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«Paz infame» (Francisco Tobar García)

Tú extrañas el país donde los vientos / arrancaron de cuajo los sueños verdecidos apenas, / donde las catedrales / de piedra y de pavor / desafiaban los siglos. / ¡Oh las torres que hendían el aire casi duro / tres mil metros / sobre la cordillera de los Andes!...

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Tú extrañas el país donde los vientos
arrancaron de cuajo los sueños verdecidos apenas,
donde las catedrales
de piedra y de pavor
desafiaban los siglos.
¡Oh las torres que hendían el aire casi duro
tres mil metros
sobre la cordillera de los Andes!
Ciudad entre la lluvia,
don su oculto pasado de barro y sangre turbia
rufianes llegados
desde Trujillo y Cáceres.
Aun siento el horror
del niño al mirar aquellas sombras
y las calles y todas las iglesias
de oro precioso, de granito,
mientras las casas de los hombres eran hechas de barro,
y llovía diez meses,
corría el agua
por quebradas hedientes, por las gargantas miles
cortadas casi a pico
—y los horribles dientes de la piedra—;
llovía todo el tiempo,
los árboles colgaban
como viejos abrigos
y eran todas las almas
donde ninguna estrella
podía reflejarse.

Tú has echado de menos
la ciudad a tres mil metros de altura,
mas no puedo culparte
porque tú la veías desde lo alto
y yo la contemplaba desde el vientre,
envuelto en ese olor de las orinas, del pasado.
las creencias.
o conocía a todos sus habitantes diarios,
sos feroces extremeños,
analfabetos, soñadores,
que luego mandarían levantar sus castillos
donde nunca vivieron, pues todos fueron muertos,
apedazados de distintos modos,
por obra de la sífilis,
o por sus enemigos,
simplemente olvidados, porque el sol de los páramos,
enfermo, calentaba mejor que en esas tierras
de Extremadura.

Yo no quiero volver a lomo de un caballo
al Pasado misérrimo,
porque todos los seres de los Andes se mueven
con la cuidada lentitud
de los muertos.

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