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«A mi hermana ciega tocando el arpa» (Félix Proaño)

Pulsa el arpa sonora, hermana mía, / y canta al son del bíblico instrumento. / ¡Pudieran hoy volverme la alegría / tu dulce voz, tu delicado acento! / Canta como avecilla aprisionada / de duro alambre entre tupida reja...

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Pulsa el arpa sonora, hermana mía,
y canta al son del bíblico instrumento.
¡Pudieran hoy volverme la alegría
tu dulce voz, tu delicado acento!

Canta como avecilla aprisionada
de duro alambre entre tupida reja,
y mientras más de oscuridad cercada,
lanza más dulce melodiosa queja.

Grato es cantar cuando oprimida el alma
hondos pesares en silencio llora;
dulce es gozar la fugitiva calma
que un breve rayo de placer colora.

Mas tu canto, ¡ay hermana! es cual gemido
de tórtola doliente y solitaria,
¡y la voz de tu pecho dolorido
se escapa en triste y lánguida plegaria!

Al tañido de tu arpa, temblorosas
tus lágrimas, cual gotas de rocío,
por tu seno resbalan silenciosas,
cual sobre el mármol de una tumba fría…

Llorar quiero contigo, hermana mía;
de tu penar la causa yo adivino:
¡de ojos que no conocen la alegría,
de ojos sin luz, llorar es el destino!

Mirar el universo no te es dado
ni de la luz los mágicos colores,
el cielo azul de estrellas adornado,
los árboles, los montes ni las flores.

Perpetua noche es para ti la vida,
a tus ojos el sol nunca amanece;
siempre en divorcio de la luz querida
helada tu pupila permanece.

Después de noche triste, fría, oscura
renace el sol y alegra la mañana;
torna a vestirse el campo de hermosura,
y el hombre vuelve a su labor temprana;

en la rueda del tiempo voladora
torna el verano y vuelven sus ardores,
pasa el invierno, y luego encantadora
vuelve la primavera con sus flores;

todo en la vida cambia, hermana mía,
jamás el tiempo su carrera trunca;
pasa el dolor y vuelve la alegría;
¡mas para ti la luz no vuelve nunca!…

¡Cuán grande es tu pesar! Mas no impaciente
al llanto y al dolor sueltes la vena;
alza animosa la abatida frente
de la virtud a la región serena.

Es planta la virtud que impía saña
de adversidad agota aquí en el suelo;
mas si agua de dolor su raíz baña,
sus blancas flores ábrense en el cielo.

Noche oscura y medrosa es esta vida
do inseguros vagamos tristemente,
do en constante nostalgia sumergida
el alma gime por la patria ausente.

De tus ojos la lumbre amortiguada
no te impide mirar a Dios ni al cielo;
y si tienes el alma iluminada,
¿a qué mirar las cosas de este suelo?

¡Oh cuánto padecer, cuántos enojos
una sola mirada lleva al alma!
¡Cuántas veces robaron ¡ay! los ojos
al inexperto corazón la calma!

No inclines abatida tu semblante,
no ocultes, no, los ojos apagados,
que los de tu alma pura en más radiante
lumbre serán por siempre iluminados.

Abriranse mañana dulcemente
a otro mundo mejor, hoy no visible,
y gozarán un Sol indeficiente,
y beberán su luz inextinguible.

Asombrados verán cómo ilumina
ese almo Sol los campos celestiales,
y cuál gozan allí de luz divina
el eterno raudal los Inmortales;

cómo se ostenta la virtud paciente
de lirios inmortales coronada,
con un manto de luz resplandeciente,
batiendo palmas, y la frente alzada.

Feliz allí, radiante de alegría,
tus manos pulsarán una arpa de oro,
arrancando a sus cuerdas la armonía
que acompañe a tu cántico sonoro.

Mitiga pues, mitiga tu quebranto,
y haz que tu arpa resuene, hermana mía,
y que en mi pecho, al escuchar tu canto,
reflorezcan la paz y la alegría.

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