A Enrique Gil Gilbert
Mi amigo, el peluquero,
cree, a pie juntillas, en todas las noticias
de la Prensa Unida y Asociada,
en los partes de guerra de Corea
y en los discursos de Truman y Eisenhower.
Cuando electrocutaron a los esposos Rosenberg,
fue a la catedral y oró contritamente
por el perdón de sus culpas de espionaje atómico,
después de haber gozado en la lectura
de todos los detalles.
Cree en la honestidad, proclamada en los periódicos,
de todos los contrabandistas,
prevaricadores y coimeros,
convertidos en prohombres de la Patria.
El diario de la mañana es su Evangelio
y la fuente inagotable de sus temas
para distraer a sus clientes.
A mí me aburre.
Pero debo subir a su silla pasando una semana
con un escalofrío, mirarme en el espejo
y acordarme de la inocencia y sacrificio de los Rosenberg,
porque tengo un pelo muy difícil
y él es un hábil peluquero.