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«El profeta centenario», por don Raúl Vallejo C.

Después de vivir doce años en Orfalís, el profeta Almustafá está por regresar a la isla donde nació. La gente lo rodea y le pide que irradie su sabiduría antes de la partida. Almustafá aborda veintiséis asuntos...

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En mayo de este año, estuve en el Museo Soumaya, de la Fundación Carlos Slim, en Ciudad de México. En la sala Gibrán Jalil Gibrán del museo, se exhiben manuscritos, mecanuscritos, cartas, primeras ediciones de sus libros, fotografías, objetos y un acervo de pinturas, dibujos e ilustraciones del poeta y artista libanés-norteamericano[1]. Más allá de que la visita al museo es una experiencia maravillosa, el recorrido que hice por cada una de las piezas de la sala dedicada a Gibrán me regresó a mi adolescencia, al tiempo de mi iniciación en el placer solitario de la lectura y a su libro icónico. Durante algún tiempo, lo releí como se relee la Biblia: con el espíritu abierto al poema de un mundo sin poesía. El profeta (1923), de Gibrán Jalil Gibrán, es una obra centenaria y ampliamente conocida que perdura debido al espiritualismo ecuménico de su prosa poética y a un tono sapiencial que cuestiona al saber establecido y a sí mismo, más allá de cierto tufillo a sermón de autoayuda que ha motivado la indiferencia de los academicistas.

Después de vivir doce años en Orfalís, el profeta Almustafá está por regresar a la isla donde nació. La gente lo rodea y le pide que irradie su sabiduría antes de la partida. Almustafá aborda veintiséis asuntos, sobre los que es interrogado, en sendos poemas en prosa. Los sermones de Almustafá en El profeta son una mezcla exitosa del espiritualismo cristiano y la tradición islámica expresados en términos ecuménicos. Así, Almustafá señala que la religión reside, básicamente, en el propio individuo, algo que sintoniza con la popularización del hipismo en los sesenta, la new age de los setenta y el eclecticismo de la posmodernidad: «Vuestra vida cotidiana es vuestro templo y vuestra religión. Siempre que entréis en ella, llevadla con vosotros vuestro ser, todo entero»[2]. En los años de entreguerras, fue un mensaje de esperanza que cada uno asumió a su manera, ya que la presencia de Dios es una bella imagen panteísta: «Lo veréis sonriendo en las flores, y luego alzarse, y agitar las manos en los árboles». Además, como cada concepto contiene su contrario, los lectores asumen la enseñanza como un enunciado esotérico: «Vida y muerte son una misma cosa […] Qué es morir sino estar desnudo en el viento y fundirse con el Sol»[3].

La prosa sapiencial de El profeta continúa hablándonos hoy día por cuanto al desarrollar ciertos temas que atañen a la humanidad lo hace cuestionando los dogmas de las religiones oficiales y procurando un sendero de libertad al individuo, sin escamotear la contradicción inherente a la vida misma. De esta manera, si dice que «cuando el amor os llame, seguidlo», también advierte: «Porque así como el amor os corona, también os crucificará. Así como os hacer crecer y prosperar, también os podará». Y concluye con un giro de sentido abierto: «El amor no tiene más deseo que colmarse a sí mismo»[4]. Al hablar del matrimonio, por ejemplo, su mensaje irrumpe en contra del yugo de la pareja, que ha sido la prédica de las religiones, y lo planteó, hace un siglo, como la unión de dos individuos que viven por sí mismos y comparten la experiencia de la vida: «Cantad y danzad juntos, y regocijaos pero que cada cual esté a veces solo, así como las cuerdas del laúd están solas, aunque vibren con la misma música»[5]. En el mismo sentido, la prédica sobre los niños, que es citada en cada bautizo o ceremonia de graduación, habla de la independencia que los hijos deben heredar de sus padres y la inevitabilidad de ser personas por sí mismos: «Vuestros hijos no son vuestros. Son los hijos y las hijas del anhelo de la Vida por perpetuarse […] Podréis darle vuestro amor, pero no vuestros pensamientos, porque tiene sus propios pensamientos»[6]. La prédica habla para todos en la medida en que los conceptos que contienen su opuesto atraviesan el libro en términos no dogmáticos: así la alegría es tristeza, la libertad es esclavitud y «¿qué es el mal, sino el bien, torturado por su propia hambre y su sed?»[7].

