Así se titula la más larga novela de Alejandro Zambra, destacado escritor del país de la estrella solitaria, que visitó Quito en diciembre. Consumir sus más de 400 páginas deja una sensación de vida paralela, cuando se conoce algo del ambiente de poetas de una comunidad, que por la peculiaridad de la expresión literaria y reducido consumo tiene rasgos en común, al menos en Latinoamérica.
“Ser un poeta chileno es como ser un chef peruano o como un futbolista brasileño o una modelo venezolana”, sostiene un personaje y a mí me recordó que alguna vez oí que Ecuador era más tierra de poetas que de narradores. La novela que comento se aplica en contar la historia de un joven que lee poesía en el colectivo, estudia Literatura y esboza versos a escondidas, mientras vive un intenso romance que lo lleva a encontrarse con un niño a quien enseña a identificarse como su hijastro. Hermosos son los pasajes en que comprender y tratar al niño se le da mejor que entenderse con la madre.
La literatura ha abundado en las relaciones madre e hijas. Por ahora, hay cierta dedicación a que la paternidad saque un rostro distinto, de verdadera proximidad y lenguaje acertado en el vínculo con los hijos. Por eso, el protagonista es un padrastro, que aúna capacidad lúdica, enunciación de chistes y extrema comprensión de cuánto puede una mascota significar para un infante. Romper con la madre representó, ante todo, abandonar al niño y sembrar una estela de tristeza en su vida.
La poesía siempre está allí, a veces detrás, en otras ocasiones en primera línea, cuando se lee —las referencias son tan numerosas que un lector podría comprar todos los títulos que se mencionan para hacer una buena biblioteca lírica— y cuando la escriben los dos varones que estuvieron vinculados: el primero hasta llegó a publicar un poemario que —como tantos— apenas fue leído; el segundo, ya de 18 años y buscando su voz propia. Para que se note una mirada desde afuera, una periodista estadounidense llega a Santiago a investigar la poesía chilena de los años recientes, entonces, todas las posiciones son visibles: desde las ridículas de los que posan de poetas hasta las de los militantes. ¿A qué se llama triunfar? Una de las conclusiones de la gringa es que los poetas “son como héroes nacionales, figuras legendarias”. Para eso se habla de Huidobro, Neruda, Mistral, de Rokha y de los más recientes, Zurita, Rojas, Millán; la novela incluye hasta un capítulo con Nicanor Parra. Triunfar es la trascendencia.
La novela de Zambra explora hábilmente la cotidianidad. Muestra a la gente en las calles, las cafeterías, las librerías, la sala universitaria, el dormitorio. La voz narrativa siempre es calmada, armoniosa con un talante profundo y observador que no nos priva de cierto humor ni de un intimismo que desnuda las psiquis: muchas veces se dice una cosa, aunque se piense otra; se trata de reprimir una palabra, pero esta, airosa, prorrumpe dentro de la conversación. El narrador nos lo revela para que constatemos la fragilidad humana y las contradicciones. La sexualidad es una práctica libre, pero los afectos siempre tienen consecuencias. Y si el lector busca la historia de amor que parecía dominar en la primera parte, se encontrará con varias sorpresas al final. Sí, hay que leer a Zambra, es todo un maestro.
Este artículo apareció en el diario El Universo.