que vio la luz hace más de cuatro décadas, el yo lírico pone de relieve el carácter transgresor del lenguaje poético. En uno de sus poemas, nos dice: “cómo me gustaría escribir todo al revés/ los clásicos al revés/ los caballos surrealistas al revés// cómo me gustaría desvivir/ hacerlo de nuevo/ desvivir el triempo para colocar el fuego fuera de la cocina// caminar el tiempo al revés para asustar a la gente// cómo me gustaría caminar por los tumbados/ y hablar con las autoridades al revés/ y solo mirar el mar al derecho// cómo me gustaría ser feliz al revés/ que mis hijos sean mis padres/ que mi mujer sea yo// cómo me gustaría poner las comas/ en los lugares no previstos por la gramática/ y morder a los perros/ y perseguir a los dictadores// recostarme al revés/ finalmente morirme al revés”. (p. 34)

Solo se libra la contemplación del mar de este anhelo conjetural de subversión y de inversión de todo -la escritura, la gramática, los clásicos, las imágenes surrealistas, el vivir, el tiempo, el lenguaje de la poesía, inclusive la felicidad; y de la inversión esencial de la realidad- “que mis hijos sean mis padres,/ que mi mujer sea yo,” y sobre todo de la muerte. Porque el mar es para el poeta siempre una epifanía.

En la reflexión sobre la poesía, el escritor se halla en lucha con el lenguaje y siente las dificultades y tensiones de las engañosas palabras para aprehender una realidad cambiante y oscura. El lenguaje poético es percibido como “un cetáceo que asciende de la profundidad atraído/por la luz” o como “un caballo demente que se desbarranca”, como leemos en el poema “El Nómada”. A pesar de la precariedad de las palabras, el lenguaje con el que se captura de forma imperfecta una realidad siempre fluida permite paradójicamente al poeta “recibir cada mañana como si fuera la primera”. Frente a la transitoriedad de la experiencia humana, la respuesta esperanzadora es la del arte, el júbilo de los sentidos, el encuentro con el otro, con la persona amada. Todos estos son son puntales en la cosmovisión del poeta.

La lectura de “El libro de las visiones” permite aquilatar el inmenso y novedoso aporte de Julio Pazos a la lírica ecuatoriana contemporánea.

Enhorabuena al poeta, y al Centro de Publicaciones de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador por enriquecer con esta selección de poesías su novedosa colección antológica, impecablemente editada, de la lírica del Ecuador.


[1] Jorge Luis Borges, Nueva antología personal, Barcelona, Bruguera, 1980, p. 7.

[2] Ibid.

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