«El nuevo exterminador», por don Óscar Vela

Ernesto Sabato se internó en las tinieblas del alma humana para escribir tres obras grandiosas: 'El Túnel', 'Sobre héroes y tumbas' y 'Abaddón el exterminador'. Con la última novela de esta trilogía...
Foto tomada de la web del Ministerio de Cultura Argentina

Ernesto Sabato se internó en las tinieblas del alma humana para escribir tres obras grandiosas: ‘El Túnel’, ‘Sobre héroes y tumbas’ y ‘Abaddón el exterminador’. Con la última novela de esta trilogía, el autor argentino concluyó su inmersión por aquella insondable dimensión de la maldad y la perversión del hombre.

La novela se publicó por primera vez en 1974. Dice uno de los epígrafes de esta obra: “Y tenían por rey al Ángel del Abismo, cuyo nombre en hebreo es Abaddón, que significa El Exterminador”.

En este libro genial, revelador, impresionante, se condensan no solo la tragedia argentina de las dictaduras más temibles de Sudamérica durante el siglo XX, sino además el horror y la devastación de las grandes guerras mundiales, y los brutales y encarnizados conflictos civiles que el autor conoció ya sea a través de su memoria o de sus incontables lecturas.

“El arte es sagrado, reaccionario”, decía Sabato, y concluía que uno de los objetivos de su trabajo tanto en la literatura como en la pintura era “la exploración de las simas del corazón humano, tarea agobiante que produce desasosiego?”.

El siguiente es uno de los fragmentos más sobrecogedores de ‘Abaddón el exterminador’, cuyo protagonista, al igual que en ‘Sobre héroes y tumbas’, es Bruno: “Porque no hay una felicidad absoluta, pensaba. Apenas se nos da en fugaces y frágiles momentos, y el arte es una manera de eternizar (de querer eternizar) esos instantes de amor o de éxtasis; y porque todas nuestras esperanzas se convierten tarde o temprano en torpes realidades; porque todos somos frustrados de alguna manera, y si triunfamos en algo fracasamos en otra cosa, por ser la frustración el inevitable destino de todo ser que ha nacido para morir?”.

Las obras de Sabato, como las de tantos otros autores que han abordado la crueldad del ser humano, nos permiten sumergirnos y quizás comprender esos oscuros pasajes que, de forma cíclica, ligados a la concepción del eterno retorno, se repiten en la historia sin cesar.

Así como Stalin, Mao Tse-tung, Pol Pot, Idi Amin o Hitler, se convirtieron en los grandes exterminadores de la humanidad durante el siglo XX, otros de los tiranos aparecidos en esa centuria se inspiraron o compartieron ideales criminales con uno o más de ellos para protagonizar los episodios más sangrientos en las naciones que gobernaron.

Sí, la historia negra de la humanidad se repite ahora en Ucrania con esta masacre sinsentido que ha orquestado este aprendiz de Hitler con ínfulas estalineanas, que actúa como casi todos, redomado, hipócrita, manipulador, bajo el pretexto de la defensa de su territorio, pero con el claro objetivo (ya manifestado de forma expresa) de reconstruir el imperio soviético y extender sus fronteras hacia occidente.

El asesinato bárbaro, injusto, estúpido de niños, ancianos, enfermos y gente inocente que ha sido arrasada por la maquinaria rusa en la mayoría de ciudades ucranianas es de absoluta responsabilidad de un demente como Putin, que se ha convertido en un ser incontrolable al haberse arrinconado a sí mismo quedándose sin escapatoria en medio de un inconmensurable escenario de sangre, destrucción y muerte.

Ernesto Sabato quizás no imaginó que pocos años después de su muerte, cuando los grandes conflictos de la humanidad supuestamente habían sido superados, volveríamos a sus libros como una forma de eternizar el arte para comprender el alcance infinito del mal.

En esos libros, en esas paginas escritas hace más de cuatro décadas, descubrimos los lectores palabras estremecedoras que parecen haber sido escritas hace pocos minutos para Ucrania y su tragedia: “porque todos estamos solos o terminamos solos algún día: los amantes sin el amado, el padre sin sus hijos o los hijos sin sus padres, y el revolucionario puro ante la triste materialización de aquellos ideales que años atrás defendió con su sufrimiento en medio de atroces torturas; y porque toda la vida es un perpetuo desencuentro, y alguien que encontramos en nuestro camino no lo queremos cuando él nos quiere, o lo queremos cuando ya él no nos quiere, o después de muerto, cuando nuestro amor es ya inútil; y porque nada de lo que fue vuelve a ser, y las cosas y los hombres y los niños no son lo que fueron un día, y nuestra casa de infancia ya no es más la que escondió nuestros tesoros y secretos, y el padre se muere sin habernos comunicado palabras tal vez fundamentales, y cuando lo entendemos ya no está más entre nosotros y no podemos curar sus antiguas tristezas y los viejos desencuentros; y porque el pueblo se ha transformado, y la escuela donde aprendimos a leer ya no tiene aquellas láminas que nos hacían soñar, y los circos han sido desplazados por la televisión, y no hay organitos, y la plaza de infancia es ridículamente pequeña cuando la volvemos a encontrar”.

Este artículo apareció en la revista Forbes.

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