Finalmente, el éxito de El profeta se debe también a un tufillo de libro de autoayuda que, si bien multiplicó sus lectores, le impidió el respeto de cierta crítica académica. Conceptos vagos, ideas de talla única, preceptos que sirven para todos en cualquier tiempo y lugar. Al momento de la partida, Almustafá dice en términos difusos: «Y en esto reside mi honor y mi recompensa: En que siempre que me acerco a esa fuente a beber, encuentro que el agua viviente misma está sedienta; y me bebe, al tiempo que yo la bebo»[8]. La idea de que lo que podemos expresar es apenas una sombra de lo que conocemos se difumina en una imagen hasta desdibujar la idea: «Vuestros pensamientos y mis palabras son ondas de una memoria sellada que conserva el registro de nuestros ayeres, y de los días antiguos en que la tierra no sabía nada de nosotros, ni de sí misma, y de las noches en que la tierra estaba revuelta en un caos»[9]. O, cuando habla del discurso y opone a este, como era de esperarse, el silencio y da como consejo una idea vaga, contradictoria en sí misma, pero útil para cualquiera: «Hay entre vosotros quienes buscan al parlanchín por miedo a estar solos. El silencio de la soledad les revela su propio ego desnudo, del que ansían escapar».

Según sus biógrafos, Gibrán Jalil Gibrán (Bisharri, Líbano, 1883 – New York, 1931), llevó una vida contradictoria con la espiritualidad que predicó en El profeta. Según su ahijado Jean Gibrán, el artista fue «un ser humano frágil, que estaba consciente de su propia fragilidad»[10]. Dicen que murió, en soledad, debido a una ingesta excesiva de arak, bebida alcohólica de la que era adicto, al punto de que escondía en el interior de su bastón una pipeta con arak. Yo lo veo bebiendo hasta morir, celebrando lo vivido, convencido de la trascendencia del espíritu y de la complementariedad de la vida y la muerte, tal como lo dijo Almustafá: «Debierais conocer el secreto de la muerte. Pero, ¿cómo, a menos que lo busquéis en el corazón de la vida? […] Porque, ¿qué es dejar de respirar, sino liberar el aliento de sus inquietos lazos, para que pueda alzarse y expandirse, y buscar a Dios, sin trabas»[11]. Mi espíritu continúa vivo en el corazón abierto a la palabra de la poesía, gracias también a las enseñanzas de Almustafá, el profeta.

Este artículo se publicó en el blog personal del autor.


[1] Museo Soumaya, Ciudad de México

[2] Gibrán Jalil Gibrán, El profeta [1923], versión castellana de Sergio René Madero (México D.F.: Editorial Orión, 1972), 152. Leí por primera vez el libro, de adolescente, en esta edición popular.

[3] Gibrán, El profeta, 157 y 158.

[4] Gibrán, El profeta, 27 y 29.

[5] Gibrán, El profeta, 34.

[6] Gibrán, El profeta, 37.

[7] Gibrán, El profeta, 127.

[8] Gibrán, El profeta, 168.

[9] Gibrán, El profeta, 166.

[10] Shoku Amirani & Stephanie Hegarty, «Kahlil Gibran’s The Prophet: Why is it so loved?», BBC News, 12 May 2012, https://www.bbc.com/news/magazine-17997163 Jean Gibran es autor de Kahlin Gibran: His Life and World, 1991.

[11] Gibrán, El profeta, 157 y 158.

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