Cuando en medio de la pandemia en el mundo se preparan los equipos de fútbol para regresar a los estadios, aunque la “nueva” normalidad les imponga escenarios vacíos, he recordado el más antiguo testimonio del juego de la pelota en nuestra América.
Leía yo con estudiantes en mis cursos de la Católica el Popol Vuh’, el libro sagrado del pueblo maya quiché con los mitos de la creación, en el cual se cuenta cómo surgen la tierra, los animales, el sol, la luna y las estrellas y se narra los cuatro intentos de los dioses para generar a los seres humanos antes de la quinta y definitiva creación, cuando los formarían de maíz.
El relato más extenso corresponde al nacimiento del sol y la luna. La génesis de ambos tiene que ver con el juego de la pelota. Los héroes del relato mítico son dos jóvenes que se enfrentan con los dioses en la región de la muerte. Sus padres habían caído en desgracia ante esos dioses porque jugaban en la tierra a la pelota: “¿Quiénes son los que hacen temblar y hacen tanto ruido? ¡Que vayan a llamarlos! ¡Que vengan a jugar aquí a la pelota, donde los venceremos!”, tronaban . Los mensajeros doraron la píldora al asegurar que los señores del mundo subterráneo les llamaban a jugar la pelota “para que se alegraran sus casas, porque verdaderamente los jugadores les causaban admiración”.
A pesar de contar con cancha propia, los dioses no poseían el equipo ad hoc; por ello pidieron a sus rivales que llevaran anillos, guantes y las pelotas de caucho. Era el juego más parecido al básquet que al fútbol. Los retadores se comportaron de la forma más baja: ni siquiera se presentaron en el campo de juego. Antes del enfrentamiento, sujetaron a sus invitados a diversas pruebas y les dieron una muerte cruel.
Después de este primer enfrentamiento, solo quedó la cabeza de uno de los jugadores vencidos que, puesta en un árbol, echó más tarde saliva en la palma de la mano de una doncella; de esta forma fueron engendrados dos jóvenes héroes.
Cuando ellos, Hunahphú e Ixbalanqué, empezaban a realizar algunas proezas, descubrieron los instrumentos paternos del juego, y muy pronto, con el ruido de los secos golpes a la pelota, les zumbaron nuevamente los oídos a los dioses, que desafiaron una vez más a los jugadores a una competencia.
La revancha se produjo en uno de los “clásicos” con mayores incidentes y efectos trascendentes. Hunahphú e Ixbalanqué dieron una verdadera paliza a los dioses sombríos: superaron todas las pruebas en la región de los muertos, vencieron a los señores de ese reino de tinieblas, cobraron así la muerte de los padres, y los dos jóvenes héroes se transformaron en el sol y la luna. La luz nació para ver la quinta creación de los hombres de maíz, que darían origen a los distintos grupos quichés.
Este artículo apareció en el diario El Comercio